"Manolón debería estar paseando conmigo en el patio de la prisión", le ha dicho en alguna ocasión el ex minero avilesino José Emilio Suárez Trashorras a su abogado, el allerano Francisco Miranda. Manolón, es el policía de Estupefacientes de Avilés Manuel García, para el que Trashorras actuaba de confidente, y sobre quien ha asegurado en alguna ocasión que conocía sus manejos con Jamal Ahmidan, "El Chino", el delincuente reconvertido en yihadista que se suicidó con parte de los autores materiales de la matanza del 11-M en el piso de Leganés, en abril de 2004. Pero el cooperador necesario de los atentados, según la sentencia dictada en 2007, ya no busca venganza. "Ha acatado la sentencia", señala su letrado.

No obstante, le quedan resquemores. Otro por el que Trashorras no siente mucho aprecio, según se desprende de sus últimas declaraciones es Francisco Javier Lavandera. Según Trashorras, su excuñado Antonio Toro había propuesto a Lavandera intercambiar dinamita por armas. El ex minero aduce que las armas las necesitaban para defenderse de los acreedores, puesto que en esa época, tanto él como su ex cuñado, como José Ignacio Fernández Díaz, "Nayo", se dedicaban a comprar a crédito drogas que luego no devolvían. En ese momento, verano de 2001, Trashorras asegura que obtuvieron 150 kilos de dinamita de Raúl González Peláez, "Rulo" y el ya fallecido Emilio Llano, ambos absueltos en el juicio del 11-M. Pero tras las detenciones de la "operación Pipol", Lavandera se echó para atrás. Trashorras asegura que escondieron la dinamita en "La Fontanina", cerca de Cogollo (Las Regueras), de donde procede la familia paterna del ex minero, y que le ayudaron su exmujer, Carmen Toro y varios amigos más. Tampoco siente mucho aprecio por su ex mujer y por los mineros que acabaron procesados junto a él. Considera que, igual que él, deberían haber terminado en prisión.

"No volvería a hacer nada de lo que hice", le tiene dicho Trashorras a su abogado. Según Miranda, "siente mucha pena, mucho dolor, a las víctimas sólo les puede pedir perdón y mostrar su sincero arrepentimiento". Y se ha puesto "a disposición de las víctimas" para adoptar las fórmulas que ellas consideren necesarias para resarcirlas. "Todo aquello que esté en su mano para aliviar su sufrimiento, angustia y dolor", añade. Trashorras ha realizado algunos encuentros restaurativos con alguna de las víctimas, como el ex presidente de una asociación de afectados, Jesús Ramírez. "Si eso puede servir de algo, está dispuesto a repetirlo con quien quiera", asegura Francisco Miranda, quien ha sido testigo del cambio experimentado por Trashorras en los últimos años.

En cuanto a la esperanza de abandonar alguna vez la prisión, Trashorras es consciente de que su horizonte futuro ya no está en sus manos, "sino en las de la Institución penitenciaria, del Juzgado y de las víctimas. De ellos dependerá y lo que decidan en cada momento lo acatará sin duda", asegura el letrado.

"Nunca imaginé que ese fuera el destino del explosivo, lo proporcioné, de acuerdo, pero entendiendo que era para otro fin", es otra de las cuestiones que ha explicado a su letrado una mil veces. Trashorras reconoce ahora abiertamente que terminó entregando los explosivos "en uno de sus trapicheos con Toro", y se muestra también arrepentido de haber utilizado a gente como a Sergio Álvarez, Iván Reis o Gabriel Montoya, condenados por trasladar a Madrid los explosivos de la matanza, aunque Trashorras, en una declaración ante el director de la prisión de Mansilla de las Mulas realizada a mediados de 2010, indicó que en realidad habían trasladado hachís de baja calidad previamente entregado al ex minero por Jamal Ahmidan.

Esta declaración de 2010 fue un intento de mostrar a las víctimas su plena colaboración con la Justicia, que hasta ese momento había dejado mucho que desear. "Una vez que aceptó su condena y acató la sentencia, que reconoció los hechos y su culpabilidad, le restaba hacer todo lo posible por ayudar a la Justicia para aclarar lo ocurrido", señala Francisco Miranda. De ahí que comunicase la existencia de un "genio informático" que pudo montar las bombas con móviles, un personaje del que la Policía y la Audiencia Nacional dudan que haya existido en realidad. Y es que Trashorras se arrepiente ahora de no haber sido más colaborador cuando se produjeron los hechos.

"Cuando se le pregunta sobre aquellos momentos, si no era consciente de lo que estaba desencadenado, te confiesa: "No era consciente, estaba en otra tesitura. No entiendo como no pude darme cuenta de la realidad"", asegura el letrado Francisco Miranda. La perspectiva de permanecer en prisión otros treinta años, que podría reducirse si dentro de un tiempo se le cambia de régimen, la encara "con resignación cristiana, con responsabilidad y la asunción del daño ocasionado", según indica el abogado asturiano.

Trashorras es ahora un cristiano evangelista convencido. "Es que estoy arrepentido de corazón. Hay que arrepentirse para crecer, y confesar los pecados para crecer. Hice mal y he afectado a muchas personas", asegura José Emilio Suárez Trashorras en un testimonio de fe publicado el año pasado en la revista de la Asociación Evangélica "Nueva Vida", que se cuida de la vida espiritual de los reclusos de la prisión cántabra de El Dueso. En el texto, Trashorras relata la historia de su conversión a la fe evangélica, que se inició con el abrazo que le dieron en la primera de las reuniones a las que acudió. Con numerosas citas evangélicas, el exminero avilesino describe su vida anterior.

"Vengo de una familia católica e ir a la iglesia los domingos era primordial. Pero yo siempre me lo saltaba. Había un bar cerca de la iglesia y allí nos reuníamos todos los amiguetes. Nos escaqueábamos y dejábamos a nuestros padres ir a la iglesia. Yo nunca escuché la Palabra. No sabía nada de ella, no sabía quién era ni Pablo ni Silas; sabía quién era Jesús y poco más. Yo no edifiqué sobre la Roca, edifiqué sobre la arena y grande fue mi ruina", asegura Trashorras.

El proporcionador de los explosivos del 11-M continúa con la descripción de una juventud a la deriva. "Cuando fui creciendo hacía lo que me apetecía, dejé los estudios porque me apetecía, sin dar explicaciones a nadie. Empecé a trabajar con mi padre; ganaba mi buen sueldo y ya pensé que era el rey de todo (...) Yo creí que con ganar dinero desde joven y querer superar a mi padre -porque mi afán era ese- tendría todo arreglado. Siempre fui por mal camino. Desde los trece o catorce años me fui juntando con malas compañías, amigos que me llevaron a prostitutas, que me introdujeron a la cocaína. La Palabra de Dios no existía para mí. Teníamos una Biblia en casa, muy grande, muy guapa, pero no la abrí nunca. Para mí, pecar no era pecar, era pasarlo bien, pasarlo bien con los amigos, gastar dinero", relata un arrepentido Trashorras.

Luego, un salto sobre los terribles acontecimientos que le llevaron a prisión. "Cuando llegué a El Dueso vine derrumbado, me sacaron de León donde estuve tres años y donde tenía amigos. El primer día que fui a una reunión alguien me dio un abrazo. No lo entendí y pensé: "Pero bueno, éste ¿qué hace ahora abrazándome?"", relata. Fue el primer impacto. Luego vendría otro. "Tampoco se lo tomé muy en serio a la primera persona que me habló de Jesús, pero ese primer día, un voluntario me habló y me dio su testimonio. Eso no se podía negar, no podía negar que la palabra de Dios había hecho efecto en una persona y había cambiado su vida, que a lo mejor se podía parecer bastante a la mía, también podía cambiar la mía. Empecé a escuchar y vi que nada de lo que me decían me podría hacer daño", señala.

Las referencias a su vida familiar son constantes. "Mi padre siempre decía: "La iglesia no siempre hace bien, pero tampoco hace daño". Así que empecé a escuchar. Cosas como Jeremías 33:3: "Clama a mí y yo responderé; te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces". Empecé a escuchar la palabra, y a leer mi biblia, ilusionado, y vi que funcionaba porque empecé a pedirle cosas a Dios y me contestaba las cosas que le pedía", asegura.

Una de las cosas que le pidió a Dios fue que no hubiese más cambios. "Quería tranquilidad y la he tenido. Quería tener buenos compañeros y los he tenido; yo venía de módulos muy conflictivos. Empecé a leer el libro "Libre entre rejas". Lo que decía me llenaba. La vasija tiene estar vacía del todo para poder llenarla de otra cosa, me di cuenta de que algo estaba cambiando en mí. Ya no pensaba en los amigos que me decían: "Cuando salgamos de aquí, ya verás la que vamos a armar". No pensaba en las drogas".

Trashorras llega a asegurar que desea salir de la prisión y la oración quizá puede brindárselo. "Quiero salir de aquí y vivir una vida normal. (...) No conozco a muchos creyentes, pero los que conozco me dicen que Dios tiene un propósito para mí, y yo sé que lo tiene porque mi vida ha cambiado y ha cambiado desde hace un año. Yo le he dicho a mi madre que es desde que vengo al culto y me relaciono con gente cristiana".

Incluso lanza un consejo a los jóvenes: "Aconsejaría a los chavales que escuchen, que escuchen los testimonios que les pueden contar los voluntarios, que lean la biblia, que lean muchos libros cristianos, que vean películas cristianas. Riqueza posiblemente no vamos a tener, posiblemente tengamos una vida austera, pero sí vamos a ganar en tranquilidad".