Rosa Fernández Somoano lleva la creatividad en la sangre. Apenas caminaba con fluidez y ya tenía un pincel en su mano. Imitaba a su madre Ángeles y no solo en su destreza con la pintura sino también su personalidad. Su ímpetu le valió para ya a los 14 años comenzar a dar clase de dibujo a los niños de la escuela, cuando estaba ubicada en lo que hoy en día es el Museo Marítimo de Asturias. Con el paso del tiempo, Rosa "perdió" su primer apellido y adaptó el de su madre para su faceta artística y personal. Pinta, esculpe, decora locales, escribe, le encanta pasear con su perro Nemo por Luanco y repasar en su cabeza algunos recuerdos de su villa de adopción.

Somoano nació en Ceuta y con poco más de un mes vino para Luanco. Desde entonces ahí vive, salvo una temporada que residió en Gijón y otra que trabajó en Oviedo, no ha querido irse de su pueblo. Con Rosa Somoano, LA NUEVA ESPAÑA comienza una sección semanal sobre la vida de algunas caras conocidas del concejo.

Con 15 años, Rosa Somoano comienza a pintar cuadros para los niños que hacían la Primera comunión. Tiempo después acude a clases con el pintor Navascués en Gijón. Paralelamente, obtuvo el tercer premio en un concurso de escultura ovetense. En la actualidad, Somoano se dedica a pintar cuerpos de maniquíes con collages para intentar reflejar "el tipo de mujer de antes, con la pata quebrada y en casa". "Yo tengo la pata fuera todo el día", sonríe mientras relata que una de las actividades que le gusta es pasear con su perro "Nemo" y "regodearse en el pasado". Vivió una infancia feliz, estudió en Gijón y más tarde en Artes y Oficios de Oviedo, en la ciudad en la que también cursó estudios superiores de arte. Más tarde comenzó a impartir clase con los jesuitas en la capital asturiana y fue jefa del departamento de arte y música. Ahora, está jubilada.

Le da igual embadurnarse las manos con barro, que coger un pincel, que usar cualquier técnica artística para modular sus esculturas. "La escultura me encanta, la textura, la sensación táctil y sentir con los ojos cerrados", relata esta mujer que también da la voz en un programa de radio. Además, escribe sus "conversaciones" con la iglesia de Santa María de Luanco, con la Torre del Reloj, con la estatua de Mariano Suárez Pola. "Me gustan tantos rinconinos de Luanco: la playa, el Gayo,... y hay tantos recuerdos: estar todo el día en la calle, las sirenas de las conserveras, andábamos solas, eso lo bueno de estar en un pueblo", cuenta Somoano.

La "luanquina de corazón" es voluntariosa. Ha colaborado con "todo lo que le pedían". Ha decorado carrozas para los desfiles populares, ha confeccionado tres gigantes de tres metros de alto, arregla los cabezudos, es la diseñadora del belén de la Torre del Reloj, elaboró tapices con diversos materiales y durante 19 años era también la creadora del nacimiento que podía verse hasta hace seis años en la plaza de la Catedral de Oviedo.

Su padre Marcelino surcó los siete mares como marino mercante. "La mar la llego hasta en el tuétano", afirma con rotundidad mientras relata que prefiere dejarse llevar a la hora de pintar un cuadro que recibir encargos, como una vez que pidieron una obra para tapar una grieta, cuestión a la que se negó.

Es amante de las pinturas de vanguardia, de Gauguin y tantos otros. Le encanta Picasso pero no Dalí. "Dalí es gris marengo, nunca utilizo ese color. Oviedo es gris marengo", explica esta mujer que juega al mus de pareja con Rosi la de Anxelín y le "presta" ganar a "los hombretones". Con una sonrisa pícara, Rosa Somoano se define como traviesa y bromista, cuenta que canta en el coro de La Cueva y en otro de Oviedo y lanza un mensaje: "Hay gente que se aburre, no están las cosas para aburrirse, hay que hacer de todo", concluye la incombustible Rosa Somoano.