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En corto y por derecho

Álvarez-Nóvoa, terror en Radio Oviedo

Carlos Álvarez-Nóvoa, el actor de La Felguera fallecido el martes en Sevilla, dejó muchos recuerdos de su paso por Oviedo, en el teatro universitario y también en Radio Oviedo, en los años sesenta del siglo XX, donde compartió micrófonos y lectura de anuncios con Menchu Álvarez del Valle, abuela de reina de España y bisabuela de princesa de Asturias y de infanta de España.

El inolvidable Emilio López Tamargo, periodista deportivo de radio y de televisión, le dedicó un capítulo en el libro "Desventuras radiotelevisivas" en el que califica al protagonista masculino de "Solas" de "bromista incansable", peligroso por su "exuberante ingenio". Uno de sus clásicos era engañar al otro lado del cristal que separa el locutorio del control técnico. Cuando el operador de control abría el micrófono, Carlos Álvarez movía los labios pero sin emitir sonido, lo que hacía que el operador, nervioso, llamase muy apurado al jefe técnico. A veces, se escondía bajo la mesa del locutorio un minuto antes de su intervención, lo que hacía que el "control" saliese corriendo y dando voces a buscarle por toda la emisora. En una ocasión dejó en la papelera del locutorio un papel de los que envuelven el queso de Cabrales para provocar en la pareja siguiente dudas mutuas sobre la higiene y el olor corporal.

De sus capacidades interpretativas supo un técnico novato que llegó un domingo a encargarse de servir la programación "enlatada" para después del informativo nacional de las dos y media de la tarde. Cuando el novicio llegó al quinto piso del número 9 de la calle Asturias, las ventanas abiertas para defenderse del calor, Carlos Álvarez estaba despotricando solo contra la miseria que cobraba y los crecientes recortes presupuestarios de la emisora. El joven fue haciendo los preparativos y el cabreo de Nóvoa iba in crescendo. En su do de pecho, cogía furioso las bolsas que contenían las cajas con las latas de la programación y las arrojaba por la ventana a un patio de luces inaccesible en el día descanso del portero. Carlos Álvarez descabalgó de la cólera cuando vio al chaval echarse a llorar por el miedo a perder su trabajo, le aclaró que las bolsas arrojadas estaban vacías y sacó de su escondrijo las buenas.

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