Se acerca el final del curso escolar y con él las notas, los disgustillos que parecen siempre inesperados pero que en realidad no lo son tanto porque en el fondo se veían venir de largo.

Por suerte, una gran mayoría del alumnado podrá disfrutar tranquila y totalmente del verano sin ningún cargo de conciencia ni la sensación de haber dejado cosas por hacer. Y eso que estoy segura de que no podrían pasar un sencillo examen de vocabulario habitual en los medios publicitarios (ni yo, ni ustedes tampoco posiblemente, si acaso algún avezado conocedor de la biología, sus términos y aplicaciones). Ni aún haciendo trampa y echando mano del diccionario. Lo sé porque lo he hecho sin resultados satisfactorios. Otra cosa ha sido acercarme a internet, claro. Aunque debo confesar que he abandonado las fuentes informativas sin comprender enteramente lo que se me explicaban, pero sabiendo al menos que tales términos ya existían antes de la publicidad de los productos que los contienen. Es un alivio comprobar que todo está en la Naturaleza y no nos intoxicaremos con un alimento que contenga «lactobacilos y bifidobacterios» aunque a mí me recuerde terriblemente al científico loco de los famosos Mortadelo y Filemón.

Parece ser que también se puede confiar en las «isoflavonas» de la soja en los cosméticos, aunque otra cosa será que consigan «atajar el paso del tiempo» como dice cierta publicidad. Claro que si una sigue leyendo las propiedades de los productos relacionados con la soja de la marca que no se menciona anteriormente, tiene que hacer verdaderos esfuerzos para no salir a comprarlos, ya que junto con los extractos de soja contiene «glicoproteínas y polisacáridos que reorganizan las fibras de colágeno y protegen las de elastina frente al relajamiento».

Otra cosa muy distinta son los triglicéridos que se definen como el principal tipo de grasa transportado por el organismo. Ante eso todos sabemos cómo debemos actuar en la dieta diaria, no esperemos a los remedios rápidos y milagrosos, cuidadín en el día a día con las grasas, que luego puede darnos algún que otro susto.

Podría seguir investigando este nuevo vocabulario publicitario, pero dejaré para otro día la indagación sobre «oligopéptidos» o «fitoestrógenos» ya que comienzo a marearme y me veo obligada a reconocer que nuestros publicistas son gente altamente informada en todos los campos del saber y poseedores de la magia que ya quisieran para sí muchos, capaz de hacernos ver como naturales palabras que apenas sabemos pronunciar y mucho menos explicar.