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Arquitectura personal (y 2) | ANA MULLER | Fotógrafa

"Para despegarme de la mirada fotográfica de mi padre, tuve que mirar a otros objetos"

"Mi hermano Nicky, ocho años menor que yo, fue el bebé que tuve; su muerte, de un cáncer fulminante, fue el principio del fin de mi padre, con el que vivía en Llanes"

Ana Muller, en su casa de Oviedo. MIKI LÓPEZ

Ana Muller (Madrid, 1948) es una de las grandes fotógrafas españolas y, a su vez, la hija de uno de los grandes fotógrafos de España, el húngaro Nicolás Muller. "Encargada" en Llanes por sus padres, estuvo casada en Oviedo, donde trabajó y adonde ha vuelto, hace tres meses, a disfrutar su retiro en una casa llena de luz que comparte con dos perros teckel "Kodak" y "Fuji".

-Cuente su relación con Llanes.

-Allí están todos los veranos de mi vida, salvo uno de Masnou, otro de Santander y un tercero de Palma de Mallorca. En 2000, tras la muerte de mi padre, dejé de ir. En Llanes conocí al que iba a ser mi compañero, Guillermo, y me fui a vivir con él en 1968, con gran escándalo. Mi madre se escandalizó, mi padre hizo que se escandalizaba -lo habíamos hablado- y en Oviedo sólo lo contábamos a los amigos.

-Luego se casaron.

-Cinco años después de vivir arrejuntados. Fue en la iglesia de Andrín, previa firma de un documento, que entregamos a un notario diferente cada uno, en el que decíamos no creer en el sacramento del matrimonio, lo que nos hubiera servido para anularlo... de no haber venido el divorcio.

-¿Por qué se casaron?

-Para no separarnos. Vivíamos juntos en Madrid, Guillermo acabó la carrera, quería venir a Oviedo y evitar el rechazo. Era 1975. Él estaba en su salsa; a mí me costó un poco más, aunque tenía a los amigos. Puse estudio en casa e hice mis primeras exposiciones individuales. Gustaron pero no vendí nada, trabajé para Cerámica de San Claudio y fui reportera en "Asturias Diario" en 1979.

-Otro tipo de fotografía.

-Con la que aprendí a expresarme en una sola imagen. Fue el único trabajo fijo de mi vida. Duró un año porque el periódico cerró. Pasé a tener trabajos puntuales... un libro, retratos, calendarios. Recorrí Asturias en coche de arriba abajo. También llegó el momentazo de la separación después de diez años juntos, por desgaste. Volví a tener vida propia. Me quedé en Oviedo, tan a gustito, con un paro de dos años que era el sueldo casi íntegro. Esas 30.000 pesetas daban para vivir.

-Volvió a Madrid en 1980.

-Me llamó mi padre, que quería jubilarse. Él había dado un bajón cuando vine a Oviedo y lo dejé solo en su negocio, aunque seguí ayudándole por correo. Él tenía 62 años. Entonces ya había camaritas que popularizaron la fotografía y revelado automático y el fotógrafo de estudio notó la crisis. Vi su desgaste y su falta de interés, se fue despegando de su vocación... Mientras yo iba a más, él iba a menos.

-¿Le gustaba lo que hacía usted?

-Sí, decía con orgullo que era el padre de Ana Muller.

-¿Cómo fue el relevo?

-Me dijo: "Aprovecha el estudio de Madrid. No quiero saber más de la fotografía. Quédate lo que te venga bien y vende todo lo demás". Eso hice. Nunca más cogió una cámara de fotos.

-¿Cómo logró despegarse del estilo, de la mirada fotográfica, de su padre?

-Mirando para otros objetos: la arquitectura y el fotorreportaje. Teníamos intereses diferentes. Me costó no hacer las fotos que hacía él porque sentía que sólo lograba réplicas mediocres.

-Fotorreportaje.

-Soy muy tímida, no "robo" fotos, pero en el periodismo no eres tú, eres el medio, y si vas al incendio sacas al que llora porque ése es tu trabajo.

-¿Qué le parece que cualquiera haga y publique la foto de cualquier cosa?

-Estoy feliz con mi smartphone y hago unas fotos muy monas con él. Como todo, puede ser muy útil o muy dañino. No soy capaz de hacer fotos de personas o sucesos y colgarlos en la red. A la vez, en la red estoy descubriendo fotógrafos maravillosos, desconocidos, aficionados, con un sentido fantástico de la oportunidad, el disparo, la composición y la luz.

-La arquitectura.

-Amigos que tienen que ver con la profesión hicieron que me interesara y se arriesgaron a que pusiera mi cámara y mi intención para hacerles algo. En la foto de arquitectura hay menos imposiciones, no hay que quitar ojeras ni una mancha en la nariz.

-El Madrid de los ochenta.

-Encontré un estudio semiabandonado, sin trabajo, grande, frío y con una vitrina en la "Milla de oro" que me dio de comer. Allí colgué las fotos y la gente volvía. Fui consiguiendo trabajo, amigos nuevos, historia buenas y, entonces, me llamaron de Oviedo.

-Claro, estaba en Madrid...

-Tuve muy buenos encargos. "Un viaje hacia el Norte", un libro para Feve; "Asturias, otra mirada"... "Arquitectura de indianos". También hice retratos a gente con buen gusto y capacidad adquisitiva.

-Y Almodóvar.

-Conocí a Pedro Almodóvar en Oviedo, donde creo que hizo el estreno mundial en una sala de cine de "Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón", su primera película. Me pareció encantador, listísimo e ingeniosísimo, nos caímos bien y nos dijimos aquello de "A ver si algún día trabajamos juntos".

-Y se cumplió.

-Hice la foto fija de "Entre tinieblas", las imágenes que vendían la película entonces, cuando había carteleras. Por lo demás, los ochenta fueron años estupendos, pero yo no fui muy moderna. Más bien me gustaban la música clásica y "Supertramp".

-¿Hubo cambios importantes en su vida personal?

-Ya no. No tuve una relación desde que me declaré independiente en Oviedo. Me apaño muy bien con mi soledad y no me siento sola en ningún momento. Venía a Asturias a ver a mi padre, que vivía solo, cuidaba de su perro, comía caliente -Rufi le hacía la comida- y se manejaba bien. Le gustaba recibir y tener amigos. Lo más grave en mi vida fue, primero, la muerte de mi hermano pequeño.

-¿Cómo fue?

-Nicky nació cuando yo tenía 8 años. Mi madre me lo encomendó en seguida: "Éste es tuyo, se le da de comer, se le cambia"... Fue mi bebé, el que tuve. Estoy en sus primeros años, en llevarle al colegio y siempre tuvimos buena relación. Nicky, traductor "free lance" y un loco del ordenador, se vino a vivir con mi padre para cuidarlo. Pero enfermó de cáncer y murió en tres meses, en 1998. Fue el principio del fin de mi padre, que ya tenía achaques.

-Eso le dejó a usted un frente abierto en Andrín.

-En 1999 fiché a una pareja de médicos ucranianos, ilegales, y fue genial: lo cuidaron como a un príncipe. Se vendió la casa para que no le faltara de nada. Fue un enfermo encantador que, en el último momento, se durmió.

-En el año 2000.

-Yo tenía 52 años. Quería venir a Asturias, pero en Madrid tenía un buen trabajo, opciones estupendas con Ferrovial, ingenieros, arquitectos. Había hecho el seguimiento del Guggenheim, el del Museo Picasso en Málaga, trabajos para Aena en el aeropuerto de Barajas. Ignacio García-Arango me llamó para fotografiar la construcción del puente de "La Regenta", en Cadavedo. Son lo que llamo "Los años del polvo en suspensión", porque tragué mucho en las obras. Fue muy emocionante.

-¿Y entonces?

-En 2003 llegó la fotografía digital. Me negué a incorporarla hasta que unos amigos me regalaron una cámara pequeña para que me pusiera al día. No pesaba, hacía y veía la foto en el acto... De ahí pasé al ordenador, donde se vive tan bien que ni siquiera hace falta viajar.

-¿Qué la trajo de vuelta?

-Había superado la crisis de 1992 a 1994, que fue horrible, cerré el estudio momentáneamente y remonté, pero la crisis actual, ya no. El archivo de mi padre -que custodié, protegí del deterioro y contabilicé durante todos estos años- lo vendí al Archivo Regional de Madrid por menos de lo que vale, pero para que esté bien custodiado y sea público. Con ese dinero vine aquí hace tres meses.

-¿Por qué volver?

-Me gusta, tengo amigos y estoy en una casa estupenda, llena de luz. Soy una pensionista feliz dedicada a ordenar mi archivo. Cuando acabe, me desharé de él. Ojalá repose junto al de mi padre. Entonces seré voluntaria en un refugio de animales.

-¿Qué tal siente que le ha tratado la vida hasta ahora?

-Estupendamente. Me encantó vivir la época que me tocó, en tiempos de paz, con lo difícil, lo malo, lo cutre, y ser ahora una persona con cierta cabeza y experiencia, siendo yo misma, independiente y capaz de hacer lo que se me ha encomendado.

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