A finales de los años ochenta del pasado siglo XX, en Asturias era más fácil que se te apareciera la Virgen que ver un oso en el monte. El oso ya se había convertido en el gran símbolo de la naturaleza asturiana y se asomaba por doquier en pegatinas y camisetas de souvenir turístico. Pero en realidad tenía medio pie en la tumba. Pocos eran los que podían enorgullecerse de haber visto a un oso pardo en libertad. Era un mamífero de la familia de los espectros. No llegaba a treinta el número de osas con crías. «Podías pasarte dos días en el monte y ya te podías volver a casa contento si veías una huella o un excremento», dice José María Díaz González, gestor del albergue de Vega de Hórreo (Cangas del Narcea), que lleva diez años ofreciendo rutas de avistamiento de fauna.

Hace dos décadas llevar al turista a ver osos al monte no sólo era una osadía condenada al fracaso. Era casi un sacrilegio. Había que tener mucho cuidado. Los osos eran de cristal. Y podían «romperse» para siempre. Hoy, en cambio, la empresa de turismo activo que regenta José María Díaz no puede decir que escasee la materia prima osera. El año pasado se estima que nacieron 28 oseznos, según datos provisionales de la Fundación Oso Pardo (FOP), y que la población ha llegado ya a los 220 ejemplares entre el núcleo occidental, mayoritario, y el más pequeño, al oriente de la cordillera Cantábrica.

Bendito el rey de nuestra montaña, que resurge, se reproduce y ahora se deja ver con relativa facilidad. Entidades conservacionistas como la Fundación Oso Pardo creen que ha llegado por tanto el momento de dar aire a un «ecoturismo regulado» relacionado con la observación osera. El camino es conocido y ya está abierto con la berrea de los venados, que tan buenos resultados turísticos está dando en concejos como Somiedo, Teverga o Aller. Este turismo, argumentan desde la FOP -que ha empezado a colaborar con la primera agencia de viajes radicada en Asturias que ofrece avistamiento de osos-, redundará en la «socioeconomía local», lo que permitirá que «las restricciones y medidas de conservación del plantígrado y su hábitat impuestas por las administraciones serán mucho mejor percibidas y aceptadas por el medio rural». Traducido: no se mata a las gallinas que ponen huevos de oro.

Los defensores del turismo osero -ojo, no son todos en el mundo del conservacionismo y del desarrollo rural en Asturias, a menudo sometido a intensos antagonismos- consideran que ya estamos en condiciones, por cantidad y visibilidad de ejemplares, de mostrar orgullosos al turista la prueba más exclusiva e indudable de que Asturias tiene la más alta calidad ambiental de la Península. Eso es lo que significan los osos en un mundo enfermo de contaminación. Oigan, ahora en Asturias no sólo hay osos, es que también están a la vista. Y la voz se corre.

El 25 por ciento de los clientes que José María Díaz tiene en el albergue de Vega de Hórreo son extranjeros (franceses, alemanes, belgas, ingleses). Son gentes con posibles, alto nivel cultural y las mejores ópticas para avistar y fotografiar al animal en estado salvaje. Algunos de ellos recalan en Asturias dentro de un peregrinaje biológico para avistar a los cuatro «grandes» de la fauna española: linces ibéricos en la sierra de Andújar, lobos en la sierra de La Culebra, avutardas (el pájaro de más peso que hay en España) en la reserva de Villafáfila (Zamora) y osos en Asturias.

Pero este turista muy concienciado con la conservación de la naturaleza no compone la mayoría de las visitas que reciben los osos salvajes asturianos. El incremento de la población osera no es algo directamente proporcional al aumento de la clientela de los empresarios, aún pocos, que ofrecen avistamientos. En absoluto. Internet y los smartphones permiten transmitir en tiempo real los avistamientos que producen.

Y así, a golpe de móvil, es fácil enterarse y no es raro que se estén produciendo auténticos problemas de tráfico que obligan a intervenir a la Guardia Civil en determinados puntos de la red viaria regional como la carretera de Leitariegos, ya en el concejo de Degaña en las proximidades de Larón; el tramo entre Caunedo y La Peral, en Somiedo, o la carretera entre el puerto de Leitariegos y Caboalles, en León. José María Díaz es consciente de que el turismo osero no recibe un aval unánime de los amantes de la naturaleza pero se pregunta si es mejor el descontrol «de la gente yendo por libre» o la explotación del recurso a través de empresas que, por regla general, están dirigidas por especialistas concienciados con el medio ambiente y que conocen el hábitat osero. El debate está abierto. Los detractores, claro, dicen que si una empresa cobra por ver un oso (los precios oscilan entre los 30 y los 80 euros por salida diaria y persona), está obligada a prestar ese servicio y ahí quizá algunos pudieran olvidarse de ciertas restricciones. El biólogo Luis Frechilla, uno de los socios de la agencia de viajes que colabora con la FOP en esta aventura del turismo osero, admite que puede haber ese riesgo. «Pero nosotros somos personas ligadas al mundo de la conservación, tenemos nuestra ética. La gente a la que subimos al monte sabe que el bicho puede aparecer o no. Por eso les decimos que hay que subir dos o tres días. De todas formas, yo creo que el problema no está tanto en las empresas como en los que van por libre», añade reiterando el mismo argumento.

José María Díaz, del albergue cangués de Vega de Hórreo, asegura que cuando ve un oso divisa al «símbolo de la lucha por la conservación de una especie». Aquellas pegatinas de «Osos S.O.S.» -y muchos millones invertidos por la Administración- parece que han dado sus frutos. Ésta es la explicación racional. Sin embargo, en este turismo naciente de avistamiento de fauna salvaje en Asturias hay, sobre todo, un fuerte componente emocional. Ver un «bicho» genera un extraño sentimiento. Un algo ancestral. Karlos Seyns, un belga de 49 años, guía de montaña asentado en Cabrales, lleva años ofreciendo rutas por los Picos de Europa. Ahora está preparando, para una agencia de viajes francesa, la visita de un grupo de turistas que quiere ver osos en el parque de las Fuentes del Narcea. Seyns explica muy bien qué se siente: «Alain Bouchat, el dueño de la agencia con la que colaboro, es una persona que lleva cuarenta años viajando por todo el mundo. Lo ha visto todo. Recientemente viajó a Ruanda a ver a los gorilas y me aseguró que fue la emoción más potente que había sentido en su vida. Lo mismo me pasó a mí cuando vi por primera vez una ballena en Argentina, en la Patagonia. Fue algo muy profundo. Me pasa cada día. No me deja de causar emoción cuando, aquí, al lado de mi casa, veo un corzo o una nutria. Me hace el día. Es una forma de crear lazos con todo lo que te rodea. Es algo muy de este siglo: el retorno a la naturaleza. Quizá es que hemos ido demasiado lejos en la desconexión con nuestro entorno. Hemos perdido nuestra raíces profundas y ver a estos animales nos recuerda que somos animales, que también somos mamíferos. Nos reconecta con eso que teníamos perdido».

El «bicho» activa un mecanismo que hace mover los adentros y, como dice Seyns, «crea lazos». Pero no sólo entre el hombre y la tierra. También entre los propios seres humanos. Miguel García es uno de los socios de una empresa de turismo de aventura radicada en los Valles del Oso. Además de las actividades de alquiler de bicicletas para la Senda del Oso o de canoas para el embalse de Valdemurio, ofrecen desde hace dos años visitas para asistir al espectáculo de la berrea en el hermoso hayedo tervergano de Montegrande, camino del puerto Ventana. Amaneceres o atardeceres otoñales rasgados por el berrido al cielo de los machos en celo que, por lo que han observado entre sus clientes, resultan especialmente emocionantes cuando los turistas van en familia. «Se crea una curiosa sintonía entre padres e hijos, es curioso», indica este empresario. Cuando a estos guías de naturaleza se les pide que expliquen a qué se debe esta emoción en sus clientes, siempre se toman unos segundos para buscar palabras adecuadas. «Es algo mágico. Es la naturaleza. Es algo desconocido que tiene fuerza. Ese ruido? Es algo salvaje que acongoja un poco. Ese bramido? Es como si la montaña estuviera viva».

El turismo es empaquetar emociones. A veces, literalmente consiste en eso. ¿Quién no ha visto una de esas cajas que sólo contienen vales para estancias en hoteles o balnearios pero prometen que, al abrirlas, el vendaval de una exótica experiencia nos envolverá? Una montaña viva dentro de una caja. El ovetense Juancho Aspra es biólogo y tiene una empresa que ofrece recorridos guiados por la naturaleza. No comparte la idea de que para ofrecer un producto turístico atractivo, para que la emoción prometida resulte competitiva en un mercado rebosante de delicias viajeras sea necesario, por ejemplo, ofrecer avistamientos de osos, la especie más destacada de Asturias, sí, pero aún en peligro de conservación. «He visto a gente que queda tonta viendo los asturcones en el Sueve. O cuando les enseño algunos líquenes que sólo están en bosques de una calidad excepcional. O cuando les enseño plantas carnívoras que pueden pasar desapercibidas. O cuando les hablo de una planta, el aconito azul, que hay en el entorno de los lagos de Covadonga y a la que llaman matallobos y que resulta extraordinariamente venenosa, pues contiene un potente tóxico y en 45 minutos te deja listo. ¡Claro que tenemos recursos! ¿Acaso no es suficiente con tener cinco Reservas de la Biosfera? Lo fundamental es explicarlo bien. Explicar bien lo que tenemos. La gente quiere que les expliques». Por eso hay que saber vender bien nuestros recursos, añade Aspra. «Vender lo que tenemos. Aquí llueve, sí. Pero en Escocia, en Noruega, en Finlandia, hay peor tiempo y la gente va a esos lugares. Un ejemplo: a unos turistas los llevé un día al bosque con niebla. Dudaban si subir. Yo les animé, les aseguré que nunca verían un bosque así, pura magia. Les encantó. Al bajar me decían que nunca se lo habrían imaginado».

Aspra es de los que piensan que ese emocionante contacto con la naturaleza puede conseguirse con cualquier especie de flora o fauna. Pero son acaso los pájaros los que tienen más seguidores. Los ornitólogos son legión. Sobre todo en algunos países. «En el Reino Unido, un millón y medio de personas hacen viajes anualmente cuyo motivo principal es ver pájaros», indica Luis Frechilla para dar idea de la afición ornitológica que tienen los británicos. La agencia de viajes que regenta Frechilla junto a otros tres socios no sólo ofrece avistamientos de oso, también llevan a turistas a ver lobos en Riaño (León) y van a iniciar un programa en el Valle de Arán para llevar a turistas a escuchar el característico canto del urogallo. La población pirenaica lo permite. En Asturias algo así sería un sacrilegio. A excepción del urogallo, que es una frontera turística que no se puede traspasar -entre otras cosas, la ley lo penaliza-, el resto de avifauna es sin duda un reclamo turístico de primer orden dentro del turismo de naturaleza. La ría de Villaviciosa es, en ese sentido, un paraíso para los ornitólogos. Pero no sólo este hermoso estuario maliayés.

En Teverga, la firma de turismo rural del empresario Miguel García gestiona las visitas a Cueva Huerta, una catedral subterránea, 14,5 kilómetros de galerías, junto al Desfiladero de la Estrechura. Sin embargo, un día, hará cosa de cinco años, empezaron a ver que llegaba gente, mucha gente. Pero no precisamente a la cueva que ellos mostraban. «Nos preguntaban por un pájaro, el treparriscos. No teníamos ni idea. Hasta que nos enteramos de qué iba aquello». El treparriscos es la delicia del ornitólogo. Es «un pájaro gris, rojo y negro, con las alas anchas redondeadas y el pico muy largo, fino y ligeramente curvo, que trepa por las paredes rocosas», escriben Luis Mario Arce y Víctor M. Vázquez en su espléndida guía «Aves de la España atlántica». Los británicos, pueblo insular muy dado a los paxarinos, no tienen este pájaro tan prestosu, que también se puede contemplar en los Picos. «En vuelo semeja una gran mariposa, por la forma de batir las alas y alternar batidos y planeos». Lo dicho: la emoción. Es la emoción.

El 15 por ciento de los turistas que visitan Asturias (datos de 2011 del sistema de información turística de Asturias, SITA) ha elegido pasar sus vacaciones en el Principado por el entorno natural. Según esta misma estadística, a la hora de hacer sus valoraciones sobre la región lo que más alto puntúa (un 8,4 sobre diez puntos) es la conservación del medio natural y del patrimonio cultural.

Asturias es el paraíso natural, lo dice todo el mundo. Ése fue el primer eslogan turístico y el único que prendió realmente. Sin embargo, los pequeños empresarios que trabajan precisamente en la divulgación de los recursos naturales del Principado consideran que este filón no está suficientemente aprovechado. «Todo el mundo dice que Asturias es el paraíso natural, hablan de lo guapo que es esto, pero yo creo que nuestros espacios protegidos son poco accesibles», indica Ruth Díez Montes, cuya empresa gestiona el centro de interpretación de la ría de Villaviciosa y pronto sacará al mercado una novedosa aplicación para móviles con rutas de naturaleza por Asturias. Echa de menos una estrategia sostenida en la promoción de los recursos naturales «como la que, por ejemplo, se hace con la gastronomía». Objetivos claros, constancia y también más formación específica de los profesionales para una mejor divulgación de los atractivos naturales de la región. A juicio de Ruth Díez, en este tipo de turismo es clave «hacer ver a la gente lo que tiene delante, que lo entienda y sepa el valor que tiene». Otros empresarios como Luis Frechilla, de la primera agencia de viajes especializada en avistamientos de fauna salvaje, o como José María Díaz, del albergue de Vega de Hórreo (Cangas del Narcea), echan en falta más apoyo de la Administración a la hora de concederles más permisos para acceder a determinados espacios y consideran que, en algunos casos, están discriminados con respecto al trato que reciben, por ejemplo, los cazadores.