Saúl FERNÁNDEZ

«Sabugo Filarmonía Avilés», una orquesta neonata que se presentó exultante las pasadas Navidades, salió el viernes al escenario del Auditorio de la Casa de Cultura con la idea de sorprender a niños, padres y espectadores adictos a la música clásica.

La propuesta hubiera podido ser peligrosa, pero la batuta de Rubén Díez, en la dirección musical, y de Marga Llano, responsable de la parte escénica, domeñaron los imprevistos. Se trataba de poner en escena «Pedro y el lobo», una partitura más que clásica, un cuento musical con niño, animales parlantes y descuidos que acechan, una delicia para aprender cuáles son los sonidos de una orquesta. Este juego para niños lo compuso, allá por la mitad del pasado siglo, Serguei Prokofiev, uno de los músicos más importantes de aquella Unión Soviética de Stalin.

Prokofiev, con este juego musical, lo que pretendía era crear melómanos (aficionados a la música). Y consiguió multitud. La orquesta avilesina trabajó por no deslucir las expectativas.

«Pedro y el lobo» es una composición singular: necesita de una orquesta, pero también de un narrador. La primera fue la de Díez, el segundo, uno de los actores más populares de la escena regional del momento, el polifacético y televisivo Alberto Rodríguez, uno de los actores fijos del programa de la TPA «Terapia de grupo», pero también uno de los protagonistas de la teleserie «Ascensores» que emite el canal de pago Paramount Comedy.

La propuesta era, pues, doble: música y teatro, todo un conjunto. Rodríguez se presentó en uno de los pasillos del patio de butacas como Prokofiev, un músico en busca de un personaje, en busca del protagonista de su cuento musical, de la obra encargada por el expeditivo dictador soviético. Pero ésta no fue la primera sorpresa. Unos minutos antes un clarinete y un violín habían servido de obertura a este cuento musical que serviría de ancla de afianzamiento de la nueva orquesta avilesina. O sea, unas melodías de clarinete y violínÉ y la presencia de un compositor en proceso creativo, porque este Prokofiev bajo el foco de la platea se dirigía a los espectadores -casi todos niños- y les explicaba lo que estaba creando. Cada una de estas creaciones tomaba forma de la mano de la orquesta: un juego metateatral o metamusical. Un juego para que los espectadores sucumbieran a las notas escritas por Prokofiev, un cuento infantil para todas las edades que salvó las expectativas, incluso en la pequeña pantalla, en la que se veían imágenes de Miguelanxo Prado. Música para todos los públicos.