El escritor Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943), relata sus inicios como escritor, las peripecias de la mili y su paso por el «viaje psiquedélico», el viaje del ácido.

l Ánimo de desertar. «Fui a estudiar los cursos de Filología Italiana a Roma y decidí que no volvía a España, que no quería hacer la mili, que desertaba. Además, me manejaba bien con el italiano y pensé en cambiarme de idioma, dejar el español. Los libros fundamentales en mi vida, la generación Beat, Kerouac, Burroughs?, los leí en italiano antes que en español o inglés. Pero llegó el invierno y yo estaba trabajando en una gasolinera porque se me había acabado la pasta de la beca. Vi a la gente tomando cervezas en la plaza de España de Roma y me dio una envidia tremenda. "Ese podía ser yo; si lo he hecho hasta hace poco?", pensé; "vuelvo a España, aunque tenga que hacer la mili". Hice el primer campamento de las milicias universitarias. Era obvio que yo no tenía ningún espíritu militar y además me hicieron un parte jodido y me degradaron. No fue en absoluto tipo película, con un sargento, y todos formados, y los tambores sonando, sino una degradación mediante carta con acuse de recibo. Sucedió que hice amistad con un chaval de Vallecas con el que charlaba y fumaba canutos. Le arrestaron. Yo tenía un amigo que estaba suscrito a "Playboy", que entonces llegaba sólo de vez en cuando, porque se lo quedaban en Correos para su disfrute. Los "playboys" tenían un gran éxito en el campamento, como se comprenderá, y le llevé dos o tres al chaval arrestado, para que se distrajera un poco. Pero un teniente del Opus Dei los vio y montó el Cristo. Al comandante, un tío comilón y borrachete, le daba igual y se reía, pero el otro insistía en que era una vergüenza. Total, que me hicieron un parte puto y acabé el segundo por abajo. Con aquello y con que no me había matriculado en unas asignaturas de italiano que me faltaban, tuve que hacer después un año de mili. Me tocó el Milán, en Oviedo, de soldado, pero la familia de María Calonje conocía a no sé quién y consiguieron trasladarme al Regimiento Inmemorial de Madrid. Le regalé al sargento mi uniforme y qué voy a contar: mi única obligación era ir todos los días a la imprenta a corregir las pruebas de las órdenes de la jornada, cuatro líneas».

l Boda sin misa. «Mi boda con María Calonje había sido en los Jerónimos. Mientras nos habíamos estado viendo, cuando yo vivía en casa de Antonio Escohotado, la familia de María decidió que aquello era un escándalo y que aquellos chicos tenían que casarse. Entre el que sí y el que no, porque su familia no me conocía mucho, lanzaron seudópodos a Gijón y vieron que los Rato Figaredo eran primos de mi abuelo, y que una tía mía estaba casada con un conde. Al final, les parecí presentable. Hablé con mi suegro, el arquitecto Eusebio Calonje, un hombre como Proust y la persona más snob, más culta y más divertida que he conocido. Fue bien y sus padres hablaron con los míos. Entonces nos casamos y mis suegros, muy rumbosos, nos regalaban un piso en la calle de Fernando de los Ríos. María siempre cuenta que el día de la boda su madre la despertó de un par de bofetadas. Era una boda sin misa. "No la hay porque por las tardes no hay misa", dijo María. "No la hay porque tú no has querido". Tiempo antes, María había ido a hablar con el director espiritual de su madre, para decirle: "Mire padre, es que no puedo esperar con mi novio, no aguantamos", y el cura le dijo: "Cuando tengas ese problema, llámame"».

l Autoestop y novela. «Nos casamos. Yo ya había acabado la carrera y ya trabajaba en la academia de idiomas Mangold. Manejaba italiano, inglés y francés porque había viajado mucho con Pepe Avello desde los tiempos de Oviedo. Nos habíamos movido bastante en los veranos, incluso limpiando trenes en París. A raíz de los viajes a Roma, yo había escrito una novela. Me influían los viajes de Kerouac, "En el camino", y tal y cual. Así que hice un viaje en autoestop desde Roma a Barcelona, cuatro días, con muchas aventuras. Nada más salir me había entrado un dolor de muelas terrible. Por fin llegué muy jodido a Barcelona y me recogió otro asturiano en su casa, un primo de Pepe Avello, José Manuel Álvarez Flórez, que ha publicado un par de novelas hace años. Allí mismo, por medio de José María Valverde, poeta y editor, conseguí unas traducciones del italiano para Salvat y me quedé un tiempo en Barcelona. Escribí allí la novelilla del viaje, mala, y que no conservo. Gracia Noriega dice que tiene un ejemplar, pero no sé si miente. La presenté al premio "Nadal" y quedó de las cuatro o seis finalistas. Después me llamó alguien del jurado para que cambiase cosas y publicarla, pero me pareció una majadería. Después de casarnos, yo seguía trabajando en Mangold y María estaba de traductora en una empresa francesa de construcción en Guinea Ecuatorial, en tiempos de Macías. Recuerdo haber traducido documentación de los planos del palacio. Aquello tenía la ventaja de que María iba bastante a París».

l Pasarse todo el mundo. «Nuestro piso de Madrid era "casa abierta", como la de Escohotado. Allí caía todo el mundo. Eduardo Haro Ibars, que vivía con su abuela, estaba en nuestra casa todo el día. Un día llama su abuela: "Oiga, que está mucho con ustedes", y María le dice que no se preocupe, que nosotros le cuidábamos. "Hija, hija, si a ti no te conozco, ¿por qué me voy a fiar?". Me sale un trabajo en la revista "Noticias Médicas", en un suplemento literario que se llamaba "Historias para no dormir", la famosa serie de televisión de Ibáñez Serrador. Incluían historias suyas, pero yo llenaba el resto del suplemento. Con Escohotado había descubierto el ácido, pero yo me fui por otros caminos. Esto ya está en los libros de historia: se formaron dos ramas equivalentes a las de California, que eran la de Timothy Leary, profesor de Harward, y la de Ken Kesey, el novelista, que eran los dos unos pasados. La mía era la de Kesey: pasarse todo el mundo. Escohotado era más serio, más reposado: ¿quién merece la experiencia? Yo opinaba que cualquiera. Lo que hicimos fueron probablemente barbaridades, pero da igual, Fueron unos años bastante enloquecidos. El viaje psiquedélico, el viaje con ácido, era en el espacio y en el tiempo. Tenías aquellos delirios y yo descubría a mis antepasados, viejos alquimistas castellanos (mi padre era de Castilla); y pasaba por puertas sin abrir; y, cosa que la gente no dice, el ácido es un gran afrodisiaco. Tienes que ganarte el viaje, pero cuando lo haces, la comunicación sexual física es de célula a célula y como no notas la superficie y no hay separación entre dentro y fuera, el contacto, la unión es total».

l El alma a los 20 años. «Era un mundo realmente loco, pero para mí normal y lo sigo desarrollando todavía. Tengo una columna mensual en la revista "Cáñamo", y sigo fumando canutos y tomando lo que me permite la salud, y con cuidado porque ya soy mayor. El ácido me descubrió un mundo cuando tenía 21 o 22 años. Hay una frase de Malraux: "Hacia los 20 años, las almas se compran y se venden". Una de las cosas que me he preguntado mucho y he pensado en la vida después, es si aquellas experiencias correspondían al cambio de edad, de que te hacías mayor, o al ácido. Creo que está unido, que no es una cuestión sólo cronológica. Hubo un momento en el que nos pasábamos mucho. En un momento determinado yo me encontré yonqui, y lo recuerdo perfectamente. La vez que decidí no picarme nunca más estaba escuchando un disco; se acaba y decides darle la vuelta (era un vinilo), pero cuando le di la vuelta y miro la hora veo que habían pasado cuatro horas. Me di cuenta de que había perdido cuatro horas. Entonces me dije: "No estoy dispuesto a perder el tiempo así", y se acabó la historia».

l Zen y Silverio Cañada. «En esa época comencé con el Zen. Me interesó porque Timothy Leary había escrito una versión del "Libro tibetano de los muertos" adaptado al viaje psiquedélico. Lo traduje y, aunque no se publicó, se hicieron copias a multicopista y circuló mucho. El año setenta, o así, a consecuencia de esa época loca de la heroína, cogí una hepatitis y estuve tiempo en cama. Con un amigo, Alfredo Envid, actualmente médico especialista en acupuntura (el acupunturista más conocido de España), escribí un libro sobre el Zen, que se publicó en 1971, el año que nació nuestra hija Úrsula. "Introducción al Zen: enseñanzas y textos" lo publicó Barral. Durante esa época empiezo a trabajar en Júcar, la editorial de Silverio Cañada. Un día, en la librería Visor de Madrid, me encontré con uno de Gijón, Manuel Aragón Pariente, poeta, al que conocía de la época de Oviedo. Él había sido del grupo de teatro "Gesto". Tomamos un café y me dijo que acababa de fundar con Silverio Cañada en Madrid la editorial Júcar y que estaban sacando una serie de novelas policiacas que se llamaba "Harry Dickson"».

«El día de mi boda, la madre de mi novia, María Calonje, la despertó de un par de bofetadas porque la ceremonia era sin misa»