Myriam MANCISIDOR

Benjamín Álvarez vive en sueños, aunque su día a día es una pesadilla. Este corverano, residente en El Pozón y de 51 años, nació con narcolepsia, una enfermedad neurológica crónica y degenerativa que se caracteriza por accesos de somnolencia irresistible. En 1989 recibió el primer tratamiento a base de anfetaminas. Hace pocos meses le diagnosticaron, además, cataplexia (parálisis o debilidad muscular). Benjamín Álvarez se duerme en cualquier momento y en cualquier lugar. Nunca pudo sacarse el carné porque el «pigazu» le ataca en cualquier momento y, en la calle, siempre necesita un hombro amigo que lo acompañe.

«Me duermo comiendo, delante del ordenador, en el trabajo y hasta jugando a la Playstation», reconoce este hombre encarcelado en hasta veinte horas diarias de sueño y seis siestas que dibujan ojeras en su rostro. ¿El motivo? «No descanso, tengo pesadillas y el sueño no es ni mucho menos reparador», sentencia Álvarez, a tratamiento con el doctor Fernández, jefe del servicio de neurofisiología clínica del HUCA. Este corverano, que ya padece los efectos secundarios de la medicación que recibe a base de anfetaminas -cambios de humor, cansancio, bloqueos, pérdida de memoria-, sabe que su enfermedad es desconocida incluso para los médicos.

Benjamín Álvarez, no obstante, ya le ha ganado muchas batallas a la vida: está casado con María Jesús Felgar, que recuerda cómo su marido se dormía en las discotecas incluso con la música a todo volumen, y tiene dos hijos, Covadonga y Benjamín. Pero ahora tiene una batalla pendiente: la jubilación. Álvarez inició su carrera profesional primero como cocinero de la Marina Mercante y siguió como operario de montaje. Hace meses se vio obligado a pedir la baja tras un ataque de cataplexia, pero el Tribunal de la Seguridad Social le denegó por dos veces la jubilación anticipada alegando que es «apto para trabajar». Álvarez se duerme también en las alturas.

«Me gustaría que esta gente del Tribunal pasara la narcolepsia aunque sólo fuera una semana para que supieran qué se siente», recalca Benjamín Álvarez, y confiesa: «Sé que hay gente peor, personas que necesitan una máscara con oxígeno para conciliar el sueño, pero mi trabajo es de riesgo y cada vez estoy peor». Benjamín Álvarez escondió durante años su enfermedad para lograr un puesto de trabajo con el que alimentar a su familia, pero, ahora, su cuerpo le pide descanso. «Me gustaría que se investigara mucho más. Ahora somos pocos los afectados por esta enfermedad, pero ¿y mañana? La narcolepsia es un trastorno serio, aunque provoque risa», concluye.