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Espías para un Día-D en Asturias

Un libro recrea la fracasada red de Lorenzo Sanmiguel, con 14 asturianos, que colaboró con los británicos con vistas a un posible desembarco - Cuatro acabaron fusilados

Las periodistas Tania López Alonso y Silvia Gallo Roncero. | César Quiñones. | Lorenzo Sanmiguel y su novia, la langreana Consuelo Argüelles.

Es un hecho histórico que los británicos llenaron los bolsillos de destacados generales franquistas (ahí está el caso de Aranda, el defensor de Oviedo) en busca de un posible derrocamiento de Franco para implantar un régimen más afín a los aliados. Quizás en este contexto hay que enmarcar la historia de una rocambolesca red de espías que surtió a los británicos de información de primera mano sobre las tropas, la capacidad industrial y la idoneidad de los puertos y playas del norte de España, incluida Asturias, y todo ello con vistas a un posible desembarco en la costa cantábrica, como alternativa al que luego tendría lugar, exitosa pero muy costosamente, en las costas de Normandía. La red, liderada por un personaje extraño, el leonés Lorenzo Sanmiguel, llegó a tener hasta 36 agentes, 14 de ellos asturianos, pero tuvo un final desastroso. En octubre de 1943, la red cayó estrepitosamente en cuatro días. Un total de 56 acusados se sentó en el banquillo del consejo de guerra que al año siguiente mandó a cuatro de ellos al paredón en el cementerio del Salvador en Oviedo. El resto, salvo 12 absueltos, fue condenado a largas penas de prisión.

El fiasco de aquella red es recogido en el libro "Una alternativa al Desembarco de Normandía en España", escrito por la ya fallecida Encina Cendón, Maxi Rey y las periodistas Tania López Alonso y Silvia Gallo Roncero, bajo los auspicios de la Asociación de Estudios sobre la Represión en León (Aerle) y el Ministerio de Presidencia del anterior Gobierno. El volumen ya se publicó en 2011, pero será presentado mañana, viernes, en León por el ex presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. "Para hacer el libro buceamos en el archivo militar del Ferrol. Esta historia hubiese dado para un relato más novelesco, pero hemos querido hacer un libro técnico de Historia", explica una de las autoras, la leonesa Tania López Alonso.

El artífice de aquella aventura que se demostró con el tiempo suicida fue Lorenzo Sanmiguel, emparejado con la langreana Consuelo Argüelles. Convencido izquierdista, Sanmiguel había nacido en León, aunque su familia era originaria de Gijón. Se marchó a América, donde se dedicó al tráfico de armas y resultó herido, según se dice aún en Gijón. En 1935 pasó por Gijón y luego fue a León, para enrolarse en el regimiento de infantería número 31, con base en Astorga. Le detuvieron y procesaron por repartir propaganda subversiva (hay quien dice que por golpear a un sargento), pero al producirse la rebelión militar de julio del 36 logró escapar a Asturias, donde estuvo hasta 1939, los últimos años, oculto. Ese año regresó a León, vestido de mujer enlutada, para no ser reconocido.

Y de allí salió en 1941 con destino a Lisboa, donde se ofreció como informante ante las embajadas de Gran Bretaña, Cuba y México, fiel hasta la muerte a la "causa roja". Podrían haberle tomado por un diletante, pero los británicos no desaprovechaban este tipo de estrafalarios ofrecimientos, como se ha visto en otros casos, como el del espía catalán Joan Puyol. El caso es que, a partir de ese encuentro, empieza a tejer su red de informantes en el norte de España. "Utilizaba a familiares, amigos de confianza, a quienes instruía para que obtuviesen datos militares, geográficos, económicos... Llegó a tener 36 agentes, buena parte de ellos en Asturias", añade Tania López.

Había agentes fijos y esporádicos. Los fijos disponían de una contraseña, consistente en una letra en tinta china con un pequeño cuadro de papel vegetal, una estrella de cinco puntas y una rosa en el ángulo superior izquierdo del papel, explica López. A los agentes esporádicos los visitaba Sanmiguel, que se hacía llamar Juan Martínez, haciéndose pasar por agente comercial o simulando una relación sentimental. El propio Sanmiguel elaboraba un boletín cifrado con toda la información, que entregaba a su enlace, José García Robles, que era quien se encargaba de entregar la información a la Embajada británica en Madrid y dar instrucciones y dinero a la red.

Fue el dinero lo que les hizo perderse. En aquellos años de hambruna y estraperlo, que un trabajador tuviese algo más que lo estrictamente necesario para sobrevivir era muy sospechoso. Y eso es lo que le pasó a Libertario García, de 24 años, trabajador de la Fábrica de Armas de Trubia, que recibía 250 pesetas mensuales por informar de detalles de producción de la fábrica. El dinero británico le había hecho incurrir en gastos sospechosos que no pasaron desapercibidos al comandante del puesto de la Guardia Civil de Trubia, el cabo Teófilo Rodríguez, de negro recuerdo para la más bien escasa resistencia política en la zona. Una noche en el cuartelillo, el 16 de octubre de 1943, bastó para que la Guardia Civil descubriese la trama que estaba en marcha. Cuatro días después, los agentes, ya formando parte de la llamada "operación Trubia", con el jefe de la Comandancia de Oviedo a la cabeza, entraron en una casa de León, tras franquearles la puerta Consuelo Argüelles. Encontraron tendido en la cama a Juan Martínez, es decir, Lorenzo Sanmiguel, que apuntó con su arma a los agentes. Fue el propio cabo Rodríguez quien disparó sobre Sanmiguel, que falleció poco después, mientras los agentes registraban la vivienda, en la que encontraron armas, documentación y una agenda en la que figuraba información sobre los agentes y el entramado de la red.

En ella estaban los nombres de hasta once agentes y colaboradores en Asturias. Estaba el tío de Sanmiguel, Zósimo Martínez Navares, que servía de enlace entre los agentes del Ferrol y La Coruña. Además, controlaba la entrada y salida de barcos de El Musel. Consuelo también hacía de enlace y recogía la información que le entregaban Libertario García y el gijonés Miguel Mauro Estévez, trabajador de la Constructora Gijonesa. También acompañó a su pareja en diferentes viajes para hacer fotos de instalaciones de interés. El hermano de Consuelo, Julio Argüelles, informaba sobre el movimiento de buques y aviones en la zona de Villaviciosa, datos de interés militar, así como detalles de las playas y la costa entre Quintueles y Tazones.

El sierense Juan Martínez Riestra, apodado "el Polesu", aportaba datos de Duro Felguera, donde trabajaba, y también un cuñado suyo, Anselmo Granda. Con su tío, Herminio Camino Palacios, sacaba fotos de costas y playas hasta Colunga y Lastres, sobre todo militares. Otro agente en Asturias fue Víctor Solís, que ofrecía información sobre la entrada y salida de buques del puerto de San Juan de Nieva, datos de costas y playas, distribución de fuerzas militares y gestiones para adquirir armas y munición.

El gijonés Miguel Mauro Estévez -que obtenía información militar y política, datos de entrada y salida de buques, carga, procedencia y destino de los mismos, planos de Gijón y El Musel y datos de la Constructora Gijonesa- era quien había reclutado a Libertario García, que trabajaba en el taller de artillería de la Fábrica de Cañones de Trubia. Aurelio Huerta facilitaba información de Duro Felguera.

Los últimos tres agentes que actuaban en Asturias pertenecían a la misma familia. Eran los hermanos Florentino y Elena Arias Moral y el cuñado del primero, Manuel Sánchez, quien también informaba de Duro Felguera. Pero aún había otro asturiano más, el moscón César Quiñones Rodríguez, militar, auxiliar de obras y talleres en el regimiento de artillería de costa número 2 del Ferrol. Fue el único militar implicado en la trama y fue acusado de entregar información vital sobre la base naval gallega.

El consejo de guerra se celebró en Oviedo al año siguiente. Actuaron como abogados defensores los tenientes Santos Moro y Valentín Masip, quien llegaría a ser alcalde de Oviedo y padre de otro regidor ovetense, Antonio Masip. No obstante, renunció a la defensa poco después. La sentencia del tribunal, aunque dura, podría haberlo sido mucho más. Se dictaron cuatro condenas a muerte. Al amanecer del 23 de mayo de 1944 fueron fusilados César Quiñones, "el Polesu", Mauro Estévez y el santanderino, aunque afincado en León, Manuel Rivero.

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