Lo único que diferencia las dos fotos que se reproducen aquí a la derecha es el ánimo por que el tiempo progrese, se transforme y el mar sea el mar de todos lo veranos, que diría Julián Ayesta. Las damas de la Era del Jazz pasean por la orilla de la playa de Salinas -o de San Juan de Nieva, que los límites son tan difusos...- con frío, enfriadas, con sorpresa. Una de ellas se enfrenta, como un vaquero canalla al fotógrafo que las retrata con el faro avilesino de fondo. En el fondo, la foto superior parece una imagen promocional de un grupo de rock femenino. Las «Bangles», por un poner, a la sombra de Dorothy Parker en el Algonquin. Avilés, aldeano y pesquero, también era señorial en aquellos entonces salidos de una novela de Scott Fitzgerald. Avilés, junto al mar, lo contempla con realismo. Y si hace frío, pues hace frío. Aunque suene de fondo Fats Waller.

La imagen de abajo, tomada ayer mismo, por la tarde, supura necesidad veraniega, es decir, el grupo deportivo mira el verano desde esta primavera de luto, con el fondo del faro de San Juan de Nieva... Todo muy inmortal. El estío, porque no termina de llegar, que es como un aumento de sueldo, y el faro porque, por la gracia de Woody Allen, ya forma parte del prestigio artístico que luce el insigne vecino de Manhattan. El faro del fondo sale en «Vicky Cristina Barcelona», la última del norteamericano, la primera europea europea... que dicen los críticos. O quienes han visto la película, que es casi todo ella barcelonesa -muy como de Gaudí- y una pizca asturiana... Con Penélope Cruz en bicicleta, como salida de una película «S» de los setenta, esos filmes con banda sonora onomatopéyica. Na, na... na. Nananana, nanana... La playa de Avilés, que está en Castrillón -cosas que vienen ronda norte arriba, ronda norte para abajo- es como una bandeja del ocio. Cuando llega, se disfruta de forma voluntariosa, con la mirada puesta en los inventores de los veraneos que, según parece, vienen del siglo XIX, cuando los reyes trasladaban a sus cortesanos junto al mar, para eso de los baños de ola, que eran tan recomendables y molones.

Aquellos veraneantes del comienzo de los comienzos salieron en un libro ruso, uno de Máximo Gorki, que luego fue el máximo responsable de aquello que se llamó Realismo socialista y que no era más que historias de santos de izquierdas, de revolucionarios que ayudaban a hundir el imperio burgués... Todo lo contrario, aunque al mismo tiempo, que lo que le pasaba a jóvenes abrigadas.