Es difícil para una persona vulgar, como yo misma, sustraerse a este torbellino navideño de consumo. Sin que apenas nos hayamos percibido de ello nuestros niños y niñas hace más de un mes que están siendo bombardeados en la televisión con montones de juguetes "imprescindibles" para divertirse o "aprender" (me sorprendía hace un momento ver el anuncio de uno que juega a "piedra, papel, tijera". Me pregunto cuánto costará y si no sería más fácil que cualquiera de los adultos próximos al pequeño le enseñase este juego. De lo que sí estoy segura es de que sería mucho más enriquecedor).

Intento echar la vista atrás y recordar qué me movía a mí a pedir los juguetes a los Reyes cuando era niña, supongo que estaría entre los escaparates de las jugueterías, lo que mis amigos me contaban que iban a pedir y la televisión, cómo no, vienen a mi mente unas ciertas muñecas de "Famosa" que se dirigían al portal. Seguro que más de una de ellas estuvo alguna vez en mi carta a los Reyes Magos.

Las cosas no han cambiado mucho, si acaso se han exagerado un poco, recuerdo que en muchas ocasiones mis hijas no sabían qué pedir hasta que llegaban los catálogos de los grandes almacenes y podían escoger, como si lo que tuviese que ver con aquella elección de las fotos de colores no fuese el juego en sí, sino más bien una obligación de escoger y no de desear. Claro que para eso están los padres, para que esa selección vaya tomando una u otra forma determinada según lo que interese más al desarrollo de los niños o al bolsillo de los progenitores, que ambos criterios merecen tenerse en cuenta.

No me cansaré de decir que creo firmemente que el mejor juego para un niño es otro niño o un adulto, que el juguete es una excusa la mayor parte de las veces para verle la cara de sorpresa cuando abre el paquete. Que sé, como la mayoría de ustedes saben, que a la semana siguiente los juguetes nuevos ya no les interesan. Que la caja o el papel de regalo puede ser en ocasiones un bien tan preciado como el propio juguete.

Pero es muy difícil evadirse de todo este "espíritu navideño", de este exceso de felicidad altamente material. A todos nos gusta ofrecer y recibir regalos, a mí la primera. Aunque reconozco que me valen en cualquier fecha del año.

Así que a resignarse, a atiborrarse de anuncios de juguetes y perfumes y a procurar no invertir mucho más de lo que sería conveniente en este mes de diciembre. Recordemos que a la vuelta de la esquina nos espera enero, y febrero, y marzo.