El electricista austriaco tenía dos vidas, lo cual no es raro, pues más o menos todos las tienen: la del plano de la persona que se muestra al exterior y la de la propia intimidad. Lo que convierte en tremendo este caso es tanto la intensidad transgresora de la vida oculta -que violaba el tabú primario del incesto, base de la sociedad humana- como la tramoya física del asunto: una casa arriba y otra bajo tierra. Demasiado visible todo como para que no produzca horror. Al final el horror es eso, una visión directa de los sótanos de la realidad, el choque entre dos naturalezas, que a pesar de ello conviven. Por eso el bestiario de la mitología está poblado de monstruos con dos partes: hombre caballo (centauro), dragón alado (grifo), hombre toro (minotauro), hombre lobo (licántropo), etcétera. Sin embargo, lo que produce más horror es la visión de un cuerpo humano con dos hombres dentro.