Los desechos de cerámica que los albañiles avilesinos del siglo XIV usaron como sustrato en la edificación del palacio de Valdecarzana sirvió, cuando el inmueble fue restaurado en 1997, para datar el origen de la cerámica negra de Miranda al menos cuatro siglos antes de la época que hasta entonces se daba por buena. También fue posible, gracias a una minuciosa tarea de reconstrucción de los diseños originales, recuperar recipientes típicos del alfar mirandino, como la aceitera, un objeto tan singular en la historia de la cerámica asturiana que solo existe constancia de su fabricación en otra localidad: Faro, en la parroquia ovetense de Limanes.

Así, como una ventana abierta a la historia, concibe Ricardo Fernández, el comisario de las VIII Jornadas de alfarería de Avilés, la contemplación y el conocimiento del barro cocido. Y por eso animó ayer a cuantos sientan curiosidad a visitar la muestra abierta en el Centro Municipal de Arte y Exposiciones de Avilés (CMAE) con ojos escrutadores, con intención de desentrañar el vínculo que tiene cada pieza con el territorio de donde procede y con las gentes que la usaron.

La aceitera de cerámica negra que fue posible recuperar para el acervo avilesino gracias al hallazgo de restos arqueológicos en el palacio de Valdecarzana es solo una de las más de cien piezas de barro, todas relacionadas con el aceite, que componen la exposición del CMAE y que ayer se pudo visitar con Ricardo Fernández como guía de excepción gracias al Club LA NUEVA ESPAÑA de Avilés. Fernández, antes que nada alfarero, señaló con buen humor en el transcurso de la visita un hecho curioso que sigue inalterado desde la invención del alfar: "Aún nadie ha logrado diseñar el recipiente para contener aceite, sea de barro u otro material, que no pingue".