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PEPE MONTESERÍN | CRONISTA DE PRAVIA. ESCRITOR

Pravia, la fantasía recobrada

Pepe Monteserín, junto a la iglesia prerrománica de Santianes. MIKI LÓPEZ

- Cuénteme una historia.

-Esta es una historia de niñez en Pravia. Un amigo mío me vio con la carta a los Reyes Magos y me dijo: "Pepe, déjalo, que los Reyes son los padres". La verdad es que no le hice caso y metí la carta en el buzón, en la boca que ponía "extranjero". Al año siguiente marché de Pravia con mi familia a vivir a Oviedo, pero desde entonces todo casaba con la terrible verdad que me habían revelado: los Reyes, la cigüeña, el ratoncito Pérez... ¿también Dios? La fantasía se esfumó y tuvieron que pasar veinte años para dejar mi trabajo en la realidad y dedicarme a escribir, a fabular y a mandar al demonio a los asesinos de la fantasía, inventando ficciones en defensa propia. Me nombraron cronista de Pravia y regresé a mi villa y corte, paraíso de mi infancia, para testimoniar que creo firmemente en los Reyes.

En Pravia huele a mar. Puede que a simple olfato no se note, que la sal del Cantábrico se disfrace de productos del mercado de los jueves, o de olor a marañuela o al vermut que se sirve desde siempre en "La Praviana". Lo de Pravia es una historia de olores, el del heno recién cortado que dio lugar a la marca de jabón nacida en 1905. O el del anís vinculado a la saga licorera de los Serrano, con su asturianina con pinta de vedette en la etiqueta.

En ese universo de olores se mueve Pepe Monteserín, cronista oficial de Pravia desde 2013. Monteserín es nieto e hijo de anteriores alcaldes pravianos, y escribió una vez: "Un viaje por el mundo comienza por un primer paso, que es amar la propia cuna". Y en eso está, y a eso anima.

Pero aquí interesa ese aroma marítimo que el cronista reivindica. En realidad, las playas están a solo dos kilómetros en línea recta de la capital municipal. Hasta 1836 Pravia tuvo costa en sentido literal porque presidía un concejo macro, formado además por Cudillero, Soto del Barco y Muros de Nalón. Y es ese Nalón, río totémico astur, el que en pleamar trae el Cantábrico en su corriente y con ella vienen las sirenas, a disfrutar de las vegas y de una huerta fértil y rica. "Mi madre me decía que aquí se plantaba incluso azafrán. También hay manzanos, pero no se explotan bien. A Pravia llega el agua y los sedimentos de las dos cuencas del Nalón y el Narcea. Calculo yo que unos tres mil kilómetros cuadrados, algo así como el 30% de la superficie total de Asturias".

"Aprendí a leer y escribir en el colegio Las Mercedes. Estaba dirigido por dos hermanas a las que apodaban Las Moyarinas, solteras y rigurosísimas. No dejaban entrar en clase con los mofletes colorados y pasaban revista a las uñas y las orejas para ver si estaban limpias". A cincuenta metros del viejo cole, abre el San Luis, caída natural académica de toda la chavalería praviana de la quinta de Monteserín (1952).

"Había un profesorado variopinto; y, entre los alumnos, algunos en régimen de internado, los había muy, muy malos. Yo asistí poco a clase porque en cuanto se descuidaban, yo me iba disparado para la calle. Salíamos por la ventana, cogíamos la bicicleta de algún compañero que se quedaba en el aula y nos íbamos a jugar al río, a montar en las chalanas" o dar patadas a la pelota.

Junto a la Colegiata, la capilla de San Antonio guarda un Cristo inmenso en su belleza. Se nota la llegada del barroco en su rostro, más de pena que de dolor. En la fachada de la capilla un agujero tosco en la piedra admite limosnas. "Alguna perrona eché yo aquí pidiendo que me aprobaran, pero no sé si también influía que mi padre era el alcalde...".

Entre Pravia y Santianes fluye el río, ya nutrido con las aguas del Narcea. Y hay llanuras de plantaciones de kiwis. La iglesia de Santianes tiene las proporciones del mejor Prerrománico, aunque su traza sea visigótica, sus cimientos sagrados romanos y, con posterioridad, haya recibido añadidos inevitables.

Al tacto de la piedra, cerrados los ojos, Pepe Monteserín invita a ese apasionante fabular. Tiempo atrás... un viaje a la corte del rey Silo y la reina Adosinda. La Corte de Asturias y, si nos ponemos trascendentes, la Corte un tanto efímera de la cristiandad hispánica. Silo fue un monarca breve, reinó entre 774 y 783 y murió sin descendencia. Adosinda fue esposa real y tía que ejerció de madre de rey. La viuda inició vida monacal en algún lugar cercano, encadenada quizá a los sentimientos o influida por la magia de una tierra abierta en la que quizá -vamos a suponer que así ocurrió- fue muy feliz.

De vuelta al bullicio del jueves de mercado que inunda el cogollo de la localidad -ahí se celebra desde inicios del siglo XIV-, Monteserín revive episodios de una infancia hiperactiva. "Mi madre me mandaba a la compra y yo volaba, con tal de tener tiempo para jugar. De tienda en tienda yo debía de ser de lo más eficaz".

Calle del Príncipe, "no se sabe qué príncipe". El viejo cine Vital Aza lleva años cerrado, justo al lado de la casa donde nació el cronista. Más allá del relumbrón del Palacio de Moutas y la Colegiata, Pravia agrupa fachadas blasonadas y viviendas nobles. El propio Ayuntamiento, alejado del follón mañanero, se levantó sobre proyecto de Ventura Rodríguez, un dios de la arquitectura del barroco aunque la casa común praviana sea ejemplo de austeridad.

Frente a tanto pueblo diezmado por la pérdida de habitantes, Pravia capital mantiene el tipo, unos 5.000 habitantes que son la mitad del concejo. Somao, más al norte, nos adentra en el esplendor indiano, con capitales que llegaban sobre todo de Cuba y La Argentina. Somao tiene algo de museo, de competencia arquitectónica un tanto desmesurada.

Al atardecer, algunas de las cúpulas indianas se encienden de luz solar que también recuerda al mar que surcó Miguel de Pravia, vecino del municipio embarcado como grumete en la expedición de Elcano y Magallanes que dio la vuelta al mundo.

El último toque de claridad del día lo recibe la aldea de Ocea, encaramada en la ladera del monte Santa Catalina, sobre la Flavio Navia romana, la antigua capital de los pésicos. Queda tiempo para una fugaz visita a la capilla de la Virgen del Valle, madre de cuello largo y gesto que evidencia falta de sueño, con su niño musculoso en brazos.

En su casa de Oviedo, Monteserín guarda una colección de libros de Peter Pan editados en decenas de países. Recordar es rescatar la niñez, de la que algunos tienen la suerte de no desprenderse nunca del todo. Pravia le sirve a su cronista para reencontrarse con el niño que fue, en la tierra en la que cualquier sueño es posible.

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