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Veinticinco años de la visita de Juan Pablo II (1)

La caricia indeleble del Papa santo

La fascinación por Karol Wojtyla sigue viva en Asturias, lo mismo entre las dos niñas a las que dio su primera comunión en Covadonga que entre los mineros que le entregaron ofrendas

Juan Pablo II, el 20 de agosto de 1989, orando ante la Santina. LNE

"Cuando me acarició, su mano me pareció de algodón, aterciopelada, como si no tuviera huellas dactilares". La fascinación por el Papa Juan Pablo II sigue viva en Asturias veinticinco años después de su visita. Niñas de primera comunión o mineros curtidos en las entrañas de la tierra, alcaldesas, jardineros o monjas. Todas las personas consultadas por este periódico que tuvieron contacto, por breve que fuera, con el Papa Wojtyla guardan entre sus recuerdos más emotivos una mirada, un saludo, una bendición, una caricia, una palabra del Papa santo. Y en todos los casos se repiten los mismos adjetivos: serenidad, bondad y ternura. Era, según afirman, lo que desprendía.

Dos niñas de 9 años, Pilar Galán y Nuria Coviella, llevan a orgullo haber recibido la primera comunión de manos del Papa. Estaban preparando el catecismo cuando se supo de la venida del Pontífice. A Pilar se le ocurrió que bien podría darles la comunión. Las monjas la animaron a escribir una carta, y así lo hizo, de su puño y letra. La firmaron las dos niñas y, de manera inesperada, hubo contestación: el Papa estaría "encantado" de darles la primera comunión.

Pilar Galán, hoy casada y con dos hijos, recuerda varias cosas de aquel día. Primero, que tuvo que madrugar "mogollón", como a las cinco de la mañana. Y que tuvo que esperar más de cinco horas hasta comulgar. Había que pasar mil filtros. Pilar tuvo suerte, su padre, José Luis Galán Serrano, "manitas" oficial del santuario de Covadonga, había sido llamado para realizar la ofrenda, así que lo tuvo siempre cerca. "Justo delante de mí estaba el entonces Príncipe Felipe. Le dieron la comunión antes que a mí, así que dije: 'Vaya morro'. El Príncipe me miró y sonrió, como diciendo 'esta pobre ahí esperando y van y me cuelan'", rememoró Pilar. Luego llegó su turno. Comulgó y el Papa le acarició la cara: "Su mano parecía de algodón, aterciopelada", indicó.

Nuria Coviella, hoy militar, vivió la jornada de forma casi idéntica a su compañera. "Me levantaron tempranísimo y sólo me pudo acompañar mi madre hasta un punto, en el que ya me quedé sola", señaló Nuria, que afirma que el recuerdo más intenso que tiene de la jornada es que el Papa la acarició. "Recuerdo que puso su mano en mi cara. Fue una sensación emocionante. Tenía la mano muy suave. Sólo me acuerdo de que me tocó, y después nada más", añadió Nuria, que compara aquella sensación a la de que la hubiera tocado "un ángel". "Me da mucha ternura. Porque eso era lo que desprendía el Papa, ternura, bondad, serenidad", resaltó.

Especial fue también aquel 20 de agosto de 1989 para Ana Belén Avín Amieva. Ese día se casó. En Nueva de Llanes. Y ella, su marido, Jorge Suárez González, y sus 198 invitados celebraron el convite en la finca "Villamaría", en Cangas de Onís. A media tarde se oyó un helicóptero. Era el Papa. Así que novios e invitados salieron a la carretera. "Y por allí apareció Juan Pablo II, en su papamóvil. Al verme vestida de novia se detuvo, lanzó una bendición y se marchó", afirma Ana Belén, quien recuerda que unos guardaespaldas registraron todo de arriba abajo en el restaurante. Incluso el ramo de novia. Y le propusieron que se lo regalara al Papa. No quiso. "Es un recuerdo muy grato y para toda la vida. Tanto nosotros como los invitados estábamos encantados", añadió. La entonces novia señaló ayer que en estos veinticinco años no ha cambiado de marido y, además, ha tenido una hija, así que aquella bendición "funcionó", añadió con gracia.

Sor María fue una de las encargadas de velar por el bienestar de Juan Pablo II en la Casa de Ejercicios de Covadonga. "Recuerdo el momento de su llegada como si fuera hoy. Nos miró a todos con esos ojos maravillosos que tenía, mientras nos daba uno a uno la mano. Estaba enfermo, pero eso no le impidió ser amable y cercano con todos los que le esperábamos", cuenta.

Sólo quedan tres hermanas de las que atendieron con sumo cuidado al Pontífice y a su equipo. "Llegó por la tarde y se retiró porque tenía fiebre. Sólo entraba en su habitación el sacerdote que le atendía. Esa noche, le servimos la cena a su secretario, que luego se juntó con el resto de invitados a tomar café", recuerda sor María. Pero a la mañana siguiente todo cambió. "En cuanto nos despertamos, nos pusimos a prepararle el desayuno. Queso, mantequilla, café, pan y fruta. Ya estaba totalmente recuperado". Antes de empezar a preparar la comida, consiguieron escaparse hasta la basílica para escuchar la misa presidida por Juan Pablo II.

"Fuimos las últimas en salir de la casa, menos mal que nos habían dado unos distintivos y nos habían guardado sitio. Además, en ese tiempo, tuvimos la suerte de hacerle la cama, ordenar sus cosas y arreglar sus ropas", explica sonriente. "Nos dijeron que iban a ir a los Lagos y les preparamos unas cestas con comida. Pero cuando el Papa llegó a la casa, dijo que no era lo correcto y decidieron comer aquí. Recuerdo que había empanada y arroz con leche. Él estaba feliz y contento y nosotras más. Es una experiencia única". Mientras el Papa realizaba su visita a los Lagos, sor María se encargaba de planchar la sotana que traía en la maleta. "Cuando bajó para despedirse, iba todo guapo con ella. Nos dio un rosario y la mano de nuevo a todos. Fue un encuentro muy privado, sencillo y cercano. Como era él", asegura.

También el abad de Covadonga, Juan José Tuñón, guarda un grato recuerdo de la visita. "Como el aeropuerto está en el terreno de una de mis parroquias, Santiago del Monte, me invitaron a formar parte de la comitiva que le recibía en la escalerilla del avión. Fui el primer sacerdote que lo saludó. Fue una experiencia muy intensa, era algo que se esperaba con gran ilusión en Asturias". Recuerda perfectamente las palabras que le dijo al Papa aquel día de agosto. "Fue un saludo de cortesía: 'Bienvenido a Asturias, Santo Padre'". Pero esas palabras se volvieron inolvidables, al igual que el cariño que Juan Pablo II dedicó a los niños que le acompañaban. "Llevamos a un grupo de niños de la parroquia y se entretuvo mucho con ellos. Fue acariciándolos uno a uno. Ellos estaban muy emocionados", afirma.

Cipriano Alonso y José Domingo Díaz recibieron una llamada de don José Argelio, por aquel entonces párroco de Moreda, cuando sólo faltaban unos días para que el Papa visitara Asturias: "Nos dijo que necesitaban a dos representantes de la mina para llevar unas ofrendas al Papa y nosotros accedimos a acudir a la misa que ofició en La Morgal", explicó Díaz. Con ese escueto contacto telefónico, empezó a fraguarse uno de los días más inolvidable de sus vidas.

Colgaron el teléfono con don Argelio y avisaron a su círculo más cercano: "Algunos no me creyeron cuando les dije que iba a ver al Papa", bromeó Díaz. Pero era cierto, y Hunosa también puso su granito de arena: "La empresa decidió las ofrendas y consideró que una piedra de carbón y una lámpara de mina serían los objetos más significativos", añadió Alonso, que fue el encargado de llevar el trozo de mineral. Su compañero, José Domingo Díaz, tenía que entregar a Wojtyla una lámpara muy original. "Era de gasoil, pero la habían arreglado unos compañeros del pozo Santiago. Quedó muy guapa", explicó.

Entre tantos preparativos, el día de la misa del Papa llegó muy rápido. Los mineros tenían que vestirse para la ocasión, "con una funda limpia y un casco con la luz", y entregar los obsequios al Pontífice durante el ofertorio. Cuando llegó el momento, y contra todo pronóstico, Díaz decidió saltarse el guión.

El allerano había estado trabajando en Roma y dominaba el italiano, así que aprovechó para ponerlo en práctica: "Le dije que nuestro regalo era muy especial, ya que él también había sido minero". La respuesta del Papa, que en su juventud había trabajado en una cantera, fue escueta y afable: "Più o meno" (más o menos). Después, para no dar lugar a equívocos, dijo en un claro castellano que "daba su bendición a todos los mineros".

Los dos alleranos, que rondan los 80 años, tienen el recuerdo de aquel día grabado a fuego en la memoria. Aseguran que, a pesar del gentío que abarrotaba La Morgal, el Papa les hizo sentir muy serenos.

Unas semanas después, todos los que tuvieron contacto con el Papa recibieron unas fotos de recuerdo desde Roma. Todos guardan esas imágenes como oro en paño.

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