Orfeo, el bardo tracio, logró la magnífica hazaña de ablandar el pétreo corazón de Hades y Perséfone para que liberasen de la eterna condena del inframundo a Eurídice. Sin embargo, fue incapaz de domar sus deseos e incumplió la única condición de los dioses del averno para recuperar a su amada: que no mirase hacia atrás hasta que ambos no hubiesen abandonado las profundidades. Otro tanto le ocurrió a la curiosa mujer de Lot, que no pudo resistirse a observar, aunque fuera de reojo, la destrucción de Sodoma y Gomorra para acabar convertida al instante en una estatua de sal. El pasado siempre es un territorio cómodo, porque podemos amueblarlo a nuestro antojo, pero siempre el futuro nos otorga la sensación única de que todo es posible. Hay quienes viven en la permanente añoranza de lo que ya ha sido y descuidan las venturas que promete el porvenir. Porque como ya apuntó el Oscuro de Éfeso, todo cambia, en un proceso continuo de nacimiento y destrucción al que ninguno escapamos.