De nuestro corresponsal,

Falcatrúas.

Hace una temporada hablamos del sentido del beber, protagonizado por Práxedes, un brutoide de Bildeo al que le cambió la vida hacer el servicio militar en el Ferral. Para mucho mozo recio de los pueblos de España, la mili fue como abrir una ventana al mundo exterior, fuera de su aldea, y espabilar, algo parecido a lo que ahora representan las becas «Erasmus» para muchos nenos que ahora viajan por el mundo con esos kilométricos culturales.

Estuvo en el batallón de los torpes, no marcaba bien el paso, aprendía mal la teórica y fue objeto de burlas; algunas las aguantaba, las consideraba de obligado cumplimiento, porque se sabía ignorante y torpe, pero cuando intuía que se estaban pasando y soltaba un bufido, todo el mundo se acojonaba, con galones o sin ellos. Al igual que se hicieron chistes con Fernando Morán, aquel ministro de Asuntos Exteriores avilesino, el campamento militar convirtió a Práxedes en protagonista de los viejos chistes de reclutas torpes.

Contaban que estaba Práxedes haciendo la instrucción, no daba una a derechas, equivocándose constantemente, y el sargento, cuando ya no aguantó más, le gritó:

-¡Práxedes, estoy de ti hasta las tetas! ¡Ponte el último de la fila, animal!

Práxedes fue a colocarse el último, pero dio la vuelta hasta volver a presentarse frente al sargento.

-¿Qué te dije, Práxedes? ¡Ponte el último de una puta vez!

-Mi sargento, no puedo ponerme el último, porque ya hay uno.

Acabada la mili, emigró a Madrid, empeñado en meterse en los «grises», aquellos policías nacionales vestidos de gris en una España gris, antecesores de la Policía Nacional actual. Justificaba su carrera policiaca diciendo que su presencia evitaría disgustos a la población. Efectivamente, cuando un manifestante se encontrase frente a él y viera que se ocultaba el Sol, se lo pensaría dos veces antes de volcar un contenedor o tirar un ladrillo a la «pasma». Una pena que lo echaran por pegarse en el gimnasio con otro arrancatapinos; volvió para Asturias e ingresó en la Policía Municipal en Avilés, donde se prejubiló, situación laboral a la que aspiran cada vez más jóvenes.

Mientras cursilleaba para entrar en la Policía Nacional, con todo lo torpe y aldeano que era, aprendió a manejarse por Madrid? y a comer gratis, porque hacia 1970 era posible jalar de biri-biri en la capital sin ser cuñado del gobernador civil.

El comedor de Medicina en la Ciudad Universitaria funcionaba a la perfección, era como el arca de Noé, atrayendo un gran número de especímenes de diversas procedencias, que no tenían que ser forzosamente de aquella facultad, ni siquiera universitarios. Muchos estudiantes de otras gaitas y algunos trabajadores, parte de ellos miembros de Comisiones Obreras y/o de los partidos comunistas, comían allí barato. Y no había racismo: si entraba en el comedor una comensala de las de quitar la respiración, fuese blanca, negra o amarilla, recibía de los presentes una salva cerrada de bienvenida golpeando con los cubiertos en las bandejas, armando una escandalera de mil demonios; la gacela homenajeada tenía la opción de ponerse colorada, sonreír o salir corriendo.

Una vez abonado el tique a la entrada, la gente cogía una bandeja con los cubiertos y el pan, y pasaba por el mostrador, donde servían un primer plato que solía contener alubias, lentejas, garbanzos, macarrones, arroz, etcétera. De ese plato se podía repetir las veces que el comensal quisiera; para el segundo, carne o pescado, y para el postre, no había segundas oportunidades.

Práxedes, el bildeano, aprendió a entrar en el comedor por la salida, evitando pagar el tique, se acercaba a una mesa donde algún cliente hubiese terminado su primer plato y le preguntaba:

-¿Has terminado los garbanzos?

-Sí.

-¿Me dejas entonces el plato y la cuchara?

-Para ti para siempre.

Práxedes agarraba el plato, se acercaba a la barra y preguntaba a las camareras:

-¿Puedo repetir, por favor?

La camarera le servía un plato de legumbres y él se lo ventilaba en cualquier sitio libre. Si necesitaba repasar, iba a por otra ración de lo mismo, y así comía gratis y con fundamento.

Recordarán que el Práxedes policía municipal de Avilés no ponía multas, con gran disgusto del Ayuntamiento, pues sólo advertía a los infractores. Llegó a comprar una de las primeras cámaras digitales para fotografiar los coches que impedían o estorbaban la circulación, y hacía llegar las fotos a los propietarios. «Para que se les caiga la cara de vergüenza», decía, pero no se dio ningún caso, la gente va por la vida con los morros muy bien hormigonados. La única multa que puso la espetó un día que andaba algo beodo a un coche mal aparcado que resultó ser el suyo y la gente lo aplaudía por la calle cuando pasaba, con gran envidia de todos los miembros de la Corporación.

Seguiremos informando.