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concejo de bildeo | Crónicas del municipio imposible

Los nervios externos

Un médico rural puesto a prueba por un paciente preocupado porque no le dolía nada

Los nervios externos

De nuestro corresponsal,

Falcatrúas

Según el Antiguo Testamento, los habitantes de Palestina y alrededores pasaron siglos y siglos peleándose y sin dialogar ni un "puquiñín"; posteriormente, el Nuevo Testamento, más pragmático, trajo la solución para evitar tanta pelea: hablar a la gente por medio de parábolas, nada de frases claras y directas, sino explicar las cosas dando una vuelta por La Coruña. Los romanos demostraron que bajo su sandalia el personal lo entendían todo mucho mejor. Dos mil años después, aquel territorio donde convivían unos y otros a guantazo limpio es ahora un follón de países y banderas, allí no hay quien se entienda y para convencerse entre ellos de quién tiene razón, siguen dándose morradas, transformadas en tiros y bombazos por el progreso.

Don Cheluís, el médico de Bildeo, tardó algo en entender a los vecinos de este maravilloso pueblo, al que ustedes no vienen ni por recomendación. Empezó a sintonizar con el modo de ser de sus pacientes un día en que pasó consulta "El Pescancio", es decir, Práxedes Verdugo de los Santos, un vecino que vino de la mili algo mal del tanque y ahora, pasados los setenta, no acaba de mejorar, anda cambiando de unas filosofías a otras, como Tarzán cambiaba de lianas en sus periplos turísticos por la selva.

-Mire, Don Cheluís, estoy francamente preocupado, -dijo, antes de acabar de sentarse del todo-. No me duele nada. ¿Le parece normal que esté así?

-Hombre, cualquier otra persona estaría como los ángeles, pero tratándose de usted, entiendo perfectamente que no se encuentre a gusto. A ver, usted siente algo así como desasosiego?

El médico, recordando su etapa de teatro aficionado, representó como si estuviese en el escenario un gesto que para él reflejaba claramente un estado tal, moviendo cabeza, hombros, brazos y manos como si su cuerpo estuviese buscando una salida escapando de sí mismo, cual mariposa intentando liberarse de su crisálida.

"El Pescancio", estupefacto al principio, sintonizó enseguida, entró en trance y empezó a su vez a representar con toda una batería de aspavientos aquellas inquietudes que lo mantenían en vilo, sin dejarlo descansar ni de día ni de noche: la angustia, la incomodidad, el estrés, que en su caso era el "escuatro" con algunos episodios de "escinco", la depresión, el hastío? Su cara iba adoptando sucesivamente la expresión del padecimiento de diferentes santos del martirologio, según el tipo de torturas que habían sufrido: la de aquellos que habían muerto quemados, estirados en el potro, apaleados, lapidados, etc.

-Total, -dijo, resumiendo su postureo de sufrimientos- que estoy mejor cuando me duele algo. Hace unos días que tengo calmados los nervios internos, los que habitualmente no me dejan vivir, pero llevo mucho peor los nervios externos, los de los demás, que me crispan los míos.

-Comprendo lo que dice. A propósito, ¿Trabaja usted algo?

-He llegado a la conclusión de que trabajar no es lo mío, me pone malo, no lo aguanto.

-Me he explicado mal; usted no necesita trabajar, sino entretenerse en algo, preferiblemente que sea productivo.

-No sé yo, nunca fui muy furón, además estoy muy mayor para empezar ahora a cultivar un huerto, prefiero comprar a los furgoneteros los tomates y las cebollas.

-Nada de huerto. Vamos a ver? ¿Sabe usted hace madreñas?

-Pues sí, no es que haya hecho muchas, pero sí, sé hacer madreñas, aunque ese no es un entretenimiento, es un trabajo muy esforzado y ya no puedo andar con el hacho, el tronzón, la azuela?

-Por supuesto que no. Yo le estoy hablando de madreñas en miniatura, como si fueran para un recién nacido, incluso más pequeñas, como para colgar en un llavero.

-¿Pero unas madreñas que no se puedan calzar, que quepan en el bolso, para qué valen?

-No se preocupe por eso, las cosas que no valen para nada son las que más aprecia la gente, les encuentra aplicación enseguida; además, usted puede ganar algún dinero. ¿Nunca se fijó en los clavos de acero que forja Pepe el Ferreiro en la fragua?

-Sí, hace muchos y en muy poco tiempo.

-Pues no son para clavetear la madera, como se hacía antes; hay cadenas de tiendas que los venden a los turistas que quieren tener un recuerdo de los antiguos ferreiros. Pepe llevó una vida muy trabajosa en la fragua reparando toda clase de aperos de labranza, herramientas para los madreñeros, ruedas de carro y todo eso. Ahora, de una varilla de acero, con cuatro martillazos fabrica un montón de clavos y gana más dinero que antes y con menos esfuerzo.

Aquella tarde, "El Pescancio" se reinventó a sí mismo, sin paracetamol, con la ayuda de una navaja y de un taco de madera.

Seguiremos informando.

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