En estos días pasados don Alex Salmond ha presentado un tocho infumable en forma de libro en el que se relatan las excelencias que le sucederían a Escocia si llegara a ser independiente, tal como pretende que sus congéneres aprueben en el referendo que hay convocado para el próximo 18 de setiembre de 2014. Según ese relato Escocia sería como una especie de paraíso terrenal o casi mejor como la sociedad ideal que pensara Tomás Moro en su "Utopía".

Ya saben que aquí don Arturo Mas y sus adláteres pretenden que se convoque otro semejante en Cataluña con la misma promesa de que esas tierras se convertirían, por arte de magia, en un jardín de las delicias que para sí quisiera haberlo imaginado El Bosco en sus cuadros. Quieren que se celebre antes que el escocés porque todas las encuestas indican que la mayoría de los del güisqui van a votar que no y, claro, eso sería una jugarreta, cuando ya se sabe que "Espanya ens roba".

Dentro de la cosa europea hay otros prójimos que también andan a independizarse. Son los flamencos, que no son los andaluces de la castañuela, sino esos rubiánganos del norte de Bélgica que dicen que los valones del sur son unos vagos y, qué causalidad, también les roban.

Son muy curiosas las coincidencias de estos tres movimientos independentistas, pues da la casualidad de que esas regiones separatistas son ricas, pero desde hace cuatro días. Durante el largo tiempo en que fueron más pobres que las ratas estaban tan a gusto en la patria común y no abrían la boca para proclamar sus identidades, para hacer cuentas sobre quién contribuía más a las arcas del común ni para exigir autodeterminaciones ni derechos a decidir nada de nada.

Escocia durante siglos fue una turba en la que sólo podían pastar unas ovejas de lana larga y mala, cuyos pastores daban en los ratos de ocio unos cachabazos a unas piedras que, luego, los ingleses, más ricos y cultivados, trasformaron en el deporte del golf. Gracias al imperio inglés multitudes de escoceses se evadieron de la hambruna que les deparaba su tierra natal con la gaita a cuestas. Hasta que, hete aquí, las costas escocesas resultaron ser un mar de petróleo.

Otro tanto les pasó a los catalanes. Inmediatamente se comprende la pobreza histórica de Cataluña simplemente observando que allí no hay un solo edificio barroco, pasando sus monumentos del gótico del siglo XV al modernismo de finales del siglo XIX. Entre medias, un desierto cultural que se corresponde con una gran pobreza económica, hasta que tuvieron la suerte de perder la guerra en 1714 y pudieron emigrar a las Américas, tras lo cual muchos se hicieron ricos con la política proteccionista del gobierno de "Madrit", del que un montón de catalanes formaron parte.

No muy distinto es el caso de los flamencos, cuando eran bastante más pobres que los valones del sur, rico con sus minas de carbón y sus siderurgias, hasta que las sucesivas crisis las cerraron y los soberbios norteños se hicieron opulentos con el trapicheo financiero, al modo de sus parientes holandeses.

Lo curioso es que en todos estos casos y desde que son ricos quieren ser independientes, pero de aquella manera y por si acaso. Quieren seguir con la misma moneda, jugando en la misma liga de fútbol y formando parte de la Unión Europea, que es como decir que quieren todo lo bueno y nada de lo malo de ser independiente. Como tontos. Así, también yo y me imagino que usted. ¿O no?