Como cada diciembre apuramos sus últimos días e iniciamos el año nuevo en un apretado calendario en el que todo está construido a modo de ritual. Y no hablo sólo del millón y medio de uvas que los españoles consumiremos durante el primer minuto del nuevo año, como es tradición, ni de la ropa interior roja que, como muchas otras supersticiones, sirve presuntamente para atraer la suerte en el año que comienza, sino también de otras muchas actividades que se suceden año tras año con mínimas variaciones.

En los medios de comunicación se repiten sin cesar los resúmenes del año, esta vez protagonizados sin duda por la crisis y todo lo que ésta envuelve, y el Mundial de fútbol, ese soplo de aire fresco entre tanta estrechez y tirantez. Como cada comienzo de enero podremos ver a los primeros bebés de 2011 en los medios. Este año, posiblemente, serán más famosos los últimos de 2010, que podrán disfrutar del «cheque bebé» que se desvanecerá, inevitablemente, con el año que se extingue.

Miles de personas terminarán el año corriendo la «San Silvestre». Aquí, en Avilés, existe una categoría incluso para niños de 0 a 4, la original carrera de «chupetines»: padres y niños listos y dispuestos, multitud de abuelos provistos de cámaras, carritos, sillas y mochilas portabebés con dorsales adosados para despedir deportivamente el año que termina.

La mayoría planificaremos concienzudamente nuestro fin de año: el menú de la cena familiar, la cena con cotillón o la fiesta con barra libre, según proceda, junto con la logística asociada al evento y, por supuesto, el atuendo y los complementos elegidos para la ocasión. Enviaremos mensajes de móvil e «e-mails» felicitando el año incluso a aquellos de los que no sabemos nada hace siglos. Comeremos las uvas con las campanadas del reloj de la Puerta del Sol y, cuando finalicen, bloquearemos las líneas telefónicas tratando en vano de felicitar a amigos y familiares que estarán haciendo lo mismo desde sus contextos festivos. Con tanto jolgorio, no veremos el primer anuncio del año nuevo, ese por el que se paga una millonada con incierto resultado comercial.

Como cada año, habremos escrito o proyectado mentalmente una lista de buenos propósitos, de los que posiblemente cumpliremos un pequeño porcentaje. Como novedad, viviremos la última noche de malos humos y, para no variar, el día 1 nos levantaremos con una resaca de campeonato y la sensación de haber fundido un año en una noche. Aunque después nos espera la cuesta de enero, amenazadora pero de sobra familiar, disfruten de estas últimas horas y despidan el año como se merece. ¡Feliz 2011!