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JUAN ANTONIO MARTÍNEZ CAMINO | Obispo auxiliar de Madrid, natural de Siero

"En cuanto a moral, no podemos presumir de estar por encima de nuestros padres"

"La Iglesia se mueve por definición, otra cosa es que lo haga menos de lo que algunos querrían o en otra dirección"

Juan Antonio Martínez Camino, en La Granda. MARA VILLAMUZA

El obispo titular de Bigastro y auxiliar de Madrid (2008), Juan Antonio Martínez Camino (Marcenado-Siero, 1953) ha convertido esta semana el palacio de La Granda, donde se imparten los cursos de verano del mismo nombre, en un vórtice de debate religioso sobre la figura de los mártires en el cristianismo, y no los que dieron su sangre por Dios -en la más estricta acepción etimológica de la palabra- en los anales de la Historia, sino a los que perdieron la vida por causa de su fe en el siglo XX, unos tres millones de personas según los cálculos del historiador Andrea Riccardi de los 69,4 millones que acumula toda la historia cristiana.

Martínez Camino, cuyo rostro alcanzó gran popularidad en la década (2003-2013) que ocupó la secretaría general y la portavocía de la Conferencia Episcopal Española, es licenciado en Filosofía y Letras, doctor en Teología (fue profesor de la Universidad Pontificia de Comillas y catedrático de la Facultad San Dámaso de Madrid) y autor de una decena de libros, el último "Testigos. Para evangelizar la cultura de la libertad". En determinados momentos de la entrevista su mano derecha coge instintivamente el crucifijo que lleva colgado del cuello y juguetea con él, diríase que buscando inspiración para las respuestas.

-¿Cómo ve a su Asturias natal desde Madrid?

-Ha dado un salto tremendo, ha crecido mucho estos años; y aunque la crisis se nota, no es nada comparado con lo que se ve en otros lugares por donde he viajado, como Latinoamérica o Europa del Este. Hemos de estar contentos y sin perder de vista la necesidad de luchar para que la gente que vive en países deprimidos salga adelante, congratularse de que Asturias sea una región privilegiada.

-¿Qué le sugiere el hecho de que el santuario de Covadonga sea el lugar más visitado por los turistas de la región?

-Casualmente uno de los ponentes invitados al curso que se desarrolla esta semana en La Granda, el profesor Miguel Palacio, que pese a su nombre es ruso, ha pedido visitar el santuario para conocerlo y orar, cosa que le facilitamos con gusto. Al hilo de su pregunta, Covadonga es una compleja realidad que los asturianos comprendemos sin falta de que nadie nos la explique: ¿quién no ha ido alguna vez a presentar sus respetos a la Santina, a compartir con ella sus penas, a darle las gracias por las alegrías o, simplemente, a pasar un día con la familia y aprovechar para visitar luego las montañas de la zona? La Virgen de Covadonga bombea vida y es motor de fe, más allá de lo creyente que sea cada cual. Quiero pensar que en esto ha tenido mucho que ver la función balsámica que tuvo Covadonga después de la guerra como espacio de reconciliación; la Virgen, tras su exilio forzoso, recorrió todas las parroquias asturianas y ese peregrinar hizo calar en todos nosotros, aún sin saber explicarlo, que Covadonga es símbolo de unión de todos los asturianos, que nos hace libres y hermanos.

-Es llamativo el hecho de que pese a ser Asturias una región muy dada a la blasfemia, la Virgen de Covadonga es intocable; está por encima de las creencias religiosas.

-Señal del respeto que le tenemos. No obstante, al respecto de su apreciación sobre el carácter blasfemo de los asturianos permítame una acotación...

-Por supuesto.

-Se cuenta que un cura le preguntó a un feligrés en confesión: "¿Pecas mucho?". Y el respondió: "Lo que pide el ganao". La blasfemia rutinaria, inadvertida por haber pasado a formar parte del lenguaje vulgar es de mal gusto y soez, pero no es pecado. Para pecar hay que ser consciente de lo que se hace, tiene que haber intencionalidad dañina. Sin esa voluntad podríamos decir que no existe el pecado como tal.

-El curso de La Granda que dirige versa sobre los mártires? ¿Cuáles son hoy en día los fosos de los leones donde son arrojados los mártires católicos del siglo XXI?

-Los medios de comunicación nos lo cuentan a diario: el éxodo de Mosul, las persecuciones severas en ciertos países del norte de África y Oriente Medio, el genocidio en Alepo (Siria)...

-¿Y qué hay de los mártires no cruentos, aquellos que sufren acoso o sencillamente menosprecio social por profesar la fe cristiana?

-La palabra mártir, que define a quien da su vida por Cristo, el mártir de los mártires, es demasiado sagrada para generalizar su uso. A lo que usted se refiere le puso nombre el Papa Benedicto XVI; lo llamó "escarnio social". Y sí, existe en el contexto de una cultura que mira por encima del hombro a los cristianos, de forma muy especial en Europa occidental. En realidad no es un fenómeno nuevo, los cristianos llevamos perseguidos toda la vida con mayores o menores consecuencias.

-La historia es abundante en ejemplos de que ante una crisis global como la presente la gente busca refugio en lo espiritual, ¿tiene la percepción de que esto sea así?

-Hay de todo... Cuando falla la consecución del tan ansiado prestigio social y el bienestar económico -y suelen fallar a la vez- surge la pregunta: ¿para qué vivo? Y es entonces cuando algunas personas se replantean su vida, porque se dan cuenta de que se puede fracasar en lo económico pero tener plenitud humana. Es llamativo, en este sentido, lo que ha ocurrido en el Seminario de Madrid: este año hemos tenido veinte nuevas incorporaciones, de los cuales cinco se convirtieron al sacerdocio con más de treinta años. La crisis ha hecho tambalearse unos presupuestos que parecían inamovibles y esto ha generado un nuevo ambiente, los más lúcidos comienzan a dudar del materialismo.

-La crisis económica ocupa los titulares a diario; pero, ¿qué me dice de la crisis moral?

-La percepción común es de que la vida social española no se caracteriza por su honradez; se emplean mucho las grandes palabras -solidaridad, altruismo, transparencia-, pero estas palabras no están respaldadas con hechos, con lo cual ocurre lo del refrán "Dime de qué presumes y te diré de qué careces". Definitivamente, desde el punto de vista de la moral no podemos presumir de estar por encima de nuestros padres y abuelos.

-La pobreza se ha disparado en España, ¿cree que se le reconoce lo suficiente a la Iglesia lo que hace para combatirla a través, por ejemplo, de organizaciones como Cáritas?

-Cáritas pertenece a las realidades indiscutibles de España, todo el mundo sabe la labor que presta y cómo lo hace, sin distinción de credo. Tanto ha crecido que ha doblado su cifra de voluntarios, ya son 50.000. La Iglesia no existe sin la palabra (el anuncio de quién es Dios), la liturgia y la caridad, y no cabe duda de que Cáritas fortalece esa tercera pata. Por no hablar de la caridad cristiana que sigue vías no institucionales; es decir, la que practican los creyentes de forma particular, que es incalculable.

-Es frecuente que la Iglesia sea criticada por su inmovilismo y su falta de "adaptación a los tiempos". ¿Qué opina al respecto?

-La Iglesia se mueve por definición, otra cosa es que lo haga menos de lo que algunos querrían o en otra dirección. La inercia del movimiento la marca Dios y se mueve tan fuerte que ha sido motor de la sociedad en toda la Historia.

-A usted se le ha etiquetado como ultracatólico; ¿le irrita ese estereotipo?

-La verdad es que me importa un bledo; lo único que a mí me interesa es poder responder con mi humilde persona a lo que la Iglesia me demande en cada momento. Ya sé que eso exige a veces tener que aceptar la marginación y la difamación, pero también sé que me permite poder disfrutar de la vida en libertad y en la fe de Dios.

-¿Son tan ásperas como aparentan la relaciones entre las diferentes sensibilidades de la Iglesia española?

-La Iglesia es un grupo social amplísimo y heterogéneo, y claro que hay diversas formas de entender qué es ser católico en un momento concreto; si analizamos la vida económica y política, con más razón todavía porque, a diferencia de otras religiones, no hay una economía de orden divino, ni siquiera un derecho de orden divino. La Iglesia católica se vale de la recta razón para orientar ese tipo de organización de las relaciones sociales. Por tanto, las tensiones son normales, con el límite obvio del marco de la fe católica, y llegado a este punto también le digo que posiblemente nunca en los últimos doscientos años habíamos estado tan bien avenidos como ahora.

-¿Cuánto le preocupa a la Iglesia que España siga sin Gobierno nueve meses después y sin un panorama claro de que esto vaya a cambiar? ¿Hay asuntos de urgencia que deban ser tratados con un nuevo gobierno o todo puede esperar?

-Sobre ese particular debería preguntarle a la Conferencia Episcopal Española, de la que ya no soy portavoz. Yo no soy quién para fijar postura al respecto.

-El séptimo mandamiento condena el robo, pero en un análisis más amplio de su significado también el pago de salarios injustos, la especulación, la falsificación y los fraudes; prohíbe igualmente la usura, la corrupción, el abuso privado de los bienes sociales... Me temo que en España hay mucho pecado hay que expiar, ¿no cree?

-Esos pecados, ciertamente, son gravísimos y tienen una gran trascendencia porque los ciudadanos están implicados, son víctimas. La crisis moral de la que antes hablamos tiene, entre otras, este tipo de expresiones y es que cuando las metas de la vida se fijan sólo en términos materiales se pierde la perspectiva para actuar con justicia. Hay un excesivo apego al dinero y cuanto más materialistas somos, más difícil es no robar.

-La barbarie islamista parece no tener fin, ¿por qué se cruza esa raya?

-El odio siempre ha existido y existirá porque está en el corazón de los hombres, dicho lo cual no me siento capaz de analizar algo tan complejo y contradictorio en sí mismo como es el terrorismo en nombre de Dios. Otra cosa sería hablar de la violencia justa, de la legítima defensa... La violencia no es condenable en sí misma, pero lo que está pasando con el fanatismo islámico no tiene nombre. Hay que tener paciencia, estar alerta y confiar en las autoridades, que deben estar legitimadas para actuar con la necesaria contundencia.

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