«Sofía púsose tola», decían sus vecinos en Labiarón. A Labiarón, cinco kilómetros al norte de San Martín de Oscos camino de la sierra de la Bobia, en diciembre de 1989 no había llegado ni la carretera ni el teléfono. Y a Sofía Caraduje la tomaban por loca cuando volviendo de una charla en Vegadeo pensó que a lo mejor no era imposible traer hasta aquí aquello que decían que se hacía en Europa, «alquilar una habitación en tu casa y mantener una relación familiar con el cliente». Y compaginarlo con la explotación ganadera tradicional perfeccionada, y diferenciarse sirviendo comida macrobiótica preparada con lo que da la huerta y revolver todo eso para formular y exportar desde aquí el concepto desconocido del turismo rural. Aún no lo había hecho nadie y pudo ella, ella sola, con mucha teoría pero sin ningún ejemplo práctico que imitar, sin una sola rueda que seguir. Le dieron el 21 por ciento del coste de una rehabilitación sencilla y el experimento funcionó contra el pronóstico agorero del vecindario, por encima de aquel «quién va a venir a Labiarón» que martilleaba sus oídos. Pero Sofía salió adelante y de un vistazo a su alrededor constata hoy, no sin cierta sorpresa, que toda esta comarca también. Labiarón es una maqueta a escala de la transformación de los Oscos. Abriendo el plano desde este pueblo se multiplica el mismo espíritu de resistencia combativa en la lucha por la tierra, la misma fórmula de ayuda pública y compromiso privado que vino a dar a un paisaje nuevo.

De resultas de aquel plan de desarrollo integral de Oscos-Eo, Labiarón tiene carretera, teléfono y turistas, un aparcamiento para 35 vehículos en batería y una casa de aldea con nueve plazas de alquiler donde Sofía puede seguir viviendo y trabajando, advirtiendo de entrada a sus clientes de que esto es de verdad, de que habrá momentos en que tendrán que servirse ellos mismos la comida si una de las vacas de su ganadería ecológica se pone de parto, porque eso «no admite demora». A Cantina, la primera casa rural de Asturias, y su pueblo son una reproducción a escala de lo que ha pasado aquí desde los ochenta, la definición del rédito que han dejado aquellos programas de rehabilitación masiva. El resultado es que los Oscos siguen vivos. A lo mejor menos de lo que quisieran muchos de sus habitantes, pero vivos. Miguel Trevín, que se hizo empresario de turismo rural en Santa Eulalia poco después que Sofía, que fue el primer presidente de la asociación turística de la comarca, lo explica muy rápido, sin dudas. Aquellos programas salvaron la vida de un territorio condenado «a la desaparición». «Éramos las Hurdes de Asturias, quizá todavía más Hurdes que las Hurdes, porque aquello por lo menos era conocido. Había ido el Rey, lo había filmado Buñuel... Aquí sólo habían venido las infantas de muy niñas». En 1983, hace ahora treinta años, Elena y Cristina de Borbón eligieron los Oscos, el concejo de San Martín, para hacer junto a un grupo de compañeros de estudios un trabajo sobre las condiciones de vida en una comarca deprimida. Por algo sería.

En aquella época y poco después, todavía cuando empezaban aquellos primeros negocios turísticos, la situación extrema del territorio más pobre de Asturias estaba redactando una sentencia a muerte por aislamiento. «Éramos el aislado del aislado, las carreteras hechas polvo y la mayoría de los pueblos sin ellas, ni rastro de alcantarillado...». Para volver a andar hizo falta un empujón inicial de mucho dinero, tanto como decenas de miles de millones de pesetas de las de los años ochenta, pero también, a su estela, los arrestos y la actitud receptiva de un grupo de jóvenes que pasaron de tener «una mano en la maleta» a involucrarse en una «lucha por la tierra» de resultado incierto y victoria difícil de vaticinar. A más de un cuarto de siglo de distancia -el programa arrancó a finales de 1985, en junio de 1986 se inauguró La Rectoral de Taramundi-, el balance que hacen los que siguen aquí y los que tutelaron el proyecto se termina muy rápido. Se salvaron. Siguen aquí. El producto de la multiplicación de fuerzas es la supervivencia. El problema puede ser que hoy, dicho eso, Trevín constata que después del impulso inicial, en torno al cambio de siglo, aquella apuesta decidida por esta zona «echó el freno de golpe». Desvió el foco, «tal vez al Gobierno le pareció que aquellos experimentos no tenían rédito político» y hoy, de otra manera, ya con menos peligro de muerte, a lo mejor «volvemos a las mismas». «Se han cerrado treinta casas en cinco años».

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