"¿Qué tal, amigo?". La pregunta que siempre tenía en los labios David Gutiérrez y que pronunciaba con una entonación llena de entusiasmo quedó ayer sin interlocutor al que contestar. El maestro que durante 24 años dirigió el colegio Llaranes falleció con 59 años tras una larga enfermedad y dejó un vacío imposible de llenar, no sólo en su familia y en su comunidad escolar, sino también en toda la ciudad. Jugador de tenis, amante del teatro, incondicional de la Escuela de Cerámica, profesional vocacional, optimista irredento, trabajador incansable... las condolencias llovieron por miles porque Gutiérrez dejó huella. Las lágrimas se juntan con la risa de los buenos momentos que dejó en la retina de sus amigos, que confiesan: "Le teníamos demasiado cariño todos". El funeral será hoy, a las cinco de la tarde, en la iglesia de Santo Tomás de Cantorbery.

San Juan de Nieva fue su primer hogar. En esta localidad vivió Gutiérrez su infancia y su adolescencia, y desarrolló su vocación por la enseñanza. Huérfano de padre desde muy niño, comenzó a dar clases particulares para pagarse la carrera de Magisterio, cuando estudiar exigía muchos sacrificios. Así lo recuerda su vecino de entonces, el artista Carlos Suárez: "Había cierto grado de romanticismo en su vocación, hacía dedo para ir a Oviedo; fue uno de los primeros del pueblo que empezó a estudiar. Era uno de esos maestros vocacionales, de los que hacen funcionar los colegios".

Finalizada la carrera, recaló en el colegio Llaranes. Y, junto a él, su mujer, Berta García, también maestra, con la que tuvo dos hijos, María y David. Y ya no dejaría el centro nunca. Fue su director durante 24 años. Incluso en los últimos meses, estando de baja, se colaba dentro a la menor ocasión. El último verano lo pasó en el colegio, preparando un aula de audiovisuales en la que tenía puesta mucha ilusión. "Siempre tenía nuevos proyectos en mente", aseguran sus compañeros.

Su paso por las aulas deja muchos recuerdos. "Conocía perfectamente el colegio. Le gustaba tener un contacto muy directo con las familias y las involucraba mucho", apunta Juani Fernández, compañera y colaboradora durante largos años. "Tenía una memoria tremenda, el disco duro de su cabeza le funcionaba perfectamente y poquísimas veces le vi con agenda. Vivía el colegio al cien por cien", añade. "Para él sólo tengo palabras de agradecimiento. Siempre le recordaré riendo", remata.

Gutiérrez transmitía calma y daba la sensación de que cada tema que tocaba era el más importante y que le podía dedicar todo el tiempo del mundo. Sereno y calmado, sabía dialogar lo que fuera necesario. Así lo cuenta otra de sus compañeras: "Si había un problema, primero te contaba un chiste para que te relajaras, siempre tenía la forma de salir airoso sin enfadarse". En el centro, además, lo mismo arreglaba un enchufe que ponía derecha una puerta. Por eso, el conserje del Llaranes lo echará ahora de menos como a uno de la familia.

En los estudios de Magisterio conoció al anterior concejal de Educación, Román Antonio Álvarez. La primera vez que el ahora exedil fue a verlo al colegio como representante del Ayuntamiento apuntó las deficiencias del inmueble y Gutiérrez no le tomó en serio. Otros las habían anotado antes, sin resultados. "Harás como todos", le auguró, aunque luego reconocería su error. "Siempre estaba de buen humor, contando chistes", dicen sus amigos.

Yolanda Alonso, la actual concejala de Educación, lo describe así: "Es de los directores que han ido construyendo la ciudad educadora. Conocía a las familias, siempre estaba pendiente... Además de un profesor con letras mayúsculas era una excelente persona. Hemos perdido a una persona importantísima para la comunidad educativa". Así lo siente también David Artime, el director en funciones del colegio Llaranes, que ayer tuvo que reunir a los escolares para darles la mala noticia. "Intentaremos reconfortar a la familia como podamos", apunta.

En las aulas de la Escuela de Cerámica pasó muchas horas. "Era la persona más entusiasta, la que mejor transmitía ánimos y fuerza a todos. Siempre se van los mejores", lamenta el artista Ramón Rodríguez. En este centro le recuerdan como alguien "enérgico, feliz, siempre preocupado en los demás y en su colegio, dadivoso, cariñoso, orgulloso de ser maestro, una persona imprescindible en este mundo".

Llegó la enfermedad y la lidió con energía, dando hasta el final imagen de confianza y optimismo. Quería jubilarse en septiembre... Su risa se extinguió antes.