La semana pasada estuve compartiendo con alumnado de 5.º de Primaria parte de una de mis lecturas favoritas del escritor Gonzalo Moure: «Lili Libertad». Supongo que a estas alturas quienes me siguen un poco ya saben lo mucho que disfruto compartiendo literatura, sobre todo con los pequeños. Sólo ante ellos se vuelve a producir la magia de la ilusión de la primera vez con el texto que tantas veces hemos saboreado nosotros y que ellos aún no conocían.

Mi lectura y las preguntas que vinieron después formaban parte del trabajo que su profesora les propone en Lengua y para los que los maestros del colegio irán escogiendo y leyéndoles diversos textos. La literatura no tiene edad, por eso es tan importante saber que la compartimos a pesar de la cantidad de cumpleaños que nos separen.

Dentro de la preparación de la entrevista posterior a la lectura, entre otras cosas, me preguntaron si para mí ser maestra era un trabajo. Como estoy convencida de que no hay que presentarles un mundo idealizado, sino el mundo real y cotidiano, del que también se puede disfrutar, fui totalmente sincera y les expliqué que hay días en las que quizás prefiriera quedar en casa, pero como trabajo de maestra, no me queda más remedio que salir hasta el colegio. En realidad cuando yo era pequeña mis ideales laborales eran otros muy distintos (ellos lo saben ya).

Pero para seguir siendo justa con esa sinceridad tengo que confesar que me gusta trabajar como maestra porque me encanta aprender de mis alumnos. Y no es un tópico. Hay momentos en que disfruto en la escuela como si me hubiesen regalado unas vacaciones en una playa tropical.

Debo reconocer que en ocasiones hay cierto caos sonoro en el ambiente del aula que me hace terminar la jornada un poco más afónica, pero en otras los afectos espontáneos, las ideas novedosas (aplastantemente lógicas e ingenuas) me regalan esa sonrisa que me ensancha tanto por dentro.

Otras veces simplemente toca observar y callar, permanecer en silencio para no meter la pata y llegar a comprender de nuevo el mundo que nos rodea. Suele ser cuando de lo que se trata es de la expresión artística. Ha habido tantas veces en que nuestros prejuicios adultos nos han equivocado de camino, que es de agradecer, y mucho, que sean los niños y las niñas más pequeños quienes nos lo descubran de nuevo.

Entonces sólo queda dar las gracias por haber acertado al escoger esta profesión de maestra.