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Día Mundial del Alzhéimer

Historias de olvido que abren el abismo

Un profesor que se queda en blanco, la joven que no reconoce a su vecino en una boda, el cirujano que se dispone a operar sin anestesia: éstos son algunos casos asturianos que muestran cómo irrumpe el alzhéimer

María (nombre ficticio), una ama de casa llanisca de 39 años, acude a una boda con su marido. Durante el banquete, nota que un hombre la mira con insistencia. Aparta la mirada, pero el hombre continúa observándola, sonriente. Incómoda, llama la atención de su marido sobre ese hombre tan insistente. "¿Por qué me mira tanto?", pregunta la mujer, azorada. El marido mira al hombre, le saluda y se vuelve hacia su mujer para decirle, molesto: "Pero, ¿es que no reconoces al vecino del tercero?". De repente, la mujer ha olvidado el rostro de una persona con la que se ha encontrado casi a diario en el portal de casa o por la calles de la localidad en la que vive. La situación vuelve a repetirse días después, cada vez con más frecuencia, lo que provoca incluso algunas discusiones en la pareja. Pero ese cambio de comportamiento, tan incomprensible para los seres queridos que rodean a la mujer, es el síntoma incipiente de una enfermedad devastadora, la de alzhéimer, que cada vez afecta a personas más jóvenes.

Antonio (otro nombre ficticio), de 56 años, es profesor en un instituto avilesino. Se trata de una persona de amplia cultura, viajero impenitente, con un selecto círculo de amistades. De repente, comienza a hacer cosas. Se queda en blanco en el aula, para regocijo de sus alumnos adolescentes. Llega incluso a confundirse de aula en alguna ocasión. Cuando consulta con los médicos, el diagnóstico es inapelable: un fase temprana de la enfermedad de Alzheimer. El profesor se ve obligado a dejar las clases, mientras su anterior mundo se va difuminando hasta desaparecer.

Otras veces, la enfermedad de Alzheimer provoca a los profesionales daños mucho más graves. Es el caso de Andrés (nuevamente, un nombre ficticio), director de banco ovetense, de trayectoria impecable. De la noche a la mañana comienza a hacer cosas raras. Concede créditos a personas insolventes sin solicitarles documento alguno, en una primera entrevista. Los responsables del banco tienen conocimiento de las acciones que está realizando e inician acciones judiciales contra él. El defenestrado director de banco recurre a la Asociación Alzheimer Asturias. Sus abogados logran demostrar que, lo que de verdad sufre Andrés, es una demencia presenil. El bancario es rehabilitado y se levantan las reclamaciones que pesaban sobre su persona, aunque tiene que dejar de trabajar, con 47 años de edad.

Hablamos en algunos casos de profesionales reputados, con un merecido renombre. Es el caso de un cirujano gijonés que no llega a los sesenta años, que empieza a hacer locuras en el quirófano. Intenta, por ejemplo, intervenir a un paciente antes de que le hayan anestesiado, para horror de la enfermera que le está asistiendo. La situación termina en unas risas. "¡Menuda equivocación!", admite el cirujano. Pero los despistes van en aumento, hasta que el diagnóstico no deja lugar a dudas: fase incipiente de la enfermedad de Alzheimer. Una carrera truncada por un mal que, lejos de reducirse, va en aumento, hasta el punto de haberse convertido en una epidemia silenciosa.

El alzhéimer, del que ayer se celebró el Día Mundial con diversos actos en Asturias, ya no es una enfermedad de personas mayores. Cada vez hay más casos de pacientes relativamente jóvenes, de entre 30 y 59 años. Entre las causas de esta patología están, en la mayor parte de los casos, el envejecimiento, pero también la carga genética, el patrón autosómico dominante. Laureano Caicoya, secretario general de la Fundación Alzhéimer de Asturias, indica que ese factor genético se aprecia en un 4% de los casos, cuando hace unos años se situaba en el 2%.

Las evaluaciones precoces de la enfermedad están aflorando casos que, con los métodos tradicionales, pasaban desapercibidos o se atribuían a otras enfermedades. Y los profesionales médicos apuntan también a otra causa para explicar el aumento de la enfermedad entre personas jóvenes, el consumo excesivo de alcohol.

Es algo que, según explica Caicoya, ya es un lugar común en los países del norte de Europa, como Dinamarca, Suecia o los Países Bajos. "Jóvenes que consumen alcohol y anfetaminas con 16 o 18 años se arriesgan a desarrollar la enfermedad con 30 o 35 años, o desarrollar afasia, un trastorno del lenguaje que impide traducir los pensamientos en palabras", explica Caicoya.

Antes era anecdótico que recurriesen a los servicios de la Asociación -que cuenta con 2.200 miembros- personas de menos de sesenta años. "Ahora acuden cada vez más jóvenes, en mayor número", añade. "Fenómenos como el 'botellón', el embrutecimiento de tantos jóvenes con el alcohol o las pastillas, son el germen de una epidemia que nos alcanzará en el futuro", cree Caicoya.

La prevalencia del alzhéimer es cada vez mayor. Para evitar alarmismos, Caicoya prefiere destacar que la enfermedad afecta a un 1% de la población, pero hay cálculo que apuntan a un 2,4%. "Nadie se preocupa de decir lo que está pasando", sostiene. "En España se cree que puede haber un millón de personas con la enfermedad, en Asturias estaríamos hablando de casi 25.000. Se cree que entre un 40 o un 60 por ciento de las personas que padecen la enfermedad no están diagnosticadas", añade.

Los enfados, la variación de las rutinas, las pérdidas de memoria reciente o las dificultades de concentración y adquisición de nuevos conocimientos que van ligados al inicio de la enfermedad se achacan de forma equivocada a depresiones u otras enfermedades. Aunque se trata de una enfermedad que en ocasiones termina destruyendo a la persona y a su entorno familiar, Caicoya quiere dar una sin embargo una nota positiva. "En Asturias tenemos dos récords de longevidad con la enfermedad, personas que lograron vivir 21 años y hasta 26 tras diagnosticárseles el Alzheimer", asegura.

Como resalta Concha González Mena, presidenta de la Asociación Democrática Asturiana de Familias con Alzheimer (Adafa), muchos núcleos familiares viven vergonzantemente y con mucho dolor esta enfermedad. Las familias son el principal apoyo para estos enfermos, que van perdiendo autonomía a marchas forzadas. Urge por tanto visibilizar más que nunca esta enfermedad.

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