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Crónicas viajeras (y II)

Caprichos románicos del viejo reino

La capital zamorana, con toques de gran monumentalidad en todo su recorrido urbano, se adapta también a las nuevas tendencias de la gastronomía

Caprichos románicos del viejo reino

La privilegiada situación de nuestro hotel en la Plaza del Mercado nos introduce sin necesidad de preámbulo alguno en cuatro ejemplos de la excelente arquitectura de la ciudad.

Desde el propio hotel, antigua Casa Bobo, que fue sede del diario "La Opinión-El Correo", vocero imprescindible del pasado y del presente de Zamora, admiramos el Mercado de Abastos con sus grandes arcadas de ladrillo rojo cerradas con vidrio que aporta luz al interior y monumentalidad a la fachada.

Junto a estos dos edificios, ambos de Segundo Viloria, y sin salir de la plaza dos señaladas obras del arquitecto catalán Francesc Ferriol: el edificio Aguiar, proyectado un año después de su llegada a Zamora como arquitecto municipal en 1908, y el edificio Ufano, en su esquina con la calle Traviesa. Caminamos, mapa en mano, por Cortinas de San Miguel y M. Romero para iniciar el recorrido desde la esquina entre la avenida de Portugal y la calle Santa Clara a través de esta última en orden decreciente de numeración, un paseo exploratorio por la gran arteria comercial y urbana de la ciudad.

Nos detenemos en el edificio Andreu de G. Pérez Arribas, contemplamos el edificio Matilla y el antiguo Banco de España (actual Caja Duero), también del anterior arquitecto.

Una grata sorpresa: un edificio moderno de Caja España de F. Somoza, buen ejemplo de austera ornamentación y perfecta integración con sus colindantes. Penetramos en la iglesia de Santiago del Burgo, Románico tardío (siglos XII-XIII), recientemente reestructurada y liberada parcialmente de su entorno, prácticamente engullido por las edificaciones del ensanche.

Pasamos por delante del Banco Herrero, historicista heterodoxo de Enrique Crespo. A la izquierda, a la altura de la Plaza del Maestro Haedo, la imponente presencia del antiguo Casino de Miguel Mathet, edificio ecléctico con toques modernistas de gran monumentalidad que en su fachada principal recuerda lejanamente al Otto Wagner en su primera etapa. En la Plaza de Sagasta se concentran varios edificios singulares vinculados con el auge comercial que vivió la ciudad en el primer cuarto de siglo, promovidos por prósperos comerciantes e industriales harineros: anotamos un edificio de Francesc Ferriol, esquina a la calle Quebrantahuesos y dos obras contiguas de G. Pérez-Arribas. En el lado norte, el emblemático de "Las Cariátides", conviviendo todos ellos con otras obras historicistas que singulariza en su diversidad de estilos el interés de la plaza.

Giramos a la derecha por la Plazuela del Frasco, antigua plaza de la carne y el pescado hasta su traslado al Mercado de Abastos, y la calle San Vicente con la iglesia del mismo nombre, encajonada entre callejuelas, totalmente reformada en el siglo XVI con una interesante portada y una esbelta torre que, en palabras del poeta asturiano, afincado en León, Antonio Gamoneda, es " la más noble torre románica de Zamora". A su lado descubro una pequeña joya: el Teatro Principal, al final de un fondo de saco con la calle Riego.

Llegamos a la Plaza Mayor, que produce una sensación visual de extrañeza: la de tener una especie de isla en su centro. Sin embargo la preservación de la iglesia de San Juan, superviviente del Plan Ferriol, el Ayuntamiento y el edificio que aparece esquina a Balborraz crean un marco muy grato que nos acompaña mientras disfrutamos en la terraza de Caprichos de Meneses de algunas de las abundantes delicias de la gastronomía tradicional zamorana.

Reconfortados en cuerpo y alma, continuamos por Ramos Carrión observando notables edificios de diferentes estilos y épocas: antigua Diputación, Teatro Ramos Carrión, Palacio de los Condes de Aliste (actual Parador de Turismo). En el entrante de la Plaza de Viriato, el Palacio de la Diputación Provincial (antiguo Hospital de la Encarnación), en cuyo balcón mi mente agnóstica, tiempo atrás, se emocionó con la coreografía de la procesión del Silencio después de haber recorrido la ciudad de la mano culta y amable del entonces Cronista Oficial de la Ciudad.

Continuamos por Rúa de los Francos, disfrutamos de la ornamentación de la portada meridional de la iglesia de la Magdalena y su gran rosetón. En su interior cuasi gótico por su volumetría, una cubierta de madera muy bien conservada.

A través del Paseo de los Notarios accedemos a la Plaza de la Catedral. Solar de gran valor estratégico, en las inmediaciones del castillo, al lado de la vía de la Plata y de la puerta Óptima del recinto amurallado, sirve de asiento a la Catedral de San Salvador (1151-1174). Su original cimborrio, "sin rival en tierras occidentales", según Gómez Moreno, y su extraordinario interior con antecedentes en la Córdoba califal sorprende y enamora a la vez. Bordeamos el Castillo de Doña Urraca, el Palacio de Arias Gonzalo o Casa del Cid y nos permitimos un breve descanso en el mirador sobre el río, observando el puente nuevo.

Caminamos. Corral de Campanas, Travesía de Troncoso y la Puerta del Obispo nos llevan a la Plaza de Fray Diego de Leza. Después de una breve visita a la iglesia de San Pedro y San Ildefonso tomamos la Cuesta de Pizarro hacia la Plaza de Santa Lucía. Contemplamos la fachada del Palacio del Cordón (Museo de Zamora). La imposibilidad de acceder al interior nos obliga a ganar altura para tratar de obtener una visión del conjunto desde el mirador de la iglesia de San Cipriano. Las rotundas formas cúbicas y la exquisitez en la elección de los materiales en la intervención de Tuñón y Mansilla, de quienes admiramos tanto su Auditorio como el Museo de Arte Contemporáneo en León, nos generan dudas e interrogantes por su integración en el resto fachadista del conjunto, aunque el espacio dispuesto para la ampliación moderna era difícil con el añadido del gran talud que lo cierra al fondo.

Cruzamos la calle de Claudio Moyano, seguimos por Ramos Carrión con la intención preterida que no olvidada de bajar por Balborraz, la antigua arteria comercial de la ciudad.

Delicadamente conservada y restaurada por Lucas y Somoza, premio "Europa Nostra", conserva dos obras de Ferriol y de Mathet, pero lo que realmente subyuga es la contemplación en perspectiva de esa pronunciada arteria. Su callejeo, sus casas de dos plantas -bajo comercial y vivienda- que, aunque pertenecen a fines del siglo XIX y principios del XX, transmiten un halo de autenticidad como si los artesanos y comerciantes siguieran ocupando las viviendas y ejerciendo sus funciones tradicionales.

Atraídos por la fuerza de la toponimia nos perdemos por el intrincado dédalo que forman la calle de La Plata, del Oro, Caldereros, etcétera, tratando de identificar algún signo superviviente de la antigua judería.

Al borde del agotamiento atravesamos San Julián del Mercado, Santa María de la Horta y a través de San Andrés llegamos al hotel.

Breve pero reconfortante descanso y salimos a cenar. Elegimos la calle Herreros por su bullicio y la presencia de un gentío heterogéneo y vivaz; en La Sal damos cumplida cuenta de un surtido de sugestivos pinchos y tapas sin que falten las mollejas; el resultado reafirma nuestra observación de que la gastronomía local ha sabido adaptarse a las nuevas tendencias culinarias impuestas por la crisis y el consiguiente cambio de hábitos en la sociedad. Gozamos de la colaboración de una excelente camarera que, además de ayudarnos a elegir, nos relata sus conexiones y frecuentes visitas a Asturias. Sentimos que estamos en casa.

A la mañana siguiente, de camino a nuestra cita en Bodegas San Román de Maurodos, D. O. Toro pero con el terrazgo en Valladolid, intento ordenar mis impresiones sobre Zamora y su evolución en los últimos ocho años transcurridos desde mi última visita.

La ciudad, que ha forjado su monumentalidad y carácter en la presencia de un prolífico Románico tardío que ha sabido conservar en gran parte, ha gozado de una segunda edad de oro de la arquitectura, particularmente en el periodo entre 1875 y 1930 caracterizado por una feliz connivencia de estilos: historicista, ecléctico y modernista de un gran nivel arquitectónico en todos los casos. Expresado en palabras de Álvaro Ávila de la Torre, autor de una excelente investigación sobre el tema: "... La alta calidad y la rotundidad de sus obras modernistas y la riqueza de su patrimonio ecléctico" constituyen una nota característica de la ciudad. Zamora, fundamentalmente agraria, de escasa industrialización, con la única excepción, quizás, del sector harinero de primera transformación del cereal que propició un enriquecimiento en ámbitos empresariales de este sector sorprende al viajero ocasional que trata, infructuosamente, de entender cómo ha podido consolidar un patrimonio modernista y ecléctico tan exuberante que la sitúa, sin duda, a la cabeza de las ciudades de la España interior.

La influencia azarosa (?) de una pléyade de extraordinarios arquitectos: Ferriol, Viloria, Pérez-Arribas, Crespo, Mathet, entre otros, dos de ellos ejercientes como arquitectos municipales, Francesc Ferriol y Gregorio Pérez-Arribas, me reafirma en la importancia del talento y la firme determinación profesional para lograr esa difícil integración entre proyecto arquitectónico y creación de ciudad en un escenario, quizás, yermo de agentes promotores, otra presencia casi imprescindible para lograr el objetivo.

Esta integración feliz se produce en Zamora, actuando, en muchas ocasiones, sobre solares difíciles, sinuosos, de reducida fachada a los viales más importantes, y, sin embargo, contribuyen tanto al proceso de regeneración urbana como a la funcionalidad del proyecto en su amplia gama de diversidad de usos de los encargos.

El resultado es un marco arquitectónico que constituye un organismo vivo en el que se desarrolla la vida cotidiana de la ciudad y sus gentes.

Pero este gran legado se complementa, además, con una excelente gestión de la herencia recibida. Las acciones de regeneración acometidas y los aportes de nuevos proyectos de los arquitectos contemporáneos han conseguido mantener, en general, un escenario urbano estéticamente admirable, cargado de significados pero vivible, con multiplicidad de usos; una labor realizada a lo largo del tiempo con la contribución de personas documentadas que interpretan la ciudad desde la cercanía y la pasión. Citaré como profesional que los puede representar, y son muchos, a Paco Somoza.

Es época de recogida del fruto. En la bodega y antes de sufrir el "despalillado" y a pesar del sabor del último café, damos cuenta de un sabroso racimo mientras escuchamos las explicaciones del encargado, antes de proceder a catar dos de sus vinos.

Es el final de la mañana y para cerrar nuestro periplo y a modo de inexcusable broche de oro gastronómico ponemos rumbo a Castroverde de Campos, donde Cecilio en El Labrador, ahora ya en su nueva instalación, oficia de anfitrión y nos habla, además de darnos de comer exquisitamente, de sus "cuchipandas" en Asturias y nos transmite efusivos saludos para sus amigos de aquí, parte florida de los mejores representantes de la cocina asturiana y universal.

Regresamos repletos de experiencias y emociones y la sensación vivida de pertenecer y participar con la tierra y el paisanaje que visitamos a una comunidad intangible de intereses y sentimientos como si el poso residual de nuestra pasada pertenencia al mismo reino propiciase nuestro común reconocimiento.

La Zamora románica, modernista y ecléctica, la ciudad de las cigüeñas, la "bien cercada", ha tenido, de nuevo, la suerte de encontrar unos gestores que han sabido cuidar y acrecentar la herencia recibida.

Ya en Asturias pienso que Zamora bien merece una nueva visita.

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