El rugby, según la versión bastante extendida, es un deporte de rufianes jugado por caballeros, al contrario del fútbol, que es un deporte de caballeros que practican rufianes. Pero el rugby, sin embargo, dejó de ser un juego olímpico en 1924, pese a Pierre de Coubertin, después de un incidente que está en la memoria de cualquier aficionado curioso de los acontecimientos que han marcado su devenir.

Estamos precisamente en 1924, en el estadio de Colombres. Del orden de 40.000 espectadores en las gradas siguen el choque que enfrenta a Estados Unidos y Francia. El partido se transforma en un combate multitudinario de boxeo después de un placaje violento sobre Gideon Nelson, un jugador americano. Unos minutos después, Alan Valentine choca violentamente para detener al ala tricolor Adolphe Jauréguy, al que deja en el terreno inconsciente y ensangrentado.

Al final del partido, el internacional francés Alan Muhr, nacido en Estados Unidos, resume el desenlace con una frase que, al paso de los años, acabaría por hacerse célebre: «Es lo mejor que se puede hacer sin cuchillos ni revólveres».

Todos los esfuerzos posteriores por devolver a este deporte de caballeros a la categoría olímpica han resultado infructuosos, partiendo, en ocasiones, de argumentos casi siempre relacionados con las características singulares del juego, no por su violencia, que jamás tendría excusa tratándose como se trata de uno de los deportes donde se demuestra mayor «fair play».

Se ha hablado todos estos días de las hazañas del Belenos, el entusiasta equipo avilesino que gracias al esfuerzo encomiable de sus jugadores ha alcanzado la división de plata. En el rugby hay una ejemplar vocación que no existe en otros deportes. Jonny Wilkinson, en sus entrenamientos, repetía cientos de veces los «drops» que después, en los momentos del juego, ejecutaría de modo mecánico. A Wilkinson, que en el último torneo de las Seis Naciones rebasó con Inglaterra la barrera de los 1.000 puntos, sólo lo supera el galés ya retirado Neil Jenkins.

El concejal Román Antonio Álvarez ha querido convertirse por unas horas en el pilar ( «pilier») del Belenos y se suma a la melé, que no es una metáfora de la política, al menos, de la política local de estos tiempos, pero sí una forma de enredar multitudinaria.

El deporte, incluso el de los rufianes, incorpora estos días elementos de discusión y de incomprensión. Al portero del Barça, Valdés, le han preguntado si con la derrota del Bernabeu su equipo ha tocado fondo. Valdés ha reaccionado con estupor. Y, después de pedir explicaciones, ha preguntado por su parte: «¿Tocado fondo en qué sentido?». El entrevistador, supongo que más estupefacto, le respondió: «En el futbolístico». Claro.

La semana transcurre con un tiempo adecuado para que las horas se conviertan sucesivamente en el eco de los días anteriores. Me preguntan qué opino de Leopoldo Calvo-Sotelo, el presidente de Gobierno más efímero, también en este mundo, al que todos coinciden en calificar como un hombre discreto. Esa discreción, culta y reposada, sirvió para que centenares de visigodos de pata corta lo apodasen «la esfinge». Éste es un país que sólo está dispuesto a admitir a feriantes al frente del Consejo de Ministros. Se les llama personas con carisma. Calvo-Sotelo era un hombre que pasó de puntillas el escaso tiempo que permaneció en la Jefatura del Gobierno, en la época posiblemente más difícil de esta España de la democracia. Lo hubiera hecho seguramente con tacto de permanecer toda una legislatura. Va en el carácter. El ex presidente, una persona bien educada, ha sido el único que hemos tenido con conocimiento de idiomas. Incluso del suyo propio. No se puede decir seguramente nada mejor de él, dadas las circunstancias.

«¿Tendrá hoy en día algún significado ser culto? ¿Y qué es eso de ser culto? ¿Y desde cuándo se ha tomado conciencia de la cultura, no como diferenciación de poder, sino de ser? Imaginamos que ser culto es vivir en la sensibilidad aquello que la constituye, la estructura, la visión que la cultura nos organiza para que miremos al mundo, nuestra óptica, nuestro modo de estar en él, de relacionarnos y dialogar con él. ¿Sabemos qué es ser culto en nuestra época?», se preguntó Vergílio Ferreira en «Pensar», sus fragmentos de lo impensable editados por Acantilado.

Hay cosas que sin tener nada que ver con la cultura, sí, en cambio, están relacionadas con los sentidos. En este caso, la vista y la estética. En un paseo cuento más de cincuenta, quizá sesenta, tapas de registro en un tramo tan pequeño como es una de las aceras de la calle Rui Pérez. Uno se pregunta por qué se pavimentan las calles. El pavimento podría ser y resultaría más económico una enorme tapa de registro desmontable, teniendo en cuenta los agujeros que se abren en un palmo de terreno. Hidroeléctrica, Telefónica, saneamiento, esto y lo otro.

La observación detenida de las cajas de registro es un pasatiempo como otro cualquiera. Invito a los concejales más ociosos.

Conclusiones

En Twinkenham una tarde con cielo panza de burra y rodeado de fervientes pero pacíficos hinchas ingleses vi cómo la selección de la rosa se libraba de unos correosos galeses mientras que el histórico estadio se iba convirtiendo en un auténtico clamor. Aquello era muy emocionante, de manera que a partir de ese momento me aficioné, dentro de lo razonable, a este deporte, vibrante como todos los de contacto. En las Islas y también en el sur de Francia hay una veneración por un juego que es mucho más que la famosa patada a seguir que perciben los que por primera vez asisten a un partido. Se impone en estos momentos apoyar al Belenos, un club que ha sabido situarse a un buen nivel, al igual que ocurrió con otros deportes minoritarios, en una ciudad a la que el fútbol no le ofrece los resultados apetecidos, por falta seguramente de una planificación adecuada que acabará incidiendo en el interés general. Lo que tiene que hacer ahora el concejal de Deportes, una vez metido en la melé, es sacar las mejores conclusiones del éxito deportivo y apoyar al club. El Belenos necesita un «pilier» en la sociedad, en el campo ya los tiene.