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En llamas | Las secuelas del desastre

Desolación en la "zona cero" del gran incendio del Occidente

Los empresarios forestales reclaman que se aborde la "chispa" real del fuego: la escasa productividad de un monte sin mantenimiento

Al norte de Brañalibrel (Boal), buena parte del paisaje luce color negro calcinado. La aldea perdida en el paisaje prosigue su ritmo vital y laboral, y los vecinos tienen -dicen- pocas ganas de hablar. Es el kilómetro cero del principal de los incendios que colapsaron el pasado sábado el Occidente asturiano. En algún punto cercano a Brañalibrel el fuego nació -quizá por mano experta-, se agigantó y acabó, avivado por el viento sur, casi en el mar.

A doscientos metros de la aldea, aún con el olor a chamusquina prendido en el ambiente, se abre un antiguo cortafuegos que el tiempo convirtió en puro prao. Es una estampa desoladora pero que nos dice mucho. Según se asciende el pinar de la izquierda está irremediablemente muerto por el fuego. Son pinos plantados hace unos quince años, pero nunca mantenidos. Crecieron llenos de nudos, con un sotobosque espeso. Lo ideal para las llamas.

Al otro lado del cortafuegos, el monte también quemó, pero los efectos no fueron tan devastadores. El bosque estaba más limpio. "Puede que a pesar de todo estos pinos no acaben muriendo y la zona se regenere", dice Javier Gutiérrez Díaz, presidente de la asociación empresarial de selvicultura y medio ambiente de Asturias (Asymas), que ejerce de guía por la geografía del desastre.

No fue un incendio, sino muchos. Y la mayoría encendidos en cuestión de horas. Ciento cuarenta y siete tenía sobre la mesa el servicio del 112 a las dos y doce de la madrugada del sábado. Por eso las manchas negras se suceden.

Cerca del pueblo de Romaelle, aún en el concejo de El Franco, el paisaje enseña otra lección. Al fondo una casa arrasada, con la techumbre caída. El camino que conduce hasta ella desde la carretera comarcal FR-1 presenta huellas visibles del paso de las llamas. Buena parte de los silos de hierba amontonados en un pequeño claro del monte también se los comió el fuego. Y una casa cercana se libró de milagro.

Javier Gutiérrez apunta al horizonte para explicar la fuerza de los incendios cuando el viento atiza. A un lado, el bosque hecho añicos. Al otro, más de lo mismo. En medio, un cortafuegos de unos treinta metros de anchura, con la hierba verde y en aparente perfecto estado. Las llamas lo superaron por arriba y prosiguieron su camino hacia La Caridad, a quince kilómetros de allí. A las orillas de la Autovía del Cantábrico aún huele a quemado. Los espacios de seguridad para la instalación de las torres de alta tensión tampoco fueron obstáculo para las llamas.

Los trabajadores forestales consultados tienen claro que no había forma de parar el cúmulo de incendios del pasado sábado. En términos futbolísticos, tocaba despeje de balones, patadón y a que pase el tiempo. El presidente de la asociación empresarial, que agrupa a 15 empresas forestales de toda la región, pone un ejemplo: "Nadie puede pretender contar con medios materiales y humanos capaces de acabar con los fuegos en un día así, con esas condiciones tan desfavorables. Es como pedir que Madrid tenga autopistas de cincuenta carriles para que el tráfico en la operación retorno de vacaciones sea fluido".

Brañalibrel está situado a unos 650 metros de altitud. Es el límite para los eucaliptos. De ahí para arriba, muy pocos. Y de ahí para abajo, la carretera, curvas y contracurvas, está jalonada de eucaliptales.

No quema uno. Para ser exactos, alguno quedó calcinado en estos últimos días de alerta en el occidente, víctima de daños colaterales. Los eucaliptos son en su mayoría de propiedad particular. Y la propiedad es sagrada. Los beneficios, también.

Concejo de Villanueva de Oscos. Entre la niebla aparece un bosque de pinos silvestres y un cartel que informa de la obra realizada en él. Es el monte Brusquete, también de propiedad particular. Hace dos años fue limpiado, saneado, desbrozado y asegurado a través del Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural.

Estamos a una altitud cercana ya a los mil metros. Las cañas están podadas hasta una altura de dos metros. Lo que se despreció fue triturado con tractores de oruga y desbrozadoras. El suelo ha quedado tan limpio que ha nacido el pasto, los animales entran y abonan. Un seguro de supervivencia forestal.

El problema es que en Asturias el monte Brusquete es una excepción. La crisis afectó a los presupuestos para mantener los bosques. Este año que termina, por vez primera en dos décadas no se contó con la partida de ayuda a particulares. Eran unos cuatro millones de euros, que la mayor parte (el 75 por ciento) provenía de la Unión Europea. El resto, del Ministerio de Agricultura y del Principado, a partes iguales.

Con esos cuatro millones, entregados a propietarios que presentaban un proyecto de mejora de sus montes, se rehabilitaban cada año en Asturias unas dos mil hectáreas de terreno. Para comparar: el ovetense campo de San Francisco tiene nueve hectáreas.

Con 2.700 euros, precio tope que fija la Consejería de Medio Rural, se puede trabajar una hectárea, unos 1.100 árboles. Pero la labor preventiva se redujo a mínimos.

"No se ataca el verdadero origen de la chispa -dice Javier Gutiérrez- que tiene que ver con la productividad del bosque. Hay que buscar fórmulas para que los vecinos encuentren beneficios".

Por la AS-361 el paisaje ya es típico del puerto de montaña. Camino de Boal. En las zonas bajas, campos parcelados para pastos. En la parte alta, monte bajo dejado a la buena de Dios. Hay tojos de dos metros de altura, que son combustibles muy eficaces. El monte de todos es un poco el monte de nadie, sobre todo cuando ese monte de todos no da un euro de beneficio.

En medio de la crisis llameante del pasado sábado, el consejero de Presidencia, Guillermo Martínez cifró en 230 efectivos los que durante la jornada lucharon contra el fuego en Asturias: "Entre bomberos y trabajadores forestales".

Asturias está dividida en 35 zonas, y cada zona está asignada a una empresa forestal, concesión ganada por concurso público. El mapa se lo reparten 21 empresas, pero el pliego de condiciones especifica que una llamada del Principado puede poner a trabajar a los trabajadores de todas ellas en incendios ajenos a su radio de acción.

Eso ocurrió el sábado, día en que fueron movilizados los 140 trabajadores de las 21 empresas forestales concesionarias. Estas empresas colaboran con la Administración regional en la lucha contra el fuego desde 1987. Las concesiones no dan para sobrevivir, pero las empresas tienen otras posibilidades profesionales haciendo trabajos para el Principado, para los ayuntamientos o para particulares. La inversión cayó en picado en los últimos años y hubo firmas que no lograron superar la crisis.

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