Supuestos patriotas kosovares engordaban a sus presos serbios, luego los mataban y les sacaban los riñones para venderlos en el mercado de órganos. En el fondo esto no es tan distinto de lo que hacen «los mercados» con un país, e incluso las víctimas finales pueden ser mucho más numerosas, pero las formas felizmente aún cuentan. Aunque alguien pueda pensar que no es mejor el alto ejecutivo al servicio de los especuladores financieros, o el que desde un despacho forrado con las mejores maderas trafica con armas que irán a los niños soldado, o el político que autoriza una actividad de alto riesgo letal, o incluso el que, para salvar su alma y dejar intacto el dogma, impide remedios que salvarían miles de vidas, lo cierto es que nuestra civilización, aunque sea homicida por naturaleza, está basada en las formas, en las buenas maneras para hacer las cosas (y mejor para todos que sea así).