«¡Agua, agua, ya hay agua!», grita Luis Fernández desde la cabina de mando. La tripulación -15 marineros- se coloca entonces en sus puestos: Toño López, en la superestructura, a la guitarra; Mariví Hernández, manguera en mano, toma posición a babor y Carolina Fernández hace lo propio a estribor. El resto, Luis Jesús Hernández, Pelayo Ovies... y otros tantos se mueven de proa a popa informando al capitán, el señor Pantiga, siempre al tanto del timón. El buque «Paz, amor y agua a mogollón», con el número 10 y de la peña Vehinsa, estaba a punto de surcar las frías aguas de Galiana. Y lo hizo, vaya que si lo hizo, dejando tras de sí un rastro de «¡Ohhhh!» y «¡Ahhhh!» de admiración, de sorpresa, de fascinación; vaya usted a saber.

La cosa es que esta cuadrilla antroxera no es moco de pavo. Lleva ya cinco títulos ganados en el desfile más alocado de cuantos se organizan en Avilés. Son mecánicos de vehículos pesados en la vida civil; ayer, hippies consagrados. Les aseguro que con un chubasquero amarillo, botas de goma del 38 -dos números más grandes de lo habitual- prestadas, tres folios y un boli surqué las aguas con esos lobos de mar. Por un momento viví un flashback nostálgico recordando cuando participaba en el Descenso y en lugar de libreta llevaba huevos y más que hacer preguntas me desgañitaba pidiendo agua a los vecinos, que la echaban a calderaos. Los recuerdos duraron pocos minutos, hasta el primer chorro de agua. Menudo festín que se dieron los bomberos... Aunque también se llevaron su merecido. Con seis mangueras «disparamos» a todo quisqui, y sin mediar libro de reclamaciones. Así es el Descenso de Galiana, lo más de lo más para los de Vehinsa con su «Paz, amor y agua a mogollón».

La peña se empeñó en construir un buque cinco estrellas. Total, que el barco tenía hasta váter para damas. Como lo leen, váter, que no es lo mismo que inodoro en Galiana. Había también un «salón» con calefacción y una habitación donde servían «kalimotxo» y chocolate caliente, de termo; dos frenos para evitar incidentes, cámaras de vigilancia en proa y popa, equipo de música con volumen a todo trapo y un cuadro de luces psicodélicas. Ya quisiera Opel o Ford tanta prestación... Por eso al paso de «Paz, amor y agua a mogollón» -aún con seria competencia- se desataban piropos y gritos encendidos entre el respetable que rugía pidiendo agua, unos por puro vicio y otros para limpiarse la espuma de los ojos. En cualquier caso la cuestión era mojarse o ser mojado, como siempre desde hace 25 años en Galiana.