Dramaturgo, autor de «No se elige ser un héroe», que se estrena mañana en el teatro Palacio Valdés

Saúl FERNÁNDEZ

David Desola (Barcelona, 1971) es autor de «No se elige ser un héroe», la función cuyo estreno nacional acoge mañana el teatro Palacio Valdés. Desola y Avilés hace años que viven un idilio de futuro. Desde 1999, desde su debú en la escena, cuando «Baldosas», premio «Marqués de Bradomín», galardón-cantera del nuevo panorama dramático español. Desola últimamente va y viene, de esta a aquella orilla del Atlántico. De España a México y de México a España. Dos de los cinco estrenos más clamorosos del año 2012 en el D.F. los firman españoles: Juan Mayorga y el propio Desola. Fuma ducados, bebe café negro y, así, es cuando comienza a contestar las preguntas de este periódico.

-¿Dónde está la génesis de «No se elige ser un héroe»?

-Es una historia que no he visto en ningún sitio, simplemente, pensaba en dos iconos fallidos del siglo pasado: el comunismo y el capitalismo. El comunismo está practicamente acabado, ni siquiera los países comunistas se llaman a sí mismos comunistas, y el capitalismo parece que tiene tendencia al suicidio. Tomé la cocacola como icono de ese capitalismo y, luego, a un comunista de los de antes.

-La obra parte de la reunión de los hijos de ese comunista que tienen que decidir si la memoria del progenitor se puede comercializar.

-La cocacola está interesada en hacer un anuncio con las imágenes del padre comunista. Así que los cinco hermanos se ponen a discutir si son más importantes los principios del padre muerto que el dinero que llegará de la mano de la multinacional. El asunto es que el viejo comunista y la vieja y anacrónica cocacola quieran juntarse para hacer algo en común, quizás para enfrentarse a algo que no saben de dónde va a venir...

-Hay hermanos proclives a la venta, otros, sin embargo, no...

-Hay uno, en concreto, que dice que es anarquista libertario y defiende la postura idealista de su padre... y hay una hermana que es actriz y que sólo le interesa el dinero...

-Si esto sucediera en su familia, ¿qué haría usted?

-Depende del momento en que estuviera en mi vida. Si estoy absolutamente arruinado me plantearía si son más importantes mis principios, o los de mi padre, o mi comida. Si tengo una posición envidiable pues, por supuesto, no vendería su memoria.

-Esto es lo de Groucho Marx: tengo estos principios, pero, si no le gustan, tengo otros.

-Tengo unos principios, pero puedo replantearlos.

-El precio de los principios.

-Por una parte sí, en el arranque, cuando llegan a la terraza de la casa del padre, una terraza que se la está llevando el mar; el símbolo de la crisis que estamos viviendo.

-Vuelve con Roberto Cerdá como director de escena.

-Creo que entiende mucho mejor mis obras que yo mismo.

-¿Ah, sí?

-Sí. Vale, ha dirigido dos. La otra, «La charca inútil».

-Que ya se vio en Avilés.

-Sí, sí. Quedé muy satisfecho con aquella dirección, estoy muy satisfecho con esta... tanto que tenemos varios proyectos en mente. Si por mí fuera, Roberto Cerdá dirigiría todas mis obras... y eso que no me hace mucho caso.

-¿Es usted un autor plasta al tanto de cada avance del proyecto?

-No, nunca lo he sido y con Roberto Cerdá, menos aún. Nunca me han dejado serlo.

-¿Le hubiera gustado?

-¿Ser un autor plasta? Me hubiera encantado, pero es que siempre he tenido muy buenos directores, con una larga trayectoria... Y así no hay manera de meter baza.

-¿Cómo trabaja con el director de escena?

-Discutimos algunas cosas, pocas veces me hace caso, descubro muy pronto que es para bien.

-Se metió a dramaturgo a través del cine, pero ¿nunca le ha dado por cultivar otro género?

-Pues la verdad es que no. Cuando te encasillas, es difícil cambiar. Hace tiempo que vi en el teatro el mejor modo de expresar mis ideas. Sigo escribiendo guiones de cine y ahí tu fantasía no tiene límites: puedes poner exploradores en mundos extraños, en galaxias lejanas... Sin embargo, me interesa mucho el problema que te plantea el teatro con su falta de medios...

-¿Y pone cinco actores sobre la escena?

-Los que necesitaba la historia para poder ser contada bien. Los productores se enamoraron al momento. Ha tardado tiempo en poder ser montada, se ha cocinado a fuego lento. Cinco actores entra en el límite del teatro que puede llegar a ser rentable.

-Pero, tal cual están las cosas, cinco actores en un espectáculo es una superproducción.

-Cinco actores en teatro hacen «Ben-Hur» y siete, «Titanic». Mi límite está en siete actores.

-¿Qué le pasa a usted con Avilés?

-«Baldosas», mi primera obra, la dirigió Jesús Cracio, que no es de Avilés, pero fue quien quiso traerla a esta ciudad. Yo no pude venir. «Almacenados», la segunda, se estrenó por casualidad aquí. Y, después del rayo aquel que estropeó el estreno, aquí sigo.