Todavía está en la memoria de todos la última huelga general del pasado 29 de septiembre. No quiero comentar el nivel de adhesión, por parte de los trabajadores, porque sinceramente creo que ninguna de las cifras aportadas por los medios, recogidas a su vez por las distintas organizaciones, sea la correcta pues no sería la primera vez que dichas cifras aparecen maquilladas según los intereses políticos de quienes las aportan. En concreto, en el lugar en el que resido, la participación de los trabajadores fue mínima y, aún así, hubiese sido menor sin la aparición de los «piquetes».

Yo, que pertenezco a la clase trabajadora, tengo que decir que no hay nada que me parezca tan dictatorial como los piquetes en un día de huelga. Se ha luchado por la libertad en todas sus manifestaciones: de pensamiento, de expresión, de credo, etcétera; no obstante, a determinados señores se les olvida que si bien nuestra Constitución reconoce el derecho a la huelga de todo trabajador, no apostilla que ésta haya de ser obligatoria porque a los sindicatos les parezca que es correcto hacerla.

Ya pasaron, hace muchos años, aquellos tiempos en que, a falta de libertades, sólo se contaba con la unión de todos los ciudadanos para manifestar que la sociedad estaba cambiando y queríamos disfrutar de los beneficios que un sistema democrático aporta al individuo; y, por otro lado, los sindicatos, en España, no garantizan los gastos fijos de los trabajadores que no cobrarán de su empresa los días que no trabajen. Es decir, que los señores sindicalistas se permiten el lujo de alentar una actitud que no sólo va en contra de la libertad de cada persona para hacer lo que le parezca oportuno, sino que, además, juegan con su poder adquisitivo con la mayor impunidad. Huelga decir lo que pienso sobre este comportamiento.

Al margen de lo mencionado anteriormente, yo tengo mi propia opinión sobre lo que me pareció la convocatoria de una huelga general en este momento concreto, opinión que comentaba el otro día con mi hijo Jorge, quien me expuso una idea que, quizá, fuese más efectiva que cualquier tipo de huelga porque a quien realmente perjudicaría, si se llevase a cabo, sería a aquellos que enfundados en sus carísimos trajes, y desde la confortabilidad de sus lujosos despachos, son los verdaderos responsables de la situación en la que nos encontramos.

El planteamiento es, en realidad, muy sencillo: ¿qué sucedería si se privase a los bancos, cajas y financieras durante el periodo de un mes, simplemente, del cobro de todas las cuotas que perciben por el dinero que previamente han proporcionado en forma de créditos, préstamos e hipotecas? Y aclaro que no estoy hablando de no hacer el pago sino de retrasarlo un mes. ¿Qué cifra de pérdida de intereses resultaría si las entidades financieras no pudieran mover todo ese dinero durante ese tiempo? Yo no sabría calcularla, pero tengo la impresión de que antes de que transcurrieran un par de semanas, entre el Gobierno y todos los demás poderes que manejan el capital buscarían medidas para evitar la hecatombe.

Porque esas medidas estoy casi segura de que existen, lo que sucede es que no conviene tomarlas, de momento, vaya usted a saber en beneficio de quién aunque se sepa claramente a quién perjudica el que no se apliquen.