Saúl FERNÁNDEZ

En Malasia las cumbres son borrascosas, el tiempo se detiene y cuando llueve, llueve de verdad. David Martínez, avilesino perdido en el sudeste asiático, ha vuelto a su tierra como el turrón de los anuncios: para pasar la Navidad, para encontrarse de nuevo con su familia y para repensar en su futuro. De momento, su casa está en Kulim, en el norte de Malasia, pegado a Tailandia, una pequeña ciudad industrial a la que llegó hace justamente un año para dar clases de español. Sin embargo, ya ha decidido hacer las maletas: deja Malasia este próximo abril. Le espera Japón, un país en el que ya vivió cerca de seis años, donde, como en Malasia, se ganó la vida enseñando a asiáticos curiosos por conquistar la Unión Europea.

David Martínez estudió Filología Española y se especializó en Literatura. Se licenció en Oviedo en el año 1999 y, muy pronto, se inclinó por la enseñanza de español para extranjeros. De hecho, es Máster en esta pericia.

-¿Y por qué Malasia?

-Lo primero fue Japón -aclara.

Al avilesino lo que siempre le entusiasmó fue el Lejano Oriente, el continente que crece más allá de la cordillera del Himalaya? La lejanía deviene en aventura. Y un filólogo no tiene más salida aventurera que la enseñanza de español fuera de las fronteras ibéricas. La filología es una ciencia encerrada en las bibliotecas y las ventanas se abren cuando hay que explicar cómo se conjugan los verbos a tipos de la otra cara del mundo. Al menos esto es lo que pensaba el avilesino cuando estaba embarcando en el avión que le iba a conducir al otro lado del planeta, al país que exploraron jesuitas españoles y valientes pasados por las armas medievales por buscar bautizos tan ajenos. Pero todo esto sucedió en los siglos anteriores al comodoro Perry, el que empujó las puertas occidentales cerradas en Japón, el que animó el progreso de una de las más grandes naciones de la tierra.

-Por todo eso, dejo Malasia y vuelvo a Japón -viene a decir Martínez.

El filólogo avilesino trabaja de momento para el Instituto Malayo-Español (MSI, en sus siglas inglesas), en Kulim. Este instituto pertenece a la Universidad de Kuala Lumpur, que se encuentra en la capital de Malasia, el país de las torres Petronas y el circuito de Sepang. «Kulim es una ciudad un poco más pequeña que Avilés, está en el norte del país y cuenta con un parque empresarial enorme», explica Martínez. Esto, el parque empresarial, explica fundamentalmente las razones de su empleo. «El campus de ingeniería de Kuala Lumpur se estableció allí, en el culo del mundo, porque las empresas estaban cerca. Yo doy clase de español a aprendices de ingeniero, estudiantes de los primeros dos cursos de la carrera que lo único que desean es terminar la carrera en Madrid o en Barcelona. El MSI tiene firmado sendos convenios con sus dos politécnicas: los malayos pagan las matrículas en España y las universidades españolas suministran maquinaria y libros para hacer las prácticas», explica. «En los talleres del campus todo es español, pero el único español que anda por esas tierras soy yo», bromea.

Kulim está cerca de Penang, una isla turística con restos coloniales del imperio británico que se adueñó de aquella parte indochina en el siglo XVIII y donde, dice Martínez, «hay bares, cines, playas? es una especie de Benidorm o de Playa de Aro? Kulim está en la selva y la selva se lo come todo. La vida social en Kulim es más bien inexistente; yo, de hecho, la hago en Facebook. Una de las grandes noticias de los últimos meses fue la inauguración de un centro comercial, más pequeño que Parque Astur, pero con cine. En Kulim el tiempo se pasa en los centros comerciales», se lamenta.

-¿Y qué se sabe de España en aquellas tierras?

-De España lo único que les atrae es el fútbol. Saben mejor que yo los últimos fichajes del Madrid.

-¿Y eso?

-Es que soy del Manchester City -sonríe.

David Martínez tiene un buen sueldo, «para lo que se estila en Malasia», añade. Vive de alquiler en una urbanización con campo de golf donde, asegura, «cuando llega la noche llega el miedo». Vivir en Kulim es vivir entre la soledad y el mundo silvestre. «En el jardín de mi casa me encontré cobras reales, que son los segundos bichos más venenosos de la Tierra. También he visto monos?», apunta.

Malasia es un país donde los coches de lujo «son parecidos a los 131 Supermirafiori que había en España en los ochenta», señala. «El sueldo de un operario, de un trabajador malayo común, anda por los cuatrocientos euros. Cuando dejas Kuala Lumpur te das cuenta de cómo es el país de verdad, una nación del Tercer Mundo? la capital, con esas torres Petronas, sólo es un escaparate», se lamenta.

Malasia, cuenta Martínez, es un país impuntual:

-Lo único puntual es el chaparrón de las cuatro y media de la estación seca.

La lluvia monzónica, asegura el avilesino, es infernal. «Nunca para de llover y la humedad es la leche? lo normal es que haga treinta y cinco grados de media?».

Esta primavera Martínez recoge los bártulos y regresa a Japón. En su primera etapa en el Imperio del Sol Naciente trabajaba para la empresa Nova, «un centro de enseñanza de idiomas que quebró cuando el presidente desapareció con la pasta de la compañía, un escándalo». La experiencia en la Universidad de Kuala Lumpur, asegura, le puede abrir el abanico de ofertas. David Martínez habla japonés con fluidez y lo que desea es trabajar en una universidad japonesa. Y esta próxima primavera inicia un nuevo episodio de su vida en el Lejano Oriente.