Los movimientos independentistas de las distintas regiones americanas que componían el Imperio Español comenzaron de forma irreversible en el año 1808, cuando Napoleón invadió España y trató de imponer a su hermano José en el trono español como rey de España y de las Indias, y terminaron dieciocho años después, tras unas prolongadas guerras civiles en aquellos territorios, porque en las propias Indias (que nunca fueron colonias, sino parte integrante de España) la opinión popular estaba muy dividida.

Existían fieles súbditos de Fernando VII, españoles de corazón, que lucharon heroicamente contra los criollos, hijos de españoles, que vieron la oportunidad de beneficiar sus negocios separándose de España, aprovechando para ello la debilidad militar a que nos llevó la invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia. Todo un entramado de traiciones y de políticas espurias, alentadas principalmente por Inglaterra, las sociedades secretas y la propia Francia, que culminó con la ruptura del Imperio y la ruina de la nación española.

Traidores como Bolívar, San Martín u O'Higgins, todos ellos militares españoles que habían jurado fidelidad a la Corona de España, deshonraron su nombre y su juramento poniéndose al servicio de los intereses económicos de la burguesía criolla para consumar la secesión de las provincias americanas de España cuando ésta más las necesitaba, pues eran fundamentales para reponernos de la sangría que nos había costado la guerra contra Napoleón: un millón de muertos y un país arrasado tras seis duros años de luchas y desolaciones.

Hace aún poco tiempo que escribí un artículo en éste mismo diario en el que lamentaba que ahora, en la propia España, se elevase a los pedestales de la fama a los infames que la traicionaron, pero hoy la vergüenza llega mucho más lejos, porque en Chile el propio heredero del trono español y su esposa acudieron el pasado lunes, sumisos, a depositar una corona de flores en el monumento a O'Higgins, a quien llaman ahora «El Libertador», como si hubiera librado a Chile de una oprobiosa dominación.

Creo que no cabe mayor indignidad y me imagino lo que pasará dentro de un tiempo si las provincias vascongadas o Cataluña consuman su traidora independencia? Entonces veremos quizás al rey de España o al heredero del trono (si queda algo de eso) acudir con la misma sumisión a besar las manos de Otegui o de Carod Rovira, honrándoles como libertadores de los «oprimidos» países vasco y catalán.