Érase una vez/

un lobito bueno/

al que maltrataban/

todos los corderos.

Juan Goytisolo

Tiene su gracia que los empresarios y banqueros, el FMI, el capital en definitiva, se presenten ante la sociedad como lobitos buenos maltratados por los corderos. Argumentan que para salir de la crisis se precisa bajar el salario a los trabajadores, reducir el sector público y abaratar el despido. Nada comentan de la economía especulativa que alentaron, ni de su apuesta irrisoria por el I+D+i, investigación más desarrollo e innovación, que les trae al pairo, pues siempre buscaron el rendimiento a corto plazo, abriéndose de brazos y de piernas, en algún caso, a la especulación.

Ni hablan nunca del reparto de beneficios en tiempos de bonanza -al que siempre se niegan-, que los legitimaría a la hora de pedir sacrificios en época de vacas flacas. No, los banqueros y empresarios, el capital de este país e internacional, consideran que nosotros, los corderos, los trabajadores, los maltratamos con nuestras exigencias. Un puesto de trabajo digno, la seguridad en el empleo y un salario justo se han convertido en reivindicaciones terroristas. Con estas exigencias golpeamos e insultamos, según dicen, a banqueros y empresarios, al capital especulativo, fantasmas que recorren Europa asolando el paisaje del euro.

Y lo gracioso no es que quien especuló y se benefició de los trabajadores, enredó con los préstamos y los mercados -a estas prácticas se denomina actualmente ingeniería financiera, concepto más fino que latrocinio-, y solicitó al sector público que tanto denostan ayudas millonarias para salir de la crisis hoy se escandalicen con el déficit público y se lleven las manos a la cabeza cuando se apuesta por una protección social, la solidaridad con los más desfavorecidos. Lo realmente gracioso, lo cómico, resulta argumentar que los culpables de todo este desaguisado económico seamos los trabajadores, a quienes quieren convertir en corderos acosadores.

El capital exige sacrificios, como antes ocurría con los dioses sanguinarios, y tratan de convencernos de que nosotros los corderos marchemos ilusionados, entre los cánticos del FMI, hacia el matadero. ¿A quién le importa un pasado de luchas, miles de muertos, ingentes sacrificios personales, tirados a la basura en esta posmodernidad fascista y extasiada con el glamour de la riqueza insulsa e ignorante?

Ya nadie distingue entre el valor de uso y el valor de cambio, ya nadie habla de la plusvalía y el beneficio del capitalismo; un lenguaje desfasado según argumentan los voceros del capital, aunque esos restos marxistas perviven coleando, recordándonos que el derrumbe del Muro de Berlín no significó que haya cesado la explotación del hombre por el hombre, ni que se renuncie a la esperanza de un mejor reparto de la riqueza.

Pero nada queda de los momentos revolucionarios, del sueño transmitido, desde tiempos inmemorables, una voz anónima, siempre perdedora, que va de boca en boca defendiendo una mayor igualdad, una sociedad más democrática e igualitaria. Una utopía pateada tantas veces por el capital y los mercados, arrinconada por las balas, enterrada en fosas comunes. Aunque, bien pensado, no tenemos por qué preocuparnos: como en el poema de Juan Goytisolo nos queda un príncipe malo, una bruja hermosa y algún pirata honrado.