Margarita -nombre ficticio por su expreso deseo- tiene 51 años. Era una mujer "normal, como todas", que vivía con su pareja desde hacía años y que tenía una vida profesional con la que se sentía satisfecha. Era una "consumidora social" de alcohol. "Lo típico, salir los fines de semana a tomar unas botellas de sidra, o unos vinos. Sin más".
Pero todo se empezó a torcer a raíz de su separación hace unos cuatro años. "Entré en una depresión por la que me tuve que poner a tratamiento. Pero en vez de ir a mejor, lo que ocurrió fue que empecé a beber a diario. Sin darme cuenta aquello empezó a ir a más. Respetaba los horarios de mi trabajo, pero después me dí cuenta de que me encerraba en casa, me aislaba, no quería hacer nada ni tenía ganas de nada, y bebía", relata Margarita "ahora que ya estoy bien y puedo hablar de ello con tranquilidad".
Ella era consciente de su situación, pero no se atrevió a dar el paso hasta que su familia y sus amigos la animaron a acudir a salud mental, donde le informaron de que había programas para la rehabilitación de adicciones. Al día siguiente acudió a uno de los centros de UNAD.
"Hice una entrevista y me abrieron los ojos. Ví que se me proporcionaba ayuda, que es difícil reconocer que se tiene una adicción pero que me podía ayudar", asegura Margarita. "El proceso es muy duro. Yo fuí incapaz de abandonar el alcohol de la noche a la mañana. Fue un proceso muy lento. Pero es posible conseguirlo. Hay que ser muy constante, tener mucha fuerza de voluntad y contar con un equipo de personas maravilloso que te apoye y te acompañe y un entorno de compañerismo como el de estos centros para que te sientas comprendida", explica esta mujer.
Margarita está convencida de que "hay muchas mujeres que necesitan ayuda y que no se atreven a dar el paso por cómo nos juzga esta sociedad". Pero también está convencida de que "tienen que convencerse de que hay solución, y que si quieren, pueden conseguirlo".
