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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

El truébano

Sobre el uso más inverosímil nunca dado a una antigua colmena

El truébano

De nuestro corresponsal,

Falcatrúas

Aunque no estemos todos en la Academia de la Llingua ni tengamos colocación garantizada como los "pedigrinos" (miembros de familias importantes que se intercambian favores, colocando a sus vástagos, hoy por ti, mañana por mí), entra dentro de la cultura general asturiana saber lo que es un truébano, la casa de madera donde las abejas hacen su vida, crían sus larvas y almacenan la miel que producen en panales de cera que también fabrican. Ni que fueran chinos. Hasta mantienen zánganos, como los seres humanos, algunos también con pedigrí.

Las colmenas modernas superan a los obsoletos truébanos, todo hay que decirlo, porque son higiénicas, permiten aprovechar mejor el producto, ahorran buena parte del trabajo a las abejas obreras facilitándoles panales que ellas no tendrán que fabricar y evitan la estúpida costumbre "ancestral" de matarlas para quitarles la miel, "como se hizo siempre". Hay veces que lo de ancestral, en lugar de ser un valor cultural a mantener, representa la parte irracional de cuanto heredamos; apunten, si no, lo de tirar la cabra desde el campanario o amarrar antorchas encendidas en los cuernos de un toro para que unos descerebrados hagan el gilipollas.

Los truébanos, de los que cada vez hay menos ejemplares en activo, se construían clavando cuatro tablas gruesas para formar un cajón más alto que ancho; contaban con dos palitroques redondos que lo traspasaban de parte a parte y servían de referencia para que las abejas colocaran sus panales, y se remataban con sendas llábanas, una debajo y otra encima, tapando los extremos; con ese cajón tosco colocado verticalmente, los palitroques cruzados a noventa grados y la protección de las piedras planas, las abejas se encargaban de todo lo demás: fabricar miles de hexágonos de cera para almacenar miel y criar larvas, cuidar y exprimir a la reina para que produjese nubes de huevos, explorar en busca de flores, indicar a las compañeras recolectoras en qué dirección tenían que volar para encontrarlas y recoger polen, etcétera. Ruiz Mateos "puso en valor" los hexágonos, urdiendo con ellos su telaraña para incautos.

Había otro modelo de truébano que se estiló mucho en Asturias, el del tronco hueco, que se preparaba a partir de una rolla de castaño o roble, vaciándola con ayuda de una gubia larga de media caña, un mazo de madera y unas cuantas horas. También necesitaba las dos llábanas y los palitroques atravesados, para que las abejas tuvieran dónde apoyar sus panales.

Diego era uno de los hijos de Pepe el Ferreiro que sacó el oficio del padre -Cándido y Armando también ferrexaron bien- y aunque vivía cerca de Oviedo, pasaba temporadas en Bildeo, primero ayudando al paisano y, cuando él faltó, mantuvo la fragua abierta unos años, hasta que su salud comenzó a resquebrajarse. Primero fue una cadera, una prótesis de mala calidad, tal vez mal colocada, una cojera que fue a más; posteriormente, otra enfermedad peor comenzó a minar su organismo y en cuestión de unos años, el pobre Diego entregó la cuchara.

Hubo un tiempo en que la cadera y la cojera le impedían sentarse cómodamente en ninguna parte; hasta para hacer sus necesidades en la taza del váter lo tenía difícil. Nunca pensamos en lo mal que lo pasan las personas con dificultades de movilidad, hasta que le tocan a uno mismo o a alguien cercano, entonces dejan de ser objeto de burla; otra cosa es tomarlo con humor para no hundirse en la miseria por tener una discapacidad.

Por otro lado, seguramente debido al tratamiento de su enfermedad, cuando a nuestro hombre le apremiaba la necesidad, no disponía de mucho tiempo desde que dejaba el fierro en el fogón y, cojeando, recorría la distancia entre la fragua y la casa para ir al cuarto de baño. Fue su padre, Pepe el Ferreiro, ochenta y tantos, el que dio con una solución para hacerle más llevadero su problema: entró en la cuadra, sin vacas desde hacía mucho, y salió con un truébano de los de tronco hueco.

-Aquí tienes tu váter.

Diego quedó un tanto perplejo y miró a su padre, con algo de reproche; Pepe se explicó mejor:

-Lo instalamos en la huerta, detrás de casa, son cuatro pasos; cuando tengas necesidad, te sientas en él y haces lo que tengas que hacer. Se cambia de sitio con facilidad, es barato, tenemos otro de repuesto? Son todo ventajas. Además, tenemos ahí cerca la manguera. ¿Cómo lo ves?

-Gracias, papa, no sabes cuánto que te lo agradezco; además, tuviste el detalle de quitar las abejas, quedo mucho más tranquilo sabiendo que ya no están ahí dentro.

Nadie sabía de esta aplicación de los truébanos, pero a Diego el invento le facilitó la vida unos cuantos años.

Seguiremos informando.

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