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RAY LORIGA | Novelista, guionista y director de cine, participa el próximo jueves en el ciclo "Palabra" del Centro Niemeyer

"Nunca me he sentido cómodo con etiquetas que no me pongo yo mismo"

"Lo fundamental para ser un director de culto es haber tenido un fracaso económico; y yo, con 'La pistola de mi hermano', ya lo tuve"

El escritor madrileño Ray Loriga. CARMEN RUBIO

El escritor Ray Loriga (Madrid, 1967) protagonizará este jueves la nueva edición del ciclo "Palabra" que promueve el Centro Niemeyer. El autor de "Lo peor de todo" (Debate, 1992) y de la película "Teresa, el cuerpo de Cristo" (2007) contribuyó a renovar la literatura en castellano en los años noventa. Su último libro es "Za Za, emperador de Ibiza" (Alfaguara, 2014). Conversa por teléfono con LA NUEVA ESPAÑA.

-Empezó en la literatura y se dejó llevar por una ola de cambio estético, pero ya no hay ola ni tampoco cambios.

-Nunca pensé que hubiéramos entrado para cambiar nada, lo que hicimos fue aportar nuevas voces y nuevas influencias. Éramos jóvenes, pero los cambios pueden venir también de un señor se sesenta años. O de una señora.

-Pertenece a una generación locuaz: la de José Ángel Mañas, Lucía Etxebarria o, incluso, Juan Manuel de Prada.

-Y antes de nosotros, Francisco Casavella. Lo que sucedió es que en un corto espacio de tiempo salimos a la palestra unos cuantos escritores y captamos la atención de los medios. No sé por culpa de qué o de quién ahora todo está más difuso. Hay muchas voces, pero están en las redes sociales, en internet. En nuestra época el corral era más pequeño así que al gallo se le oía mejor.

-¿Se sintió cómodo en eso que se llamó "Generación X"?

-Nunca me he sentido cómodo con etiquetas que no me pongo yo mismo. Pese a ello, aquello me dio vida literaria y no estamos aquí para quejarnos.

-Vale, han pasado los años. Pero, ¿es el mismo de cuando "Lo peor de todo"?

-Espero que no, aunque me sigo reconociendo. El tiempo pasa para todos y tienes obligación de seguir adelante. Mis lectores de entonces también han cambiado. Es cierto, sin embargo, que los que tienen veinte años hoy se reconocen en "Héroes" o en "Lo peor de todo" y eso está verdaderamente bien.

-Debe estar bien ser redescubierto por nuevos lectores.

-Claro que mola. Siempre dije que hay una edad para leer "El guardián entre el centeno", de Salinger, o las novelas de Emilio Salgari. Eso es lo que sucede ahora con estos libros míos.

-Y de sus libros, ¿cuál prefiere?

-Con "Trífero" estoy muy contento, pero también con los otros. Con tal de que no te avergüences de lo que has hecho...

-¿Y se avergüenza de su incursión en la novela de vampiros juveniles?

-No era de vampiros. Eran fantasmas. Y no, tampoco me avergüenzo de ella.

-¿Qué le atrajo de Santa Teresa como para dedicarle su segunda película?

-De adolescente había leído "La vida" y "Las moradas". La estudié, a ella y a las consecuencias de su obra: San Juan de la Cruz, por ejemplo. Si no me confundo, fue la primera mujer en firmar un libro con su propio nombre. Y, además, en cierto sentido, me recordaba a "Héroes".

-¿Ah, sí?

-Sin guitarra de rock, a Santa Teresa Dios le hacía los coros.

-Sorprendió que usted acudiera a clásicos tan castizos.

-Ya sé que decían que sólo leía Kerouac o a Raymond Carver, pero esa no es la experiencia que tengo yo: mi lengua es la española. Cuando escribí "El hombre que inventó Manhattan" hablaban de John Dos Passos, pero no de Cela y de "La colmena". Eso de la narración fragmentada.

-¿No son ciertas, entonces, sus huellas literaria norteamericanas?

-Me acuerdo de la primera crítica que me hizo Ignacio Echevarría en "El País". Fue a propósito de "Lo peor de todo". Me asociaba a Albert Camus y a "El extranjero". La impresión mediática que dejo no se corresponde con mi propia experiencia.

-¿Cómo lleva eso de ser un director de culto?

-Lo fundamental para ser un director de culto es haber tenido un fracaso económico: y yo, con "La pistola de mi hermano", ya lo tuve. Pero se da la circunstancia de que esta película estuvo en Viena, en Berlín, en Bogotá, en Gijón... Han pasado los años y ahora me doy cuenta de que hay quien la busca. Y eso está bien.

-¿Se acabaron editores como Constantino Bértolo?

-Bértolo fue el que me sacó cuando estaba en Debate y ese trabajo que hacía allí lo continuó en Caballo de Troya. Digo que Bértolo tiene olfato y sabe elegir sin necesidad de saber quién es el tío que escribe o de dónde viene. Pertenece a esa raza de valientes y arriesgados. Cada vez es más difícil verlo: la literatura se debe a las leyes del mercado y los editores pequeños son los que heredan aquello que hicieron el propio Bértolo o Enrique Murillo, que es otro de mis editores con olfato, esos que pertenecen a la vieja guardia.

-Hace un par de años que no publica.

-Estoy escribiendo con lentitud, para desesperación de mis editores, pero la novela avanza con paso firme.

-¿Le preocupa que Hacienda obligue a elegir entre la pensión y los derechos de autor?

-¡Hasta los jóvenes escritores estamos ya cerca de jubilarnos! No parece normal esta persecución. Parece feo. Tras toda la vida trabajando -porque son pocos los escritores que viven de lo que escriben- un poeta recibe un premio y tiene que renunciar a la pensión. Cuando Hacienda anunció que iba a auditar las cuentas de las grandes fortunas no imaginé que estuviera hablando de los poetas.

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