Myriam MANCISIDOR

La última marea destrozó el aparejo de un buque gallego y su tripulación, casi sin aliento, teje la red para hacerse de nuevo a la mar. Es la una de la madrugada, pero en la rula de Avilés la actividad no se detiene ni con la Luna. Las tripulaciones de los barcos de arrastre preparan los víveres a contrarreloj para una jornada en alta mar que tiene como objetivo la pesca de xarda a unas diecisiete millas del litoral. Arrancan los motores y un fuerte olor a gasoil impregna el ambiente. Los barcos parten de Avilés deprisa para tratar de ocupar el mejor sitio, el del «gordor» de la xarda.

LA NUEVA ESPAÑA acompaña a los nueve marineros del «Luscinda» durante una jornada de faena. La tripulación trabaja codo con codo con la del «Peña la Deva», ambos buques propiedad del armador avilesino José Ignacio Santiago. Salen a la pareja, como se conoce la técnica en la que dos embarcaciones arrastran el arte por el fondo marino. Todos están nerviosos. La noche anterior no realizaron lance por el mal estado de la mar, para evitar daños en la red. Pero saben que hay xarda, así que apuran el viaje para que la competencia no les «pise» el sitio.

El «Luscinda» deja atrás el puerto avilesino y navega hacia la Mar del Medio siguiendo la rosa de los vientos rumbo al nornoroeste. El buque desafía a un mar embravecido que mece a su antojo al gigante de chapa. La tripulación se coloca en sus puestos. Visten trajes de agua amarillos, ropa de abrigo, botas de seguridad y acompañan los movimientos con pitillos en cubierta. Las primeras tres horas son tranquilas. El buque surca las aguas revueltas del Cantábrico y el vaivén da pie a la conversación: la costera de la xarda está envuelta este año en polémica. ¿El motivo? El recorte de 7.000 toneladas, casi un 25 por ciento del cupo total de 26.400 correspondientes a la región, según el reparto de cuotas realizado por la Unión Europea.

Los arrastreros no pueden ahora capturar legalmente más de 730 cajas -alrededor de 8.000 kilos- de esta especie cada vez más apreciada para consumo humano, si bien se vende mayoritariamente para el engorde de túnidos. A las tripulaciones asturianas los números no les cuadran. Está en juego su futuro y también el de sus familias. Estos hombres viven de las mareas: si hay peces, hay sueldo. Si no... Isolino Triver es el patrón del «Luscinda». Tiene 43 años y lleva enrolado desde los 16. Su vida está en la mar -el «Luscinda» es el barco que sustituyó al buque en el que trabajaba su padre- y su día a a día lo marca una meta: regresar a tierra con la bodega llena del mejor pescado del Cantábrico.

Pero ahora mira el calendario y se encoge de hombros. «¿Qué va a ser de nosotros en mayo? Se acabará la xarda y también la bacaladilla (costera con un recorte del cupo del 93 por ciento). Vivimos con la incertidumbre de no saber qué nos traerá el futuro», asegura. El patrón de costa del buque, Pepe Viña, a punto de jubilarse, precisa: «Está en juego nuestro pan pero también el de nuestros hijos y, en mi caso, el de mis nietos. Y este país mató por fame, que no se olviden». El recorte de los cupos, aseguran, perjudicará a armadores y tripulaciones, pero también, sentencian, a todos los puestos de trabajo indirectos que genera la pesca de arrastre. No sin ironía, los patrones del «Luscinda» aseguran que la solución pasa por «sacar de nuevo la espada de Pelayo, hacer la revolución».

El buque avanza por aguas cada vez más embravecidas, pero la tripulación del «Luscinda» no se arruga. Mientras esperan la luz del alba -la mejor para la pesquería de la xarda- buscan soluciones a sus problemas. «Aceptamos los cupos, tienen su parte buena: a menos pescado, mejor precio. Pero los cupos deben ser para todos iguales, o sino que nos permitan llevar a cada buque un diario de pesca. Ahora lo que reina es la ley pirata», subrayan estos lobos de mar a merced de la Administración.

Cinco de la madrugada. Los marineros abandonan los camarotes, su sueño convulso dura apenas tres horas. Preparan un desayuno a base de huevos fritos y plátanos. Se desperezan. Comienza otro día más de faena en la Mar del Medio. La planta «menos dos» del «Luscinda» es su vivienda, un microuniverso de camas alborotadas, baños que limpia la mar, ollas de acero y un comedor presidido por una televisión que a ratos pierde la conexión. A lo lejos Avilés, San Esteban, el faro Vidio y también los Picos de Europa.

Entre tanto se aproxima el barco «Peña la Deva». Sueltan el aparejo en una operación dominada por las olas. Sabrán si hay pesca si los sensores emite dos pitidos que los marineros llaman, con sorna, cánticos de Karina y Salomé. Los nervios están a flor de piel; la xarda no es la especie más amable de pescar.

Isolino Triver opera desde el puente de mando donde su compañero Rafael Cobo, mecánico, controla los movimientos de un red con forma de globo que supera los noventa metros. En cubierta, Alberto Domínguez, contramaestre; Sixto Lamas, jefe de máquinas; Juan Antonio Quintín, marinero; el patrón de costa, Pepe Viña, y dos más están preparados para lo mejor. Todos tienen a sus espaldas la experiencia que da pasar de la adolescencia a la madurez con miedo a zozobrar, tal vez por eso son una familia en el mar.

El patrón del «Peña la Deva» emite un mensaje por la radio: «Cantó Karina». Triver juega con su gorra, se mueve nervioso, cruza los dedos porque en la red haya xarda. Otro pitido: Salomé. Tras unos minutos de espera deciden izar la red y la tensión casi se toca. El aparejo sale formado una especie de bolsas. Vacían la primera: xarda. La jornada ya mereció la pena. El «Luscinda» llena la bodega con seis tiradas, el «Peña la Deva» con algunas menos. La tripulación vive entonces un momento de éxtasis. El placer del trabajo bien hecho. Sonríen, fuman y se felicitan. Tras la alegría, una llamada al armador para comentarle la jugada. Si el «jefe» lo manda hay que largar de nuevo el aparejo. Pero los barcos han cogido ya el cupo permitido y el armador les ordena regresar a tierra. Con el motor a ralentí la tripulación emprende el viaje a casa. En este tiempo los marineros llenan sin descanso cajas de aproximadamente doce kilos de xarda que horas después venderán en la rula de Avilés. Entonces vuelven las anécdotas, los recuerdos de aquel día que pescaron diecisiete tiburones o cuando un marinero fue hombre al agua. También miran el reloj: la una. Al patrón tal vez le de tiempo a ir al colegio a recoger a su hijo. La tripulación adora la mar pero sabe que puede ser cruel con los que osan desafiarla cada día. Saben también que la mar curte la piel y endurece las manos. Pero volverán a faenar al alba hasta que las leyes se lo impidan.

Al llegar a puerto dos inspectores del Principado vigilan que cada barco traiga los cupos permitidos. El «Luscinda» están en regla, pero debe poner punto final a más de catorce horas de trabajo con la mirada irritante de quien busca culpas. «Ésto es lo que vale la xarda», concluye la tripulación. En la rula la especie se pagará a un euro el kilo.