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Hace un siglo que Pepe sobrevivió a la gripe española

El luarqués José Ameal disfruta de paseos diarios en la villa marinera a sus 103 años | "Es mejor no acordarse", dice de la pandemia mortal

José Ameal, ayer, en el salón de su casa de Luarca. A. M. SERRANO

Hace frío en la calle y José Ameal (Luarca, 1914) elige no hacer su paseo matinal. "Mañana, sí", contesta cuando alguien le pregunta por la ruta que recorre a diario con su amigo Alberto. A José, más conocido como Pepe, no le gusta el frío. Tal vez porque cuando tenía 4 años la gripe española, ese virus letal que tuvo en vilo a la España de 1918, lo dejó dos días postrado en la cama. Tuvo suerte. Sobrevivió.

"No me tenía en pie y salir, salí de la cama, pero a gatas", recuerda con esa gran memoria que, según dice su familia, lo caracteriza. El pasado 12 de noviembre el luarqués cumplió 103 años. Y en este 2018 recién estrenado se cumple un siglo que sobrevivió a la histórica infección, considerada la pandemia más mortal de la humanidad. Ameal pasa por ser de los últimos supervivientes.

Pese a su avanzada edad, Pepe Ameal es capaz de describir con detalle cómo pasó la enfermedad. Su hogar estaba en la calle Puerta de la Villa, número 8, de Luarca. El padre de su tía política, con quien vivió su infancia, pasaba las cortinas para no ver los cortejos fúnebres. Era una forma de proteger a su sobrino del pesimismo. O, al menos, así lo cree Pepe. Él no se explica cómo el virus pudo atacar y a la vez sortear su casa. Aquel año, Luarca tenía unos 2.000 habitantes. Se estima que un 25% de la población de la hoy capital de Valdés murió de gripe española. "Es mejor no acordarse", dice.

Para el protagonista, su infancia, y en general su vida, discurrió bien porque se crió en una casa donde abundaba el dinero. Pepe Ameal fue el primero de ocho hermanos. Precisamente por ser el mayor, cuando nació su hermana cambió de residencia. Se fue a vivir con sus tíos Ramón y Cristeta, que no tuvieron hijos, en aquellos años en los que Luarca "era un trasiego de carros y carretas que salían y entraban del puerto; entonces no había camiones".

El tío Ramón era carpintero y talentoso: "Ganó mucho dinero y en mi casa siempre digo que nunca faltó de nada; éramos unos privilegiados". Era habitual que los comerciantes de Luarca se sorprendieran porque en casa de obrero "se podían comprar dos filetes".

A Ameal pronto le sonrió la vida porque tuvo, dice, la oportunidad de trabajar. Con 12 años ya era ayudante en Talleres Higinio García de Luarca, y con 18 años, llegó a Guadalajara para conducir un camión propiedad la familia López de Luarca. Ganaba diez pesetas diarias. Su trabajo se vio interrumpido por la mili, que le llevó a San Sebastián, y su vida, por la Guerra Civil española. "Me pilló en Madrid de permiso", recuerda. Él, como su tío, era un republicano confeso. Se crió con una perra llamada "Bolchevica" y con un tío con una hoz y un martillo tatuados en una mano. Quizá por ello luchó en aquel bando por decisión propia y a poco estuvo, por cierto, de que su hermano Manolo, franquista, le detuviera. Es una más de las muchas anécdotas de su vida. "Me arrestaron en el puente de Arganda de Madrid y mi hermano estaba en Colmenar...", recuerda.

Pasó a ser preso en Valdemoro y salió de allí gracias a ese don especial que tiene para sus relaciones personales. Un soldado le dejó ir por su reloj. Cruzó campos y todo el camino que se encontró a su paso para poder reunirse con la primera de las mujeres de su vida en Madrid: con la cordobesa Isabel Fernández Ruiz se casó en 1938. Tuvo dos hijos.

En la capital de España empezó de nuevo la vida. Recorría las calles madrileñas de taxista cuando la capital del país "era un 'pueblón' grande". Allí tuvo otros trabajos: chófer de camión y taxista asalariado fueron algunos de ellos. Pepe Ameal llegó a ser uno de los taxistas preferidos por los toreros de la época. ¿El motivo? Era capaz de conducir más de diez horas seguidas sin dormirse.

"Recuerdo bien cuando tuve que llevar a Chicuelo II de Sevilla a Nimes. Salimos un viernes a las ocho de la tarde. Teníamos que estar en Francia a la una de la tarde: lo conseguimos", cuenta a LA NUEVA ESPAÑA en el salón de su casa de Luarca con vistas al río Negro. "Claro que al llegar a Francia, las carreteras ya no eran caleyas, eran vías formidables", añade. Aquellas andanzas no fueron las únicas ni las más importantes para este hombre que confiesa que, pese a estar cerca de los toreros, no era un aficionado a la fiesta.

El destino quiso que volviera a Asturias. Fue en 1954. Un amigo que regentaba un bar en Madrid le dijo que comprara un camión: "Había trabajo en Avilés por eso de que allí estaba Ensidesa", recuerda Ameal. Emilio, que así se llamaba su amigo, le dio 240.000 pesetas para comprar un camión. Trabajó de lo lindo, ganó mucho dinero y en tres años liquidó el préstamo. En la Asturias de los años cincuenta conoció a su segunda esposa, María Luisa Méndez Méndez, con la que tuvo dos hijas. Con ella vive hoy en día. La vida le llevó de nuevo a Madrid para trabajar otra vez subido a un taxi. Volvió a su villa natal en 1962 y dos años más tarde fundó el bar Cambaral, que traspasó seis años después para abrir el bar de los Alsas. Allí se jubiló.

"Luarca es lo mejor", dice este hombre que tuvo dos sustos de salud en su larga vida. Le gusta pasear por el muelle, dormir y el pote. Sostiene que "comer bien" es el secreto de su longevidad: no le hace feos a nada. En los últimos análisis de colesterol dio 82, presume. Ahora, si mira para atrás, concluye: "Yo no tengo quejas". Y vuelve a la cocina, donde le gusta pasar el tiempo, por eso del calor de hogar. En su familia están convencidos de que Pepe Ameal es, ante todo, una buena persona. Destacan su optimismo y las ganas de comerse el mundo. "Siempre vio el vaso medio lleno", dice uno de sus yernos. Quizá porque hace un siglo superó la temible gripe española y aprendió la lección.

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