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La guía secreta de Asturias

Dentro de la tierra, bajo el mar

La visita a las galerías de la mina de Arnao (Castrillón), hoy museo, permite conocer de primera mano las duras condiciones laborales de unos mineros que hicieron historia

Dentro de la tierra, bajo el mar

Al principio apenas se ve nada en la oscuridad, pero una vez abajo y con la ayuda de algunas luces que iluminan rincones concretos de la mina se empieza a distinguir el laberinto de túneles con paredes de ladrillo que discurren bajo la tierra camino de la mar. Cristine Roques, una de las guías de la mina de Arnao, les pone rostro, alma e historia a los que allá abajo, durante horas de días interminables, sacaron el carbón en condiciones de gran dureza. Tanta que cuando visitan el lugar los mineros de mediados del siglo XX y del actual se asombran al conocerlas. Hay recorridos que invitan a imaginar cuando quien te lo cuenta lo hace con admiración y con respeto hacia un pasado hecho a pico y pala bajo un océano no siempre amable.

A la mina de Arnao se la considera la cuna de la minería del carbón en la península Ibérica al ser abierta en 1593. Tras un tiempo de explotación, abrió y cerró varias veces hasta que en 1833, con la llegada de los belgas, se pone en marcha tras fundarse la Real Compañía Asturiana de Minas de Carbón, que la explotó, junto a la fábrica de cinc abierta en 1853, hasta 1915. Ese año cerró porque la mar acabó inundando varias galerías que ya fueron irrecuperables. En torno a todo ello la empresa promovió la creación de un poblado minero en el que se proveía a los obreros de economato, hospitalillo y hasta escuela. Todo ello está recogido en el museo de esta mina, que cuenta con el primer pozo vertical perforado en Asturias y el castillete más antiguo de la región.

El viaje que merece la pena, el que más impresiona y el que más alecciona son esos 30 minutos dentro de la tierra, bajo la mar, sintiendo el goteo constante y el rumor de las olas allá afuera, en medio de una oscuridad iluminada justo lo necesario para aquietar los ánimos, en un entorno sin duda seguro para el viajero que debe sentirse en la piel de esos mineros, algo imposible para quien no ha pasado por ello, aunque sí imaginable para poder entenderlo y recordarlo. La jaula bajaba ochenta metros y a partir de ahí el recorrido de los mineros se hacía en planos inclinados caminando hasta los 205 metros de profundidad, adentrándose bajo la mar una longitud entre 600 metros y un kilómetro. También había niños que a los 12 años entraban como aguadores, a los 14 paleaban el carbón y a los 16 ya eran picadores.

Para muchos mineros de hoy y sus familias, como para cuantos nacieron, crecieron y se formaron en Arnao en torno a la mina, este lugar es un santuario donde se rinde homenaje a los hombres y mujeres que lo sacaron adelante. Bajar a la mina es viajar hacia ellos y, por unos minutos, tratar de entender y sentir cómo era estar allí abajo en un abismo negro donde al fondo lo único que había era la débil luz de un candil de sapo, el sonido del trabajo, las voces de los mineros y la mar, siempre la mar, queriendo entrar.

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