Tras abandonar el boxeo, Valentín Izquierdo se dedicó a sus labores en el laboratorio de Ensidesa. El gigante siderúrgico había sido el maná para sus padres, como para tantas gentes de toda España que lo dejaron todo para buscarse los garbanzos en Avilés. Su padre era transportista y encontró rápido acomodo en el servicio ferroviario de la empresa. Al joven Valentín, que llegó a Avilés con 12 años, la ciudad le pareció a primera vista «un pueblo grande y saturado de gente», como él mismo recuerda. «De la noche a la mañana, Avilés había pasado de ser un pueblo pesquero a tener más de 100.000 habitantes y a consagrarse a la industria, y eso se notaba», señala Izquierdo. Sin embargo, y a pesar de que su nuevo hogar distaba mucho de ser un lugar paradisiaco, Valentín encontró en Avilés su Edén particular. «Veníamos de un pueblo donde nunca pasaba nada y en esta ciudad encontré la diversión, encontré amigos», recuerda.

Fueron aquellos días de adolescencia quizá los más gozosos de la vida de Izquierdo. «Todo se reducía a estudiar, pasear y hacer deporte al aire libre», rememora, y hace mención a la forma en la que los jóvenes de la época dedicaban su ocio: «El ambiente estaba en el parque del Muelle. Caminábamos parque arriba y parque abajo a ver si ligábamos. Y ligar, ligábamos, aunque yo me casé con una del pueblo», señala.

Avilés estaba aún por inventar. Todo era una sorpresa. «A veces se nos pasaba la hora del tranvía para volver a casa y teníamos que ir corriendo a toda pastilla a cogerlo a la calle Rivero. Entonces todo era diversión», comenta Valentín Izquierdo.

Tanta actividad febril al aire libre debía, por fuerza, desembocar en la práctica deportiva. Izquierdo, casi por inercia, se pasó un día por La Exposición, donde cientos de jóvenes avilesinos practicaban deporte a diario, la mayoría bajo los auspicios de la Atlética Avilesina. Se pasó un día y se quedó. «Aquello era un espectáculo. En la pista del Suárez Puerta entrenábamos, a la vez, cincuenta o sesenta chavales, todos juntos, todos corriendo y subiendo los escalones de la grada. Aquello era entrenar», recuerda Izquierdo. «Si los chavales de ahora, que no dejan de quejarse, hubieran conocido aquello... No teníamos nada: ni zapatillas ni chándal ni nada. Con decir que las duchas eran una manguera...», recuerda el púgil.

El hecho de haberse quedado fuera de los Juegos Olímpicos fue un varapalo para un deportista empedernido que no ha dejado la actividad, «aunque sólo sea caminar y jugar un poco al pádel», señala el ex boxeador.

A lo largo de su carrera profesional jamás ningún rival fue capaz de tumbar al boxeador avilesino. «Nadie me rompió nunca la cara. Sólo me faltó conocer a Cassius Clay».