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La mansión de los cuentos

Albertín y la lavadora

Las travesuras del pequeño avilesino que trae de cabeza a sus padres y a todos sus conocidos

Niños del colegio Quirinal, delante de un mural de Ratonchi, protagonista principal de los cuentos de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés. RICARDO SOLÍS

Últimamente, en la Mansión de los Cuentos solo se escuchan carcajadas de Peladilla y todas las mascotas de la ciudad que esperan ansiosas a que, cada noche, esta bruja buena les cuente más travesuras de Albertín. Y es que cada fechoría de este niño resulta más divertida, aunque sus papás no piensan igual. La que hoy nos cuenta Peladilla ¡no tiene desperdicio! Así que sentaos y leed tranquilamente.

Además del mando de la tele, hay otra cosa que a Alberto le divierte mucho: la lavadora. Cuando la descubrió, su vida cambió por completo. Un día escuchó un ruido extraño en la cocina, entró y allí estaba ella, esperándole... El pequeño quedó entusiasmado viendo girar la ropa a través de su ventana. Se sentó y ahí estuvo contemplándola durante todo el programa de lavado. Era lo más mágico y maravilloso que había visto en su vida. Estaba entusiasmado. Desde ese momento, supo que serían inseparables.

Si sus papás meten en ella la ropa sucia, a Albertín le encanta sacarla y dejarla por el suelo cuando ellos se dan la media vuelta. Cuando sus papás quieren sacarla para hacer la colada, a él le encanta arrancarla del tendal y meterla de nuevo en la lavadora, con pinzas y todo. Hablando de pinzas, ¡le encantan si son de colores! Le gusta coger la cesta y sacar una a una todas las pinzas de colores, luego esconde algunas bajo el sofá (donde los mandos de la tele y los posavasos), otras cuantas las deja al lado del gato, mientras éste lo mira con asombro, y las últimas se las mete a su papá en los zapatos... Cuando el padre va a trabajar y tiene que vestirse deprisa, se puede escuchar hasta en el Polo Norte el nombre del niño ¡Albertooooooo!

Un día, sus papás tenían visita en casa. Todos se encontraban en el salón conversando tranquilamente hasta que su papá deparó que llevaba unos cuantos minutos sin escuchar al niño. "Malo", pensó. Pero de pronto, el pequeño irrumpió en la sala. Comenzó a saltar y a reír en medio de los invitados. No sería una situación tan descabellada si no fuera porque, en su mano, llevaba unos calzoncillos sucios de su papá, que sacó de la lavadora. Concretamente los que había llevado el día anterior para entrenar. Alberto meneaba los calzoncillos para que ondeasen libremente al viento. Su papá comenzó a ponerse rojo de la vergüenza. Tan rojo que parecía que fuese a explotar. Le arrancó los calzoncillos de la mano y los llevó nuevamente a su lugar, la lavadora. En la sala todos reían, pero sobre todo Albertín. Su mamá trataba de aguantar la risa, pero por momentos se le escapaba.

Solo a él se lo podría ocurrir tal actuación...

No os perdáis el cuento del próximo miércoles, os espero a todos/as.

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