Salvador Rebollo y Bruno Rodríguez, del colectivo «Tiempo cero», han recopilado un conjunto de historias de muerte, misterio, de ataúdes flotantes y espectros en la noche... todas ellas relacionadas, de una u otra manera, con el cementerio de La Carriona y con otros camposantos de la comarca, como el de San Martín de Laspra. Estas historias, recogidas en su momento por la prensa local, aseguran, «se han ido transformando en leyendas entre los vecinos del barrio», recalcó Rebollo. «Me he criado allí y las escuché todas alguna vez», apunta Rebollo. Ficción o realidad, la muerte siempre ha dado que hablar.

El arquitecto que construyó el cementerio de La Carriona fue el mismo que diseñó el parque del Muelle; esparcimiento y defunción. Ricardo Marcos Bausá se encargó de ofrecer la última morada a los avilesinos y, también, el placer de las tardes de ocio. Los muertos, antes de Bausá, descansaban detrás de la iglesia de los Padres, en el campo de Caín... El final del siglo XIX, el del progreso, colocó a la ciudad en el mapa de la burguesía millonaria. La ciudad de los vivos, como significativamente ha señalado en varias ocasiones el historiador Juan Carlos de la Madrid, necesitaba su reflejo en una «ciudad de los muertos».

l Desentierra a su hermano buscando una guitarra. «Un joven fue sorprendido con el cuerpo de su hermano, enterrado cinco días antes, fuera de la tumba», cuenta Rebollo. «La explicación que dio a quienes tuvieron que volver a enterrarlo, y a la Policía, fue que sólo pretendía recuperar la guitarra con la que habían enterrado al fallecido», añade Rebollo. Lo extraordinario del hecho es que «no había ninguna guitarra en el sepulcro», concluyen los dos investigadores avilesinos.

l El ataúd que flotaba en su fosa. En la década de los sesenta los enterramientos en La Carriona se hacían en tierra. «La naturaleza del suelo del cementerio, de arcilla, complicaban los enterramientos en los días de lluvia», explica Rebollo. En una ocasión los continuos chaparrones terminaron por inundar la fosa. «Los enterradores introdujeron al finado y quedó semisumergido. Para evitar esto y para que concluyera la ceremonia, introdujeron las flores y las coronas... cuando se fuera la familia, lo enterrarían en condiciones. No pudieron. La viuda regresó y observó el ataúd que había salido a flote. «¡Con lo poco que te gustaba el agua!», cuenta Rebollo que exclamó.

l El portugués que se alojó en un nicho. «De niños jugábamos en el cementerio. Por entonces sabíamos de un vagabundo portugués alto, con muy mala pinta, que se alojaba en un nicho y provoca malestar entre los vecinos, no era muy agradable encontrarse con un tipo como aquel entre las tumbas. Decidieron hacer una colecta para comprarle un billete para que volviera a Portugal», cuenta Rebollo.

l El robo frustrado y la muerte cierta. El ángel del panteón de los marqueses de San Juan de Nieva «contaba con unos ojos que eran piedras preciosas», cuenta Rebollo. «Una vez un hombre entró para robarlos. Le descubrieron, huyó por entre los sepulcros, subió la tapia, se enganchó y murió pensando que iba a caer preso. Pensó que le tiraban de la pernera», asegura el investigador.

l El espectro infantil. «Se cuenta que unos vecinos vieron a un chaval que buscaba algo por el cementerio. Le seguieron, el chaval se escondió detrás de un árbol... y había desaparecido. ¿Quién era? Sucedió al poco del crimen de La Arabuya, el del estripador de Avilés. ¿Era el espectro de la víctima? ¿O fue sólo una fantasía?», se pregunta Rebollo.

l La sombra misteriosa de Laspra. «En el cementerio de Laspra fueron fusilados ocho sacerdotes durante la Guerra Civil. Se conservan cinco de las ocho lápidas, en la tapia del camposanto. Nos habían hablado de sucesos anormales y lo dispusimos todo para investigarlos: sensores de movimiento, cámaras de vídeo... Pasamos un par de noches allí y tenemos un documento: cuando recogíamos todo la cámara quedó encendida, cuando examinamos lo grabado descubrimos una sombra inexplicable que cruza la pantalla. ¿Qué fue? No lo sabemos. No había allí nadie más que nosotros», concluyen Salvador Rebollo y Bruno Rodríguez.