General retirado

Oviedo, L. Á. VEGA

El general Marín Bello Crespo (Jaraiz de la Vera-Cáceres, 1948) mira la actualidad internacional con los ojos del responsable que ha desempeñado importantes cargos en la OTAN. Su retiro del Ejército le permite hablar ahora con mayor libertad de cuestiones geoestratégicas. Para Bello, la guerra de Afganistán es importante, porque impide que el escenario bélico se desplace al norte de África o Europa. Y defiende la postura de España en Kosovo, porque «no se puede violar la soberanía de un país».

-El Ejército en el que entró en 1968 se parece poco al actual.

-El Ejército ha sabido cambiar. Ha asumido retos como la profesionalización, el ingreso de la mujer en las Fuerzas Armadas, la admisión de personal extranjero... Ha pasado de ser un Ejército territorial a un Ejército integrado por funciones.

-Se olvida de las misiones internacionales.

-Hemos ido hacia lo que había hace tres siglos. El de entonces, el de los tercios del Imperio de los Austrias, era un Ejército expedicionario, con tropas destacadas fuera de España, como en Flandes, formado por españoles y extranjeros... El Ejército español ha corrido mucho en los últimos años y ha ido dando pasos por delante de ejércitos como, digamos, el francés, que nos ha ido copiando.

-Algunos se quejan de que el Ejército se ha convertido en una ONG que reparte mantequilla.

-El Ejército siempre va armado, incluso a las ferias de juguetes. No creo que ningún soldado vaya a una misión a repartir sólo mantequilla.

-Usted mandó la brigada «Salamandra» en Bosnia en 2003 y 2004. ¿Fue dura aquella misión?

-No desde el punto de vista militar. Fue duro ver la situación en que estaba la población, ver las consecuencias de aquel tremendo enfrentamiento entre dos pueblos que hasta entonces habían vivido juntos, ver los parques convertidos en cementerios...

-¿Qué nos jugamos en un sitio como Afganistán?

-Pues que el escenario sea Afganistán y no el norte de África o la propia Europa. Se trata de mantener la seguridad de Occidente en sentido amplio, en un escenario lejano. El de Afganistán es un escenario muy difícil, pero cumple a la perfección la función de ser un teatro abierto. En otras palabras, es el barrio en el que se concentra la violencia y en el que puede actuar la Policía, sin que esa situación se extienda a otros barrios.

-El Regimiento «Príncipe», con base en Siero, está ahora allí y sus jefes han indicado que puede haber combates.

-Pero es que a lo mejor no hay combates fuertes. En una guerra asimétrica como ésta no hay grandes unidades ni grandes batallas como en la II Guerra Mundial. De parecerse a alguna guerra, es a la del Vietnam. En las ofensivas de Afganistán las cifras de muertos han sido muy pequeñas. Pero se puede perder una guerra sin grandes combates. Francia perdió Argelia sin derrotas. Nadie habla de perder o ganar la guerra de Afganistán, sino de crear las condiciones para que el país pueda combatir a esos insurgentes por sus propios medios. Es muy rotundo decir: vamos a vencer. ¿A quién? ¿Al radicalismo islámico? No se le puede ganar con una sola batalla, está muy disperso.

-¿Y en Irak? ¿Se ha ganado o se ha perdido?

-Ni uno ni lo otro. Es una gran interrogación que no se despejará hasta dentro de unos diez años. No está claro que el Irak que existe ahora sea muy diferente del que gobernaba Saddam. En 2003, cuando era jefe de planes del Mando Sur de la OTAN, en Nápoles, mi segundo era un oficial norteamericano de buen porte, que mascaba tabaco, que cierto día se presentó ante mí, se cuadró y me anunció que la guerra de Irak había terminado. Yo me quedé mirando y le dije que eso mismo lo habían dicho el general Murat y sus compañeros el 3 de mayo de 1808, sin imaginar lo que vendría. Y añadí que aquello no había hecho más que empezar.

-Pero se eliminó a un dictador sangriento como Saddam, ¿no?

-Pero es que hay otros. En Corea del Norte hay otro, con armas nucleares, y en Cuba, otro. ¿Por qué unos y no otros?

-En Nápoles tuvo responsabilidad sobre conflictos como el de Kosovo o Bosnia.

-Fue muy interesante, porque la caída del muro del Berlín y el hundimiento de la URSS abrieron la caja de los nacionalismos, y toda esa zona comenzó a borbotear. El foco pasó del Norte al Sur.

-¿Es correcto que España no haya reconocido a Kosovo?

-Creo que la postura de España es la buena. La ONU aprobó una resolución en la que se acordaba la actuación en Kosovo, sin detrimento de la soberanía de Serbia. El Gobierno kosovar siempre fue muy turbio, sin que eso signifique que los serbios fuesen precisamente unos angelitos. No se puede violar la soberanía de un país, no se le puede amputar una provincia.

-Es que, además, le podría pasar a España, ¿no?

-Le puede pasar a cualquiera, no sólo a nosotros. Ahí está la Padania italiana, los frentes de liberación corso y bretón, o la concepción que tiene Sean Connery de la relación que debe haber entre Escocia y Gran Bretaña, y eso que ha sido el agente 007 al servicio de su majestad. Las soberanías son tesoros que nos ha costado muchos siglos conseguir. Los militares hemos jurado defender la soberanía y la independencia de la patria. Yo no puedo garantizar que España sea eterna, porque nada es eterno, pero mi compromiso es que sea un segundo más eterna que yo mismo.