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Josefa la de La Parra, vecina privilegiada de Ensidesa

La popular hostelera lamenta la desaparición del puente de hierro: "Valía más que lo hubieran arreglado"

Josefa Suárez, más conocida como "Josefa la de La Parra". RICARDO SOLÍS

-El puente aquél... Venían los autobuses de Roces, paraban de al lado de allá porque Rico no tenía carné. Por eso paraban allí, para que los cogiera el padre.

Josefa Suárez, más conocida como Josefa la de La Parra, vivió muchos años al pie del puente de hierro de San Sebastián. Desde el negocio que regentaba con su marido fue testigo privilegiado de los acontecimientos relacionados con la ría de Avilés durante más de medio siglo. Y así recuerda la gran nevada de 1948, cuando ella era una recién llegada a la ciudad, procedente de su pueblo de Arlós. Se casó con su marido Jesús y con el restaurante La Parra todo a la vez.

Del puente de hierro recuerda Josefa Suárez que pasaban camiones llenos de madera, autocares... "No había otra manera de poder cruzar para Gozón". Y comunicaba con el barrio de San Sebastián, donde Agustín Santarúa tenía una casa. "Cuando vino Ensidesa no quería marchar, y al final tuvieron que salir en lancha". Ella misma cruzó el puente en muchas ocasiones para buscar espadañas para las procesiones, cuando los terrenos de la margen derecha eran una huelga siempre encharcada. Y lamenta que la estructura no hubiera sobrevivido. "Con todo lo que hoy se valoran las cosas antiguas...", reflexiona.

La nevada de 1948, que según recuerda duró más de una semana, fue previa a la llegada de "La Precursora", la foca que Josefa Suárez veía cómodamente desde su casa y que los avilesinos acudieron ávidos a contemplar en la ría. Fue precursora de la llegada de Ensidesa, y desde los fogones de La Parra Josefa fue una de las primeras en enterarse del acontecimiento que cambiaría la historia de la ciudad. "Vinieron a mi casa a comer unos señores unos cuantos días. Y les pregunté. Me dijeron que venían a ver las huelgas porque se iba a construir una fábrica". La reacción de esta popular hostelera fue pensar: "¡Ay, madre!".

Y así cambió no sólo la vida de Avilés, sino también la de la propia Josefa Suárez, que desde el principio convirtió sus guisos en uno de los referentes de la nueva sociedad obrera que comenzó a instalarse. "Ensidesa diome mucho que hacer. Cuando vino Franco a inaugurar el horno alto teníamos en comidas 75.000 pesetas". Las llamadas reclamando comidas eran de un momento para otro. Y así cuenta que un día estaba ella comiendo cuando le llamaron para pedir comida para 40. Hizo sopa de marisco, que luego transportaron hasta la obra tapada con panes. "Un día dejé sin huevos a todos los vecinos para hacer tortillas de noche, otra vez fui a por bancos y velas a donde los frailes...", recuerda.

Fueron muchos años de trabajo intenso. Por su casa pasaron los médicos de Ensidesa, los ingenieros, los obreros... "Por cinco pesetas les daba un plato de cocido y un bollo de pan". A los extranjeros, para saber qué querían comer, les llevaba directamente a la nevera para que escogieran. La cocinera tuvo incluso oportunidad de gestionar los comedores de Ensidesa, pero no quiso. Prefirió quedarse en La Parra, que sólo abandonó hace tres años, y por donde ahora no quiere pasar porque le da tristeza verla cerrada. "Fueron 65 años allí", recuerda.

El puente de San Sebastián siguió siendo un referente en los tiempos de Ensidesa. Y cuenta Josefa Suárez que en una ocasión se convirtió en un reguero de navajas. Fue cuando hubo una huelga, y llegaron los antidisturbios de la Virgen del Camino de León, un día de Nochebuena. "Al otro día por la mañana íbamos por el puente de San Sebastián y estaba el suelo lleno de navajas de los obreros, porque tenían miedo de la policía".

Los ojos de Josefa Suárez, a punto de cumplir los 90 años, contemplan con melancolía las ruinas de lo que fue la nacional siderúrgica. "Ensidesa fue muy bueno, me da una pena verlo así que me dan ganas de llorar. Tantos como murieron allí... Traían a los obreros en vagones de ganado. Prubitinos". También lamenta que ya no esté el viejo puente de hierro. "La gente criticó mucho que lo hubieran tirado. Valía más que lo hubieran arreglado, en lugar de hacer uno nuevo pintado de colorinos".

Ahora, retirada por fin de los fogones, Josefa Suárez sigue en activo. "De cabeza estoy muy bien, de las piernas no tanto", dice. El ganchillo es su gran afición: "Tendré más de 200 toallas hechas, sabanillas para cinco iglesias..." Entre punto y punto tiene tiempo para recordar anécdotas. "Si me pusiera tenía para un libro", sentencia.

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