Si alguna tarde invernal de domingo, de esas que nos pesan tanto por la cercanía del lunes, alguno de ustedes ya no sabe qué hacer para alejarse del sofá un rato, pruebe a estirar brevemente las piernas y teclear su nombre y apellido en alguno de los buscadores de internet: al minuto encontrará posiblemente cientos de entradas que investigar.

Es probable que en un primer momento sienta un cierto temor: no es posible que se conozca tanto de su persona como para aparecer citado tan alto número de veces. Pero, tranquilo, una vez que vaya abriendo ventanitas con su nombre y apellido se percata uno de que hay muchos «Fulanitos o Fulanitas de Tal» en el orbe.

Entonces es posible que aparezca la decepción, porque llamarse «Fulanito de Tal» no parecía una circunstancia frecuente, es más, usted sólo conoce a los «Tal» de su familia y a algún primo lejano que vive en Portugal y conserva el apellido de su madre, pero no, de ése no hablan en internet.

Del temor a la decepción y de la decepción al interés: ¿cómo serán todos aquellos que se llaman como usted? ¿A qué se dedicarán, qué contarán de su vida?

Uno por uno puede ir descubriendo que su nombre también les pertenece a personas muy variopintas, con intereses muy diferentes, al menos los que trascienden a la red. Puede, incluso, tener la tentación de intentar contactar con ellos. Tenga cuidado, llamarse como usted no significa ser buena persona, ni siquiera que sea su nombre real.

No obstante, se puede fantasear con las otras vidas de los «Fulanitos de Tal» e, incluso, llegar a sentirlos como parte de una familia virtual de la que nunca sabrán que son miembros.

Y es que al final ni nuestro propio nombre nos pertenece del todo. Ser originales en este mundo es prácticamente imposible, un intento inútil e infructuoso. Para muchos que nos miran por encima del hombro éste debería ser un ejercicio de humildad obligatorio. Al final sólo somos un nombre, un nombre que se puede repetir un gran número de veces.

Después de todo, los nombres propios sólo lo son porque los demás los usan para nombrarnos, no porque nos pertenezcan en exclusividad. Exactamente lo mismo que en el resto de las cosas en que nos sentimos únicos. Algo me une a las Esperanzas Medinas del mundo: esta fantasía mía que no descansa ni los domingos por la tarde.