La marcha de Natalio Grueso ha dejado con un palmo de narices a todos los que lo respaldaban. Era una huida anunciada, aunque ocurrió un poco como aquella fábula del pastor mentiroso: de tanto esgrimirla acabó por desdeñarse. No ha sentado nada bien a los socialistas enterarse por los medios de comunicación de la decisión. Ha venido a corroborarles lo que ya repetían en privado desde hacía meses: que los ex gestores y empleados de la Fundación iban por libre sin rendir cuentas. Incluso, en el PSOE admitían que los ex gestores han sido tanto escollo para una solución al conflicto como la beligerancia de Foro Asturias en esta cuestión. De momento, me temo, sólo quedará esperar a que pase este paréntesis preelectoral, a ver si hay alguna luz al final del túnel. Al final, lo ya sabido: entre unos, otros y aquéllos, entre todos, lo mataron. Hasta el exceso de amor mata. Advertencias de lo que podía ocurrir no faltaron. Pero el Niemeyer no es de personas: es de una ciudad que quiere sentirse orgullosa de él. Eso debería preocupar a todos.