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PACO MARTÍNEZ GUISASOLA | Empresario del textil al por mayor

"Bajábamos esquiando por la carretera del Pajares hasta Puente de los Fierros"

"Estar en un mostrador te enseña mucho cómo es la gente, y esa gente es muy sana; siempre te encuentras a un sinvergüenza, pero uno entre cien"

Paco Martínez Guisasola, en la calle Melquíades Álvarez. MIKI LÓPEZ

"En Almacenes Guisasola había trabajadores que entraban como aprendices y se jubilaban aquí. Cuando cerramos el negocio, a principios de 2010, el empleado que menos tiempo llevaba conmigo eran 25 años. Hubo uno que cumplió 60 años en este trabajo. Una fidelidad increíble. Había aprendices que entraban con 16 años y que tenían una labor intensa, mover mercancía, llevar recados, hacer cuerda... Es que antes no había cinta aislante y cuando había que pegar algo se utilizaba engrudo, una pasta a base de harina y agua. Las cuerdas que llegaban con la paquetería las uníamos con nudos y formábamos rollos. Aquellos críos se cogían un carrillo de mano y se iban a pie a llevar mercancía a Colloto, a San Lázaro, a Lugones o al Naranco. Y así durante todo el año. Con nosotros también estuvo un tiempo corto, lo digo como anécdota, el abuelo paterno de la Reina Letizia".

Setenta años justos duró Almacenes Guisasola. "Cerramos sin traumas, pagando lo que había que pagar a los trabajadores. A mí me hubiera gustado seguir, pero ya tenía unos años". Paco Guisasola también cerraba un ciclo vital, largo y prolongado, y con una fecha negra en el calendario.

"Fue el 23 de noviembre de 1973. Veníamos de una boda en Covadonga. Mis padres y una de mis hermanas, Maribel, en el coche de delante. Yo, con mi mujer, mi hermano y mi cuñada. Y por la zona de Lieres vemos el coche de mis padres destrozado por un accidente. Imagínese. Paro en el arcén, la Guardia Civil me dice que no puedo estacionar allí y yo les contesto que creo que en aquel coche viajaba mi familia. Pregunto: ¿hay muertos? Y me dicen que tres. Con mis padres y mi hermana viajaba un íntimo amigo de la familia. Mi hermana salvó la vida de casualidad".

Y con 38 años Paco Martínez Guisasola se vio al frente de un negocio en el que había crecido como empresario a la sombra de su padre y su tío. Tuvo desde entonces menos tiempo para practicar su deporte favorito, el esquí.

"Empecé a esquiar con 15 años, en una de las actividades del Frente de Juventudes, que la verdad sea dicha hizo en esto del deporte una labor impresionante. Hasta participé en un Campeonato de España. Pajares lo conocí sin una sola infraestructura, subíamos cuatro a esquiar, los de los clubes como Vetusta o Peñaubiña, y los gijoneses del Torrecerredo y Alpino. También unos de un club deportivo que había en Mieres. Salíamos a las siete de la mañana y el autocar llegaba hasta donde la nieve le dejaba. Y a partir de ahí, todo el mundo andando. Entre aquellos pioneros nos costeamos, a base de suscribir acciones, el primer telesilla de la estación invernal. Llegué a bajar el Pajares esquiando por la carretera del puerto hasta Puente de los Fierros. Todos en fila, y el primero avisaba cuando de vez en cuando se acercaba un coche. En 1955 hice el Campeonato Universitario en Sierra Nevada. Nos subieron en camiones militares, en los bancos de la parte de atrás".

Guisasola corrió el Sella junto a José Luis Boto, "una magnífica persona que ya tiene más de 90 años". Aquello tenía mérito "porque la piragua pesaba 43 kilos". También tuvo una infancia y juventud dándole a la pelota grande -el fútbol- y a la pequeña -el tenis.

Probablemente hubiera hecho su pequeña carrera esquiadora si no hubiera sido por el amor, que marca para siempre.

"Conocí a Margarita cuando ella tenía 15 años. Fue algo así como un infanticidio... Bueno, yo tan sólo 20. Nos conocimos en la Escuela de Comercio, yo unos cursos por delante. Íbamos juntos a la academia de Héctor Centeno, que era un grandísimo profesor. Margarita es de Avilés y nos casamos un día de Santiago en San Juan de Nieva. El banquete, en Oviedo, en los bajos del Filarmónica. Ella también proviene de una familia de comerciantes. Tuvimos tres hijos, Javier, Armando y Nacho. Y ya tenemos seis nietos. No me quejo de cómo me ha tratado la vida".

Un paseo por la calle Melquíades Álvarez, en el corazón de Oviedo. Almacenes Guisasola, hoy cerrado, tiene el rótulo de "se vende" o "se alquila". "Por aquí pasó todo Oviedo. Se vendió mucho, se apuntó mucho también. Recuerdo cuando las huelgas de 1962. Los comerciantes de las Cuencas llegaban angustiados porque la gente lo pasaba mal, no tenía dinero y había que fiarles. Los economatos habían cerrado. No les pago porque no me pagan a mí, decían. Y nosotros: pues llévate la mercancía y páganos cuando puedas. Un negocio de éstos te enseña mucho de cómo es la gente. Y la conclusión que saqué es que la mayoría eran personas muy sanas. Siempre te encuentras a un sinvergüenza, pero uno entre cien".

- ¿Nunca pensó en marchar de Oviedo?

-Pues no, aunque hubo alguna posibilidad de trasladar el almacén. De hecho, llegué a tener reservado un solar en el polígono industrial del Espíritu Santo, pero éste era un negocio familiar y yo no tenía muchas ganas de hacer mudanza.

El Oviedo de las carretonas de las Cuencas, "aquella mujeres que entraban en la tienda con sus pedidos escritos en papel de estraza", se sitúa ya tan lejos que está entrando en la más peligrosa de las estaciones, la que nubla finalmente la memoria. Sin memoria, la que aún conservan los veteranos, la ciudad se diluye, desdibuja y desmadeja.

"Aquí, en Melquíades Álvarez, sigue funcionando Casa Veneranda, una institución. Enfrente, el Cabo Peñas, que fue una sidrería antigua modernizada y que tuvo mucho éxito. Y el Autobar, que era un local que llevó el hostelero Conrado junto a la parada de autobuses".

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